viernes, 7 de mayo de 2021

Posicionando el son

Por: Ramón Torres


Por primera vez la Mayor de las Antillas dedicará el 8 de mayo al son cubano, considerado por el promotor de la idea Adalberto Álvarez “padre de todos los géneros de la música popular bailable en la nación caribeña”, criterio que defendió durante una conferencia de prensa en el Hotel Nacional de Cuba.

La celebración se justifica porque esa fecha nacieron dos grandes creadores: Miguel Matamoros (Santiago de Cuba, 1894- abril 15 de 1971) y Miguelito Cuní (Pinar del Río, 1917- La Habana, 13 de marzo de 1984), quienes —a decir de Álvarez— contribuyeron a la trascendencia del son de Oriente a Occidente.

Homenajes a artistas, espacios teóricos, presentaciones de discos y conciertos transmitidos de manera online vinculados con esa tradición popular, son algunas de las propuestas por el Día del Son Cubano.

La invitación viene a tono con ese espíritu revitalizador cultural nacido desde la “horizontalidad”, para lo cual se necesita algo más que un deseo, pues no siempre se ha potenciado adecuadamente el reconocimiento que se pretende.

Miguel Matamoros, a quien está dedicada la fecha

El son, que ha sido una expresión paradigmática de la cubanidad, ha tenido sin embargo inadecuadas estrategias de divulgación, por lo que muchas veces la juventud se desentiende de su disfrute, al considerarlo un fenómeno anticuado y en decadencia.

Sin lugar a dudas, las discotecas y otros espacios afines resultaron mejor favorecidos para difundir y “vender” géneros ajenos, cada vez más alejados de aquellos centros de esparcimiento músico-danzarios que antaño contribuían a potenciar ese son cubano.

Por demás, resulta innegable que una cifra nada despreciable de cubanos tiene puesta sus miras en símbolos externos, lo cual conspira a la hora de posicionar dentro del patio una marca nacional, cuya promoción ha sido frecuentemente mal gestionada.

Identidad no solo es poner Patria con mayúsculas, subrayar la palabra Cuba  ni colocar Nación en cursivas; es formar parte del cubaneo, sentir empatía con el mestizaje, estremecerse ante el terruño y sus producciones.

Hace unos años, el proyecto televisivo Mi salsa demostró cómo un programa puede ser atractivo, a la vez que coherente con el gusto de diversos grupos etarios y culturales, sin que se traicione la esencia.

En cambio, los medios de comunicación suelen folklorizar muchas veces el asunto, desaprovechando la cualidad  identitaria que acompañó al género como cultura de resistencia venida de los desposeídos, con una historia y como agente activo de creencias e ideales de la “subarternidad”.

El son, con su picaresca espontanea, tiene su origen en profundísimas raíces populares. Es el pueblo su creador y portador de valores, que transmite de una generación a otra, y de los cuales participa, consume y disfruta toda la sociedad.

Miguelito Cuní, el otro homenajeado

Entonces, debemos buscar la génesis sonera en ese mecanismo de  impugnación, de reacción frente a la cultura que, con intensiones o no, suele invisibilizarlo, desvestirlo o desactualizarlo.

El son es algo más que maraquitas, bongoes y bailarines exóticos en un bar para atracción turística y, aunque no cuestionamos el uso de tales metáforas, debe ponderar su esencia como sentimiento y acción renovadora, energía rítmica y explosión de los sentidos.

En sus inicios, el son fue calificado música de “orilla”, lasciva y de mal gusto, solo por su oriundez popular y hasta negra que, a la larga, superó con creces.

“El son llegó a ser prohibido —nos dice el etnólogo Rogelio Martínez Furé—, pero las capas populares continuaron disfrutando sus ritmos.

“No se bailaba en las sociedades blancas por considerarse ‘cosa de negros’, ni en las de negros finos, por mimetismo, alineados a tal grado que se solidarizaban con esa actitud prejuiciosa. Pero, poco a poco, su ‘sabrosura’ fue derribando barreras sociales. Hasta que finalmente penetró en los salones blancos, y mucho tiempo después en las sociedades negras”.

Que sucediera en los años veinte del siglo pasado, resulta comprensible por el carácter clasista y racista de aquella sociedad. Ahora bien, resulta bien sintomático que hoy, cuando se le reconoce como la forma más influyente de la música cubana y parte esencial de la música del Caribe hispánico, sea menos socorrido por nuestra juventud que el reggaetón, el hip hop, o cualquier otra manifestación músico-danzaria venida de “afuera”. Y, que conste, no es nuestro objetivo denigrar a esos otros, sino tratar de entender qué está ocurriendo para que exista tal divorcio.

Sin ánimos impositivos ni mucho menos criterios absolutos, sospechamos que existen fallas en la estrategia de gestión comunicativa para posicionar al género en el lugar merecido. Contamos, sin dudas, con un factor humano indiscutible: grupos prestigiosos como los de Adalberto Alvarez, Cándido Fabré, Isac Delgado, tienen carta acreditativa en cuanto a calidad artística y aceptación popular.

Empero, a menudo se olvida el papel de una adecuada campaña publicitaria como elemento facilitador de los procesos  de gestión y desarrollo de las instituciones culturales. Se ignora la misión de convencer y persuadir para que se prefiera esta y no a otra propuesta, que se entienda que el son no “vende” solo la música popular bailable que se sabe, sino identidad, alegría y deseos de entrar en el círculo de sus “adoradores”. Por ello hay que conocer las motivaciones del receptor a partir de la dimensión investigativa que refrendará los puntos neurálgicos y las fortalezas de la gestión.

La celebración del Día del son cubano es el primer paso. La estrategia de integrar los públicos interno y externo acaba de comenzar. De cómo se conjuguen las acciones y tareas permitirá o no el cumplimiento de la misión. Esperemos que el son salga beneficiado, en última instancia, por su cualidad integradora de negros, chinos, blancos, mestizos…, pero sobre todo, por cubano.

Por demás, no parece que todos renieguen del género, pues numerosos pueblos caribeños apuestan por el son como música popular bailable viva, saludable y con muchísimos seguidores.

3 comentarios:

  1. Amigo mío , tema sumamente importante, creo, en nuestro principio de siglo 21 , la cuestión de cómo lograr mantener los fundamentos de una cultura relacionada con la historia personal ,individual y colectiva del pueblo de "antaño". Siendo profesora con adolescentes, veo ahora una tendencia muy contemporánea , una tendencia a la indiferencia o la incomprensión con respecto a la vida y de las dificultades y de las luchas del pasado ( es decir del siglo 20!) aunque dicho pasado haya permitido que hoy uno pudiera vivir como vive con más "comodidad" , y no hablo sólo de comodidad material sino también o sobre todo de comodidad social y psicológica ( hablo de mi mundo , Francia ,Europa pero pienso que es una tendencia global). Tal vez la globalización y las "hiperconexiones" y "omniconexiones" tengan una influencia lamentablemente "borradora "de las raíces por dar el sentimiento a las generaciones nuevas que forman parte de un mundo de novedades y de avances increíbles en todos los sectores y que ya no se puede perder tiempo con miradas hacia el pasado porque el pasado "atrasado" no sirve para nada . Y así el hermoso Son padece también de esta tendencia "moderna" a la indiferencia lo que ,por supuesto, resulta doloroso para los amantes de la identidad cubana que entraña hondos y muy específicos componentes artísticos . El mundo "moderno" actual olvida que uno puede divertirse con la música...fácil y comercial .. de su tiempo sin despreciar las formas musicales tradicionales . Acabaré ese comentario con un notas personales y más que positivas ya que para mí y algunas que otras amigas (francesas ) el Son es una de las músicas más bellas y admirables del mundo , por su sabrosura y su refinamiento, por sus armonías únicas y encantadoras , por volar con una densidad que sólo da lo verdaderamente humano y lo hondamente popular , es una música brotada del alma y del corazón del pueblo ,y eso será el secreto y la garantía de su valor y de su supervivencia .

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pascalle, solo me consuela saber que ese fenómeno del "olvido" no es exclusivamente cubano, aunque insisto en que ese ignorar es resultado de la desarticulación de determinadas políticas comunicativas, que priorizan frecuentemente productos fáciles y mercantiles en detrimento de lo verdaderamente identitario. La Torre Efiel o la Estatua de la Libertad o el Cristo de Río de Janeiro no dirían mucho si no estuvieran apuntaladas por una intensión sostenedora de lo "nacional". De otro modo, fueran objetos vacíos, un apilado de hierro como lo fue en el primer ejemplo en el seno de París hasta que emergió cual símbolo del país de la cultura; o moles de cemento sin atractivo verdadero en caso de que se perdiera el contenido metafórico que entrañan las dos estatuas que emplifican en el segundo caso. Con la música, la danza, la lengua sucede otro tanto. Lo que no se "educa", desaparece por inanición

      Eliminar
  2. Ah se me olvidó firamr ! Pero sabrás quién escribió jajaj! . Un abrazo ! Pascale

    ResponderEliminar