viernes, 25 de noviembre de 2022

La verdad que faltó

Por: Ramón Torres

 

El cementerio de Cayo Hueso fue visitado por Martí y guarda sorpresas relacionadas con los hechos del 27 de noviembre de 1871

En uno de sus ensayos más sorprendentes, Nuestra América, decía el Apóstol de la Revolución cubana, José Martí: “El que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó”. Es lo que le sucedió a una hornada de historiadores que, escamoteando porciones de los hechos, no han querido encontrar la participación de miembros abakuá en el intento de frustrar el fusilamiento de los estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871.

Hace algunos años (1998), el desaparecido investigador Tato Quiñones apuntaba en La Gaceta de Cuba sobre la intervención de un grupo de “negros” (presuntamente abakuá o ñáñigos) que arremetió contra la soldadesca española el fatídico día, pero fueron masacrados por la superioridad numérica y armamentista de los voluntarios vendidos a la colonia.

De cualquier modo, la historiografía cubana ha sido remisa en reconocer la heroica acción, pues pocos documentos hablan al respecto y los escasos informes no mencionan la membresía a esa hermandad (nos referimos al ñañiguismo), quizás por mero desconocimiento o, como decía Martí en la cita inicial, “por voluntad u olvido”.

A esas omisiones alude Quiñones, y ejemplifica  con la referencia del historiador Luis Felipe Leroy y Gálvez, en cuyo texto El fusilamiento de los estudiantes del 71 (Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1973) exponía:

Esta matanza de negros ha sido objeto de mucha especulación inventándose la versión novelesca de que ese día hubo un levantamiento de ñáñigos juramentados que pretendían rescatar por la fuerza a los ocho estudiantes que iban a morir. La falsedad de esta especie se patentiza por el hecho de que no solo no existe tradición seria en ese sentido, sino también que el número de defunciones asentadas en los libros de entierros del cementerio de esta capital, mantiene el nivel normal durante esos días.

En cambio, se sabe que el más joven de los estudiantes asesinados tenía 16 años: Alonso Álvarez de la Campa. Y que entre los negros que participaron en el intento de rescate había un joven que se dice era esclavo de la familia, del mismo apellido, quien contaba 15 abriles, quizá próximo a cumplir los 16.

Tato aseguraba que estos dos “de la Campa” eran hermanos de leche, es decir, que fueron amamantados por la misma nodriza, pero —además—, pertenecían a potencias abakuá emparentadas (Bakokó Efó el esclavo, Okobio Efó el amo, la segunda ahijada de la anterior), lo cual los convertía igualmente en ekobios o hermanos en la religión.

Sucede que, para la época, el ñañiguismo funcionaba de manera muy subrepticia, sobre todo porque las leyes de la colonia no les eran nada favorables y un acontecimiento de esta naturaleza, que significaba una protesta armada en plena capital cuando se combatía en la manigua por la independencia, era difícil que lo recogiera oficialmente cualquier información del poder hegemónico.

De hecho —y esto pone en duda la afirmación de Leroy— sí hubo enterramientos un tanto sospechosos de personas “otras”, lo cual se evidenció en la película Inocencia al inhumar los restos de los estudiantes, porque habían más osamentas pertenecientes a la “raza” negra, según clasificaron los estudiosos de la época.

También resulta misterioso que haya desaparecido de la Iglesia de Monserrate, cita en Galiano y Concordia, el libro número cinco, donde debería aparecer asentado el enterramiento de cinco negros el día señalado, y que cita Leroy con nombres y todo; sin embargo, sí encuentramos consecutivamente los ejemplares del uno al cuatro, saltando luego del seis al ocho. ¿Lo habrán hurtado conscientemente para que el suceso no pasara a la historia?

Por lo pronto, ya no es solo la oralidad el único canal que apuntala la participación abakuá en los sucesos del 27 de noviembre de 1871, sino que de manera tangencial algunos documentos y acciones sugieren que aquellas personas ignoradas, preteridas, olvidadas, pertenecían a la entidad.

 

 

Hoy se tiene conocimiento que en la misma fecha, pero del año siguiente, al conmemorase el aniversario primero del crimen brutal, “plantaba” un juego abakuá en La Habana y dejaba constancia escrita en un manuscrito de Jacinto Torres, Isunekue de Efik Butón, y que hacia la década de 1920 reprodujera Tomás Payne, Isué de Camaroró, sobre la participación de miembros abakuá en la acción de la cual se hace referencia.

Otro dato importante: el 10 de octubre de 1892 (aún no se habían cumplido 21 años de ocurrido el hecho y cuando todavía habían personas vivas que pudieran desmentirlo en caso de que fuera un fraude), durante un acto presidido por Martí, en el Cementerio de Cayo Hueso se inauguraba un obelisco en honor a los mártires de Cuba y, entre nombres como los de Céspedes y Agramonte, debajo de la fecha del 27 de noviembre figuraba el nombre de “El Negro La Campa”.

 

Definitivamente, aunque algunos historiadores duden, todo indica que los ñáñigos no se cruzaron de brazos, por el contrario, fueron en auxilio del ekobio necesitado, lo que convirtió la osadía en una expresa manifestación de rebeldía.