jueves, 7 de octubre de 2021

A propósito de “Bongó Itá”

 Por: Ramón Torres

La Sociedad Abakuá resultó fuente de inspiración para el documental Bongó Itá, de Mayckkel Pedrero

Asumo un criterio muy personal, porque no me considero crítico de arte ni nada que se le acerque, mas como consumidor me asiste el derecho de opinar: Bongó Itá, el reciente documental de Mayckkel Pedrero toca puntos álgidos sobre la cubanísima Sociedad Abakuá, su antecesora Ekpe y la adaptación en el Nuevo Mundo.

Durante los 70 minutos que ocupa el audiovisual, podemos acercarnos a los orígenes de esta institución de matriz africana, gracias al inteligente uso de entrevistas que intercala opiniones de estudiosos y portadores culturales, sin que pondere un criterio sobre otro.

La ritualidad es puesta al desnudo sin molestar, porque se percibe un riguroso trabajo de asesoramiento: no hay nada que divulgue más de lo que debe, no hay violación del espacio sagrado, no hay descripciones cripticas acerca de la liturgia.

Sin embargo, se resiente el documental en los minutos finales. Ahí sí recargó Pedrero su leitmotiv: mostrar una excesiva violencia en torno al tema que le ocupa. Es corto el tiempo, pero pletórico de imágenes: peces peleadores que luchan hasta la muerte, perros belicosos, mujer que cuchillo en mano trata de apuñalar a un hombre, pequeños que se fajan…

Todo lo anterior alterna con criterios de prestigiosos líderes religiosos (ahí están Ernesto Soto/el Zambo, Rolando Hernández/Boniato, Pedrito Alberto Suárez/el Yuma), quienes se esfuerzan por aclarar lo inadecuado que resulta para las actividades abakuá portar armas de fuego, navajas o considerar los plantes un ring de boxeo, pero lo que el receptor recibe es precisamente lo contrario.

Durante su intervención promocional en el espacio Secuencia del Canal Habana, Mayckkel aseguraba que nunca se ha escrito nada favorable hacia la institución, lo cual nos parece inexacto y pretencioso. Hay textos de Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Tato Quiñones, Ivor Miller, y otros audiovisuales a cargo de Pedro Maitín Tejera, Aymeé María Borroto, Miguel Ángel García Velasco que demandan el merecido lugar para esta cultura.

Si el producto pretendía —como supongo— contribuir al conocimiento de esta hermandad religioso-mutualista que tanto ha influido en la identidad nacional y mostrar sus elementos positivos, ha logrado —eso sí— perpetuar el criterio negativo que tradicionalmente ha ponderado sobre la entidad: marginal, violenta y predispuesta a delinquir.

Quizás muchos pasen por alto ese final inesperado; sin embargo, lo sutil hace la diferencia. Bongó Itá no creo que sea el documental reivindicativo que esperan los portadores culturales; pues, en definitiva, sigue dándonos más de lo mismo: la descomunal marginalidad e inclinación al crimen atribuidas a la Sociedad Abakuá desde el siglo XIX.

viernes, 1 de octubre de 2021

El respeto a los mayores

 Por: Ramón Torres

Los ancianos dueños de la palabra son muy respetados en África

Atendiendo a que cada primero de octubre se celebra el Día Internacional del Adulto Mayor, considero importante referirme al tratamiento que reciben los mayores en las culturas tradicionales del África Subsahariana, con diferencia significativa de cuanto ocurre en el mundo occidental “civilizado”, cuyo enclaustramiento o agitada cotidianidad suele pasar por alto.

Sucede que en África los principales depositarios de la cultura suelen ser personas de edad avanzada, quienes cumplen una trascendental función dentro del sacerdocio religioso y conservan la sabiduría de cada aldea, independientemente del sexo.

Según la doctora Mirta Fernández (2012, 34), un proverbio fulbé reza: “Cada vez que un anciano muere, es una biblioteca que se quema”, lo cual explica el efecto por la pérdida de un adulto mayor, considerado literalmente “reservorio de conocimientos”.

En Cuba, la herencia religiosa de matriz africana preserva una obediencia a los adultos mayores, y en casi todos los complejos religiosos venidos de aquel continente trasatlántico recae en la ancianidad el peso de la liturgia, incluso del comportamiento de los ahijados fuera de la actividad ritual.

De tal suerte, la transmisión dentro del Complejo Ocha/Ifá, la Regla Mayombe o Palomonte y la Sociedad Abakuá, entre otras, se lleva a cabo de maestro a discípulo, donde lo común es que el “mayor” enseñe y dé pautas de vida al recién iniciado.

Ancianas respetadísimas en la santería fueron las iyalochas Fermina Gómez (Ocha Bi), Ma Monserrate González (Oba Tero),  Ña Rosalía Abreu (Efushe), Calixta Morales (Oddedeí), así como acreditados babalochas o babalawos Bernabé Menocal (Bàbá Éjìogbè, Ifábi Mayesi Òrúnmìlà) Miguel Febles Padrón (Awo Òrúnmìlà Òdí Ìká, Ifátolá) o Taita Gaitán (Obba di Meyi), por citar algunos.

Se trata de una manera de ejercer la hegemonía adultocéntrica, si bien en ocasiones se revierte esa preeminencia hacia lo simbólico: es decir, un miembro puede ser “mayor” porque tiene más años de iniciación que otro, aunque el último le doble la edad (ocurre igual en todas las expresiones de matriz africana).

La etnóloga Lydia Cabrera (vestida de blanco) se valió de muchos testimoniantes "mayores" para legitimar su información

Sin embargo, los “viejos” son generalmente respetados y recibidas sus opiniones en muy alta estima, pues Cuba le adeuda a África una poderosa herencia donde, a decir de la doctora Fernández (ob. cit., 27) “Las tradiciones orales abarcan todos los aspectos de la vida: conocimiento de la naturaleza, de los oficios, reglas que rigen la comunidad, religión, historia, literatura, diversiones; en resumen, podemos considerar que son la cultura misma en su más amplia acepción” y, como es natural, lo anterior solo se logra habiendo vivido lo suficiente, se gana a partir de la experiencia acumulada con los años.

La investigadora Lydia Cabrera legitimó la mayor parte de su obra porque los testimonios venían de ancianos prestigiosos, mientras que cuanto dijera Enriquito Hernández Armenteros (el de la Hata, en Guanabacoa) era considerado por sus ahijados verdad de Perogrullo, pues a sus 99 años se le consideraba toda una autoridad en materia santera, palera y abakuá.

Enriquito (al centro, sentado), toda una autoridad en materia religiosa (Foto de Roberto Chile)

De hecho, la antigüedad permite ejercer un control que posibilita dosificar la comunicación. Así, quien detenta el poder adultocéntrico decide qué información va o no a socializar, cómo y cuándo.

No por gusto el etnólogo Rogelio Martínez Furé (1979, 160) recogía en sus Diálogos imaginarios el criterio de una generación nacida en Cuba, pero descendiente de africanos, quienes se vieron forzados a “soportar” el criterio de sus antecesores, aunque no compartieran muchas de sus prohibiciones:

“Es proverbial la reserva de los africanos en asuntos religiosos para con sus hijos criollos. Todos los informantes hijos de ‘negros de nación’ se lamentan de no haber aprendido más sobre los cultos de sus antepasados, porque ‘los mayores’ les prohibían participar en ellos, ya que consideraban que los criollos eran poco serios y no respetaban nada”.

Por lo visto, la obediencia a la ancianidad estaba garantizada en las culturas de origen africano, algo que permeaba hacia el interior de cualquier núcleo familiar sin importar o no el nivel de instrucción alcanzado; una linda tradición que se va debilitando y merece ser revitalizada como parte de los valores morales que, en materia de humanidad, reconocen el papel de aquellos que si bien peinan canas, pueden seguir siendo útiles en una sociedad, por muy moderna que se nos parezca.

Fuentes:

Fernández, Mirta. A la sombra del árbol tutelar. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 2012.

Fernández, Mirta y Valentina Porra. El ashé está en Cuba. Ed. Cubanas y Aurelia Internacional SA. La Habana, 2016.

Martínez Furé, Rogelio. Diálogos imaginarios. Ed. Arte y Literatura. La Habana, 1979.