Por: Ramón Torres
Frecuentemente se ha
hablado con prejuicio sobre los ñanigos o abakuá; sin embargo, muchos jóvenes
continúan yendo hacia la insitutición, porque el reconocimiento de determinados
valores por parte de la Sociedad Abakuá quizá influye para que muchos se
acerquen a ella y, aunque no se caracteriza por el proselitismo, es de hecho
atrayente para la juventud, que busca diversión, reconocimiento e
identificación.
Ya lo decía Lydia
Cabrera:
Ekue
no “monta”. No elige. No busca… Se le va a buscar. Sin experimentar fenómenos
extraños, van a buscarlo aun aquellos que se avergüenzan de confesar que son
ñáñigos.
Como
nos explica un viejo “Ekue conmueve”. Ejerce de lejos una atracción
irresistible, provoca una exaltación misteriosa, entrañable, en el hombre que
lo escucha.[i]
No obstante, admite
la investigadora que siempre hay quienes asumen la religión con fines menos
benévolos.
Muchos,
sin embargo, se juramentan por el más grosero materialismo; las rumbantelas, la
guapería, las trifulcas, el lucirle a las mujeres, la música bonita, el baile y
el aguardiente llevan a muchos al ñañiguismo.[ii]
Hoy se le atribuye a
la incorporación de muchos jóvenes el incremento de los índices de violencia en
la Sociedad Abakuá. Razones históricas —a veces contradictorias— nos mueven a
explorar la marginalidad juvenil dentro de esta entidad, en la cual la
percepción mutua entre generaciones se nos antoja distanciada.
Según la mayoría de
los testimonios orales y escritos Efí Butón, el primer juego abakuá, estaba
integrado por negros criollos, porque las leyes de la colonia prohibían la
reunión de estos y africanos en los cabildos y, además, porque los últimos negaban
la participación de sus descendientes en estas cofradías de “nación”.
Este celo no es
privativo de los carabalíes, sino común en el cuerpo africano traído a Cuba por
el dominio español, y así lo confirmaba hará algunos años el etnólogo Rogelio
Martínez Furé:
Es
proverbial la reserva de los africanos en asuntos religiosos para con sus hijos
criollos. Todos los informantes hijos de “negros de nación” se lamentan de no
haber aprendido más sobre los cultos de sus antepasados, porque “los mayores”
les prohibían participar en ellos, ya que consideraban que “los criollos eran
poco serios y no respetaban nada”.[iii]
Sin duda, aparece una
marginación hacia la juventud criolla, condicionada por un sistema de
relaciones de poder autoridad. La cita anterior permite ilustrar al lector
sobre los primeros choques generacionales entre africanos y descendientes.
Por otro lado, los
áppapa hicieron jurar a sus ahijados obediencia absoluta y, como medida
adicional, la negativa de admitir mulatos dentro de las filas abakuá (…) ya
que odiando los carabalíes a los blancos, no podían tolerar en su sociedad a
alguien que tuviese en sus venas una traza de sangre de la raza odiada.[iv]
Luego de mucha
insistencia fueron admitidos —sin embargo— los mestizos, atendiendo a su
condición de descendientes y herederos de los negros. En ese contingente entró
Andrés Petit.
La Sociedad Abakuá
siempre ha despertado cierto atractivo entre la juventud: algunos la miran de
soslayo, otros la esquivan, otros aun van directo, pero es muy difícil
ignorarla. Por eso no extraña que un grupo jóvenes, incluso blancos de La Habana quisieran
probar suerte, se inclinaran a ella y pugnaran por compartir el Secreto:
formaban parte de una nueva generación, menos prejuiciada que la de sus
antecesores y aspiraban a compartir el Misterio de los negros. Pero no les
estaba permitido.
Abakuá siempre ha despertado un poderoso atractivo entre los jóvenes
Tras algunos años de
reclamo, Petit inició a los primeros blancos en 1857, pero no fue hasta 1863
cuando se reconoció el juego, que recibió el nombre de Akanarán Efó Ocobio
Mucarará (traducido: Madre Efó de hermanos blancos).
Curiosamente, a través
de los años, se ha visualizado una relación equidistante y negativa entre
generaciones, sobre todo, por la mirada adultocéntrica que impone la sociedad.
Los jóvenes, como grupo social, son marginados dentro de los marcos de una
sociedad que define a la juventud como un fenómeno negativo. En el caso que nos
ocupa ¿está tan perdida la juventud abakuá? ¿Fue, acaso, todo tiempo pasado
mejor para el ñañiguismo?
“Los jóvenes han venido a echar a perder la
religión” o “antes no era así”, son criterios escuchados a menudo,
inclusoive entre personas vinculadas al ñañiguismo. Es la reiteración del
histórico encuentro de generaciones distintas, quizás porque se ha establecido
la imagen distorsionada de la juventud, que suelen legitimar también los medios
de comunicación. Hoy muchos adultos se
quejan del irrespeto juvenil hacia el abakuá, del mismo modo que lo recogen
testimonios aportados por Lydia Cabrera hace más de 50 años.
(…)
porque el ñañiguismo no es hoy lo que era en su tiempo (…), ahora cualquiera
sin acreditar que es un hombre, puede ser ñáñigo (…) abakuá es bueno, y los
malos son los abanekwes.[v]
¿Quién tiene,
entonces, la razón? ¿Cuál fue, en realidad, la época dorada del ñañiguismo?
Huelga destacar el
sentimiento de ambivalencia al cual se ven sometidos los jóvenes frente a un
doble proceso de exclusión. Exclusión dada por los adultos ekobios (hermanos en
la religión) y exclusión por parte del resto de la sociedad con respecto al
ñañiguismo, debido a secuelas y prejuicios históricos.
La juventud abakuá
atraviesa por la misma dinámica de cualquier otra: la etapa de acceso al
empleo, de implicaciones y definiciones políticas, de afianzamiento de valores
y de afirmación de identidad. No es casual que muchas de las manifestaciones de
estos jóvenes aparezcan como contracultura. Los jóvenes de la Sociedad Abakuá,
reunidos bajo el signo religioso son una fuerza social digna de tener en
cuenta.
Con todo, el asunto
de la edad para iniciarse ha sido y todavía es muy discutido. Hará cerca de
cuatro décadas escribía Lydia Cabrera:
Desgraciadamente
no son pocos los Partidos que no investigan la vida ni los antecedentes de los
aspirantes, aceptan al primero que se presente y lo inician de hoy para mañana
sin someterlo a prueba, sin parar mientes en su conducta aun cuando ni siquiera
llene el requisito de la mayoría de edad, de rigor en muchas Tierras. “Lo que
les importa es cogerles el dinero, y para eso cualquiera los garantiza”.
En
el Calabar, nos decía C. H., se iniciaba a los dieciocho años. No pocos obonekues,
en edad temprana, pero bien dotados y dignos de que se les concediera tal
honor, han obtenido Plazas en sus Potencias (…)
No
obstante, sobre el capítulo de la edad eran muy cuidadosos los antiguos,
observará otro ñáñigo. He conocido uno, de pasado turbulento, iniciado a los
quince años cuando abandonó la casa materna para entregarse como un loco, nos
decía él mismo, a la mala vida y a la ley de la navaja. Hoy es un viejo de
cabellos blancos y Koifán apacible de su Potencia. A un muchachejo, a menos de
señalarse como una excepción extraordinaria por su buen juicio y seriedad
precoz, no se le debe admitir en la orden bajo ningún concepto. La ligereza e
inexperiencia del imberbe suelen dar frutos que redundan en perjuicio de la
Potencia.[vi]
Para evitar o atenuar
la indisciplina social en los jóvenes, después de un profundo concilio entre
dignatarios de La Habana y Matanzas, la directiva nacional abakuá establece
actualmente 18 años para presentarse y 21 en el caso de la iniciación.
Pero lo importante es
que la juventud, apasionada, transformadora y siempre renovadora, no permite
que se apague la antorcha.
[i] Lydia Cabrera. “Ritual y símbolos en la Sociedad Secreta
Abakuá”. En Catauro. Año 1, No. 1,
2000, p. 136-137.
[iii] Rogelio Martínez Furé.
Diálogos
imaginarios. Ed. Arte y
Literatura. La Habana, 1979, p. 160.
[iv] Sectas religiosas. (s.l) (s.e) (s.f) (s.pi), p. 95
[v] Lydia Cabrera, citada por
Enrique Sosa en Los ñáñigos. Ed. Casa
de las Américas. 1982, p. 324.
[vi] Lydia Cabrera. “Ritual y símbolos en la Sociedad Secreta
Abakuá”. En Catauro. Año 1, No. 1,
2000, p. 136-137.