Por: Ramón Torres
Tras escuchar más de una vez al amigo e investigador Pedro Álvarez Sifontes me viene esta reflexión, que para nada constituye Verdad de Perogrullo: en la heredad africana es difícil que se fortalezcan posturas Fundamentalistas.
Aunque Pedrito (como lo conocemos cariñosamente) se especializa en el Protestantismo, es muy raro que no transversalice sus estudios con otras religiones y que no compartamos puntos de vista sobre posiciones fundamentalistas en un país de religiosidades múltiples, donde cristianos, musulmanes, hebreos, orientalistas y prácticas de origen africano cofraternizan en un mismo escenario, e incluso hay quien es devoto de más de una al mismo tiempo.
Se sabe de extremismo religioso en la nación de Isarel, en iglesias protestantes de los Estados Unidos, en escisiones islámicas del Medio Oriente…, pero no en las religiones de origen africano, debido a la esencia de sus prácticas.
Las perspectivas de radicalidad religiosa son tan antiguas como la religión misma, pero el concepto “Fundamentalismo” es cosa nueva, y tiene mucho de autoridad guarecida por anclajes ideológicos para perpetuar la hegemonía. Suele alcanzar los más insospechados comportamientos de los practicantes y se traduce en aislamiento, desconfianza y hostilidad hacia otras creencias competidoras.
En cambio, fundamentalismo y hegemonía no guardan simetría perfecta. La religiosidad de antecedente africano, por ejemplo, ejerce un control social sobre los creyentes, sin que ello comprometa posiciones unidireccionales. Ello es posible gracias sus propuestas horizontales, que a decir de la doctora Lázara Menéndez carecen de un libro o un lugar de peregrinación, Meca o Vaticano:
Para las religiones cubanas no existen Mesías, verdades reveladas ni dogmas. El saber no está en sagradas escrituras, sino en la naturaleza, la sociedad y el hombre; la experiencia y con ella el bienestar, se alcanza en el bregar de la vida, en el trabajo y en la solidaridad con el que comparte los horrores de la miseria, el desprecio o la esperanza en una cotidianidad llevadera.[i]
Pensemos, por ejemplo, en el decir de Willi Ramos sobre la expansión/reorganización de la Ocha a partir del conflicto Oba Tero/Latuán y Echubí, y cómo de esta última se generó una rama extendida hacia la provincia de Matanzas. Estas y muchas otras mujeres ejercieron un papel primordial en la consformación de las diferentes casas de “santo” matriciales de Cuba, donde “cada una tiene su propio librito”.
Así mismo, el Oní de Ifé, figura respetadísima entre todos los que profesan la religión de ascendencia yoruba, no puede regir los destinos del Complejo de Ocha Ifá en la Isla, como tampoco lo hace la Asociación Cultural Yoruba de Cuba ni ninguna otra agrupación que se articule con propósitos afines. De resultas, la posibilidad de un fundamentalismo a partir de un dogma se dificulta por el estilo propio de la práctica religiosa.
En el caso del Palomonte, de acuerdo con Natalia Bolívar y Carmen González,[ii] hacia la década de 1831-1841 hubo un conjunto de rebeliones, apalencamientos y cimarrones, la mayoría de procedencia conga, época que se montaron los primeros nkisis, de los cuales nacieron otros muchos: Dos de ellos en Pinar del Río, uno en La Habana, dos en Matanzas, uno en Santa Clara, otro en Camagüey y los dos últimos en Oriente. Estos a su vez “procrearon” a los que, junto con ellos, llegarían a ser los fundamentos originales de la Regla de Palo Monte en Cuba.
De la cita precedente puede inferirse que no hay tampoco un núcleo central respecto al Malongo o Palo Monte, por lo que cada cual se rige en correspondencia con la tradición heredada de sus casas matrices; algo similares a lo que ocurre en la Regla de Ocha o Santería.
Por su parte, otra religión de importancia, la de los conocidos ñáñigos, si bien están todos agrupados en la Asociación Abakuá de Cuba, ella funciona como institución organizativa, pero cada entidad (juegos, potencias o tierras) de las más de 200 existentes en el país tiene su propia autonomía. El órgano superior (la Asociación) no puede inmiscuirse en sanciones, decisiones internas o la forma de realizar las actividades de los diferentes juegos. Además, tampoco existe un consenso de cómo hacerse el ritual, quién debe ocupar la dirección o cuál es el momento adecuado, pues no es exactamente igual la práctica entre las ramas ñáñigas efó, efí y orú, porque, volvemos a insistir, no existe un dogma.
Con todo, el impacto de la globalización, las tecnologías y el vertiginoso avance de las comunicaciones, van modificando el modo de proyectarse la religión y unificando de muchas maneras de lo diverso.
El proceso de “yorubización”, la puga entre defensores del sacerdocio del Ifá nigeriano y el denominado “criollo”, la emergencia de un numeroso grupo de Iyaonifá (mujeres que asumen el acto adivinatorio con atributos privativos de los hombres hasta hace poco), ¿llevarán a la combinación, separación o a algunas formas de fundamentalismo religioso? ¿Qué resultará del influjo estatal en estas instituciones horizontales y aprehendidas de boca a oreja?
Hasta el momento, la religiosidad de origen africano en su conjunto está abierta al diálogo con las demás religiones, es muy heterogénea y cuenta con la participación de miembros de las más diversas clases sociales tanto en su horizontalidad como en su verticalidad. Ello constituye un elemento interesante a la hora de ejercer el poder hegemónico. Parece que todavía le queda mucho a la esencia en ese aspecto, porque prima en cualquiera de ellas más el Fundamento que cuestión de Fundamentalismos. Enhorabuena para estas.
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