sábado, 28 de julio de 2018

A ritmo rastafario



A ritmo rastafario
Por: Ramón Torres
Cuenta la leyenda que Merelik, hijo de Salomón y de Makeda (más conocida como la reina de Saba), hurtó de Jerussalén el Arca de la Alianza, que según los textos bíblicos contenía las Tablas de la Ley.
Se dice que el sagrado tesoro fue

llevado al antiguo territorio de Abisinia, hoy Etiopía, y que desde entonces se le venera como en los primeros tiempos.
Casi tres mil años después, el dos de noviembre de 1930 resultó coronado Rey de Reyes de los etíopes Ras Tafari Makonnen (Haile Selassie, tras asumir el imperio), quien, según se presume, era el último “León de la casa de Judá”, el monarca número 225 en ostentar el título de heredero de David.
Al otro lado del Atlántico llegaron las resonancias del acontecimiento, y aunque Haie Selassie jamás perteneció al movimiento rastafari que en su honor adoptó su nombre, sí se convirtió —quizás sin proponérselo— en su líder espiritual.
En la década de los 60 del pasado siglo XX, Selassie viajó Jamaica, lo cual generó apoteosis, pues el dictador logró estimular con promesas a un grueso número de afrodescendientes que pretendía retornar al continente de sus ancestros. Sin embargo, la iniciativa no se materializó.
De cualquier modo, la visita del emperador etíope contribuyó a elevar el sentimiento de hermandad afrocaribeño, y la ideología “rasta”, que ya venía desde mucho antes, reverdeció con nuevos bríos.
Contribuyó al proceso el hecho de que en los años 70 de la misma centuria las maquinarias del mercado transformaron en mercancía al cantante negro Bob Marley, a partir del cual diseñaron el arquetipo del rastafari actual, cuya característica fundamental descansa en el uso peculiar de largos mechones de pelo tejidos en trenzas, formando cuerdas llamadas “dreadlocks”.
Como figura, Marley fue un símbolo; su música, un himno. Lo que en principio se sustentaba solo en la alabanza, tomó cuerpo luego de varias incorporaciones y arreglos. Así adquirió el reggae  una armonía y cadencia que agradecieron otros públicos.
El género y se extendió por el resto del Caribe, visibilizando una cultura sin marcha atrás. Su posicionamiento ha generado otras variantes, incluso en zonas tan insospechadas como los Estados Unidos, Europa y Japón. Ahora cristalizó el ritmo reggaetón, su hijo bastardo, menos rastafari, pero arrasando también con su nueva impronta por arrolladora, pegajosa y popular.

miércoles, 25 de julio de 2018

LA SOCIEDAD ABAKUÁ, UNA AGRUPACIÓN MESTIZA

La Sociedad Abakuá es meztisa porque somos una nacion multirracial.
Por: Ramón Torres.
Fotos: Ismael Almeida.

Junto a los yoruba y bantú forman los carabalíes la trilogía de grupos más importantes introducidos en Cuba a través del cruel sistema de la trata. Sin embargo, estos últimos resultan menos conocidos que los otros, debido a que su mayor aporte nos viene de la Sociedad Abakuá o de ñáñigos -que así la nombraron despectivamente-, y que funcionan en las ciudades portuarias de La Habana, Matanzas y Cárdenas, con una membresía de varios millares.



Se dice que Efí Butón, el primer juego, surgió en Regla entre los años 1834 y 1836, amparados por los carabalíes brícamo, quienes autorizaron a sus descendientes criollos a formar juego aparte, pero les exigieron abstenerse de mulatos en las filas abakuá. No obstante, la insistencia de éstos como herederos de los africanos –igual que los negros criollos–, hizo que se levantara la prohibición, y en ese contingente logró incorporarse al ñañigismo Andrés Petit, figura importantísima dentro de las religiones de origen africano.



Andrés Petit
En 1863 se fundó a iniciativa de Petit la primera potencia de blancos reconocida inicialmente como Ocobio Mucarará, aunque luego de apadrinar, es decir crear, a diferentes juegos se le autorizó el título de muñón y comenzó a llamarse Acanarán con lo cual quedó el nombre completo de Acanarán Efó Ocobio Mucarará, que significa Madre Efó de Hermanos Blancos.

Este juramento ocasionó múltiples riñas, pues los blancos bautizados reclamaban el derecho de participar en las fiestas abakuá y entrar en el fambá o cuarto secreto, como iniciados y ecobios (hermanos en la religión) que eran, mas los negros se negaban. 



El ilustre investigador cubano Fernando Ortiz, citado por Tato Quiñones, argumenta que ‘“el negro, por defensa, era entonces racista, como por otros motivos lo era el blanco, y la actitud del ñáñigo era la de todo oprimido, cautelosa, desconfiada y apartadiza’. Dicho de mejor manera ‘de un lado los esclavos con su carga de opresión, explotación y marginación social; del otro los esclavistas. A cada polo corresponde un color de la piel: el esclavista es blanco; el esclavo es negro. La lucha de clases lleva inmersa el conflicto racial”. 

No es casual, entonces, que muchos juegos abakuá, inicialmente de negros no juraran a blancos hasta bien avanzado el siglo XX. Disímiles son los documentos, actas, notas bibliograficas que recogen enfrentamientos entre diferentes juegos, sobre todo, después del juramento de los blancos. 

De cualquier modo, el ñañiguismo salió ganando luego de la incorporación de éstos y el mestizaje que resultó de aquello, lo cual contribuía al proceso de integración nacional. Aún con cierta prejuicio, tuvo que reconocerlo el celador policial de La Habana, Rafael Roche Monteagudo, sórdido perseguidor de los ñáñigos durante las últimas décadas del siglo XIX:


“[…] sin embargo se apaciguó la corriente racista en los negros […] con lo que la sociedad africana, grosera, idólatra, salvaje, atávica, ridícula, pero humana, fraternal, caritativa y hasta moral, siendo de negros, pasó a ser un verdadero conglomerado de blancos que gustaban las mujeres de color y que se hacían hermanos para dárselas de valientes, y de pícaros y guapos, blancos que se introdujeron y hablaron el ñáñigo […]”.

De tal suerte, continuaron incrementándose los juegos de blancos y mixtos, por lo que las autoridades, preocupadas, aumentaron su persecución. ¿Cómo explicar, en pleno proceso esclavista la esta unidad interracial? Entonces les echaron la culpa al ñañiguismo de cuanta reyerta callejera sucediera. 



Cierto que dentro de la Sociedad abakuá permea el ambiente marginal, pero no es el abakuá quien crea las normativas del ambiente o del barrio, sino a la inversa, es la mentalidad del barrio, del ambiente hostil, de la marginalidad, la que históricamente ha permeado el mundo abakuá.



Sin embargo, pese a la pésima conducta que se les atribuía, encontraron los abakuá amplias muestras de solidaridad en el barrio, y en ocasiones ekue, el tambor secreto más querido por los ñáñigos, fue salvado incluso por mujeres.



“Hace muchos años, la Potencia Otán Efor, en Regla, creyó perdido el suyo -nos dice Lydia Cabrera-. La autoridad se había presentado en el Plante que celebraban, y aunque muchos de los moninas huyeron, unos saltando las cercas, otros por los tejados y otros abriéndose paso por la calle, la policía, la maldita ‘jara’, se llevó sus ‘feferes’ […] Días después, cuando todo peligro había pasado y lloraban los Otán Efor la pérdida de su Ekue, la mujer del Iyamba de aquella Potencia, llamó a su marido y, sin darle la menor importancia, le dijo que fuese al gallinero que había allí una cosa que creía era suya.” 

Los iniciados también fueron defendidos no pocas veces por la comunidad. Según diversas versiones, los vecinos de un solar de Jesús María frustraron el intento policial de sorprender el plante de Equereguá. La narración de boca en boca explica cómo los agentes del orden fueron boicoteados por la reacción popular, que lanzaba palos, piedras, agua caliente y cuanto objeto encontraba a mano. Casos como aquel debieron haberse escenificado frecuentemente, de acuerdo con un informe oficial que reconoce:

“La osadía de los ñáñigos llega al extremo de que los agentes de la autoridad han sido apedreados en distintas ocasiones por ellos cuando han tratado de evitar o reprimir los escandalosos hechos cuando salen en cuerpo a la calle.” 

El proceso de mestizaje del ñañiguismo continuó in crescendo, tanto que ya en la década del 40 del pasado siglo XX un viejo descendiente de carabalí le aseguraba a Lydia Cabrera que en aquella época no existían juegos puros. 

Al fenómeno puede haber contribuido también el desarrollo del carnaval habanero, en cuyas comparsas tuvo un alto protagonismo la Sociedad Abakuá. Ya desde finales del siglo XIX nos cita una fuente que en 1898 a “La comparsa El Yumurí, perteneciente al barrio del Pilar, con motivos de los festejos invernales, se le permitió recorrer las calles la tarde y noche del 8 de Marzo, compuesta en su mayoría de miembros afiliados al juego de los Gumanes. “Igual concesión se le hizo a la de Los Congos Libres, que la forman individuos del Efericomó […]


Como sabemos las comparsas del pueblo habanero se fueron integrando a través de la fusión en el tiempo de determinadas manifestaciones de la población blanca y sus descendientes, así como de los negros y criollos que crearon sus modos de diversión, a partir de las tradiciones de los barrios


Se sabe que siempre hubo antagonismos, se reconoce que existieron celos entre comparsas, nadie discute de muchos litigios surgidos entre éstas y cómo los abakuá asumieron muchas veces el “combate”, pero resulta incuestionable su implicación en el proceso de mestizaje cultural.



El investigador Tato Quiñones explica que “no pocas veces surgían litigios entre las comparsas habaneras por celos en el vestuario, la música e incluso por mujeres y que probablemente, quienes dirimían los problemas eran los abakuá.



“Una vez terminado el paseo después de desfilar por el Capitolio, las comparsas se dividían en congas: se desarmaba la coreografía, se desarticulaba el espectáculo y la gente del barrio las esperaba. Si eran de Atarés, bajaban por Monte; si de Colón, tomaban hacia el lado opuesto. Y en ese recorrido se formaban broncas. A veces se encontraban las congas, se enfrentaban y esto trascendía a los barrios…, no era Kanfioró y Bumá, era el barrio que ocasionaba la lipidia. Y los abakuá la asumían como suya. Se ubicaban en el lío.”

Pero las comparsas, independientemente de ser de donde fueran, eran mestizas, como sus integrantes. Y la Sociedad Abakuá tuvo mucho que ver con ello. Debido a su mala fama, quizás por prejuicios, desconocimiento y estereotipos, el ñañigismo sufrió durante mucho tiempo la imcomprensión y la culpa de muchos.

Pero, forzado a vivir encubierto, superó obstáculos, mintió, se adaptó a nuevas condiciones, aunque sin perder la esencia. En reiteradas ocasiones reportaban las autoridades que habían extirpado la Sociedad Abakuá, en reiteradas ocasiones tuvieron que desmentirse; en reiteradas ocasiones muchos juegos aseguraban haberse disuelto, en reiteradas ocasiones resurgían cual Ave Fénix: de sus cenizas, con nuevos bríos y mayor número de integrantes, cada vez más mestizos, cada vez más criollos, cada vez más cubanos.