Por: Ramón Torres
En realidad, el Congo era
uno solo; pero las potencias europeas se encargaron de repartírselo, y la
región quedó dividida en dos: de una parte el Congo Brazzaville, bajo el
dominio francés, que se extendía entre el río Congo y la colonia alemana del
Camerún; al otro lado, el Congo Belga, que ocupaba la cuenca del Congo superior
y medio, cuya capital era Leopoldville (luego Kinshasa).
Después de múltiples
protestas el Congo Leopoldville ganó su independencia hacia el 30 de junio de
1960. Pero las disputas étnicas estimuladas por los gobiernos procolonialistas
provocaron disturbios y revueltas militares, por lo que, sin tener en cuenta la
oposición del líder del Movimiento Nacional, Patricio Lumumba, los belgas desplegaron
las tropas que todavía tenían en el territorio para “restaurar el orden y
garantizar la seguridad de la población blanca”.
Lumumba, resultó prisionero
y misteriosamente asesinado, el 17 de enero de 1961. Se inició entonces una
guerra civil encabezada por Pierre Mulele en el oeste, y Laurent-Désiré Kabila,
hacia el este de la capital.
En1965, el líder
cubano-argentino Ernesto Che Guevara se comprometió a ofrecer su experiencia
guerrillera al movimiento lumumbista, sobre la base de una total reserva. Se
sometió a una mutación que le facilitaría la entrada a la nación africana sin
ser reconocido. Se convirtió en Tatu.
Víctor Dreke/Moja
Dreke, durante una intervención recordando los hechos
En Cuba asociábamos
África con Tarzán, las selvas, monos, negritos con taparrabos, a partir de las
narraciones contadas por blancos reaccionarios que no eran fieles a la verdad
histórica. Un buen día me separan de la tropa y me explican que un comandante
llamado Ramón quería saludarme, porque había compartido conmigo durante la
campaña revolucionaria. Me condujeron a una casa. El tal Ramón también estaba
allí. Escribía. Se interrumpe y me lo presentan. Me interrogan si sabía quién
era. Yo confieso que jamás lo había visto. Lo observo detenidamente: con pelo,
amplios espejuelos, abultada la cara. No cabía duda: era un desconocido para
mí. De él dominaba únicamente que sería el máximo jefe del grupo, pero nada
más. Hasta que me habló: “Yo soy el Che”… entonces sí me quedé con la boca
abierta.
Partimos, el primero de abril de 1965, el Che, Papi y yo. En Tanzania
nos recibe el embajador cubano Pablo Rivalta, ex-soldado del Che. Por lo
pronto, debíamos esperar a unos 30 compañeros que arribarían desde distintos puntos:
Italia, Francia, Rusia. Los primeros 14 fuimos para Kigoma, en la frontera con
el Congo, a donde teníamos que llegar lo más inadvertidos posible.
Para nosotros fue impresionante arribar a tierras congoleñas y ver toda
aquella gente armada y sin organización. Dentro de las casas, junto a las
mujeres y los niños, había chivos y otros animales. Supuse que así estarían
nuestros mambises en la manigua, pero ahora atravesábamos pleno siglo XX.
Es duro reconocerlo, pero nuestra posición distaba de ser ventajosa y,
luego, la desorganización existente en las filas congoleñas y ruandesas conspiraba
aún más. Eso se lo hice saber a Tatu, cuando requirió de mi información. Nadie
suponía que estaba frente al Guerrillero Heroico, para ellos era el blanco
Tatu. Algunos no conocían siquiera de Cuba, creían que Fidel era negro. No
concebían a un blanco con sus ideas.
Freddy Ilanga Yaü, el traductor
Los congoleños me
comentaban que en Cuba el negro y el blanco gozaban de igual derecho, pero de
esa isla caribeña sabía poco, y no todo bueno, pues se afirmaba que Cuba era un
país de rebeldes, malhechores, que tomaron el gobierno por las armas matando a
personas decentes, quitándoles sus bienes.
Sin embargo, según
nos habían informado, el jefe del grupo recién llegado era el negro Moja, pues
Tatu fue presentado como médico y traductor. Este último tenía una mirada
irónica y nunca lo vi intimar con sus compatriotas; al contrario, la mayoría de
las veces se encontraba apartado con aires de intelectual en plena selva. Sentí
rechazo hacia él desde el primer momento. Lo consideraba un blanquito engreído.
El 28 de mayo llega
el jefe de Estado Mayor, Mitudidi Leornard, a quien yo conocía desde el
principio de la guerra del Congo porque, aunque del mismo país, proveníamos de
etnias diferentes, y si quería entenderse con nosotros debía hablar swahili o
mituojili, las dos lenguas fundamentales empleadas por nuestra gente para
comerciar en la región, pero él no sabía. Yo, en cambio, era hábil en esto de
los lenguajes, dominaba el suyo, y otros más. Fue así como me convertí, por
casualidad, en el traductor del entonces asesor político Mitudidi.
A poco fui llamado
para desempeñarme como profesor y traductor de Tatu, lo cual para mí constituyó
una “bomba”.¡Nada fácil para un adolescente de 16 años! Para nosotros la raza
blanca se había convertido en símbolo de penalidades, de arrogancia mostrada
por el dominio belga que enarboló la superioridad sobre el negro, de
explotación y servidumbre. Resultaba difícil cambiar nuestra apreciación cuando
apenas llevábamos tres años y diez meses de independencia, luego de ocho
décadas de colonización y ultraje europeo.
Mas a la larga tuve
que cambiar. Recuerdo que habitualmente solíamos visitar al jefe de Estado
Mayor. En uno de esos recorridos se nos acerca un soldado y nos informa que Mitudidi
había muerto. ¡Primera vez que veo transformarse la fisonomía de Tatu! ¡Sentía,
profundamente, la muerte de uno de los nuestros!
Aquello iba
metamorfoseándome. Él tenía la costumbre de colocar la cantimplora donde todos,
sin diferencias. Él asumía cualquier tipo de trabajo como el más simple de los
soldados. Y todo ello contribuyó a que se operara en mí un cambio de actitud
hacia él.
Cuando yo me enfermé,
permanecí mucho tiempo inconsciente, pero estoy seguro que él podía ordenar que
lo sustituyeran y sería obedecido al instante; sin embargo, quería estar cerca de
mí. No estaba haciendo propaganda.
San Sorí, un testigo
de los hechos, afirmaba que todos sus compañeros se decían:
—Si el negro se
muere, olvidémonos de volver a Cuba, porque si el Che lo cuida tanto,
imagínense si se nos va el muchacho.
Rafael Zerquera/Médico
Rafael Zerquera y Freddy Ilunga
En abril salimos
Torres, Pichardo, Chivás y yo rumbo a Moscú. Tres hombres más se sumaron en
aquella ciudad. Después a El Cairo (otros tres), es decir que conmigo ya éramos
10, ese fue el nombre que me pusieron más tarde, Kumi (10 en swahili).
En Dar-es-Salaam
(Tanzania) nos unimos a un grupo que se había adelantado. Estábamos ya el
equipo que debía atravesar el lago Tangañica, sin que se presentara nuestro
líder. Dreke nos dirigía, pero se notaba que obedecía órdenes de alguien. Casi
todos éramos negros excepto dos hombres blancos. Uno de ellos nos dijo que
teníamos que reunirnos y, sentados a la mesa, pregunta si alguien sabía quién
era él. Yo me lo sospechaba, pues desde hacía tiempo estaba fuera de
circulación. Pero me callé por respeto. Se me acerca el hombre, me interroga
directamente y le digo que me imagino. Me presiona:
—¿Quién soy?
—Usted es Che —contesto—.
Ya sabíamos de
nuestra misión. Tatu, nuestro Che, nos había dado los nombres. Estábamos en el
Congo a petición de los dirigentes del movimiento de Liberación Nacional para
ayudar a ese pueblo. Se había manejado, primero, que ellos viajaran a Cuba para
recibir instrucción, pero luego Che consideró más apropiado enseñarlos en el
terreno.
Todo parecía indicar
que efectivamente existía un movimiento serio, que daba vivas, consignas y cantos a la revolución: “¡Kabila
eh, Kabila va!, ¡eroa Kabila!”, y a Mulele; pero en realidad era un mito, un
espejismo, porque al último nunca lo vimos, y en el caso de Kabila, se nos
apareció a principios de julio y hasta a mí, que le había calculado poco tiempo
con nosotros, me sorprendió con su rápida despedida, cinco días después.
Aquellos negros
andaban desaparecidos. Sin que Tatu lo supiera di una vuelta por los
alrededores y hallé unos fusiles abandonados. Se lo digo al jefe y lo que
recibo es un regaño por desobedecerlo, pero salió y volvió con otros fusiles
más.
—Tú ganas. Encontré
quince —me tranquilizó.
Él se había dado
cuenta de lo que estaba pasando, de la desorganización que había, de lo difícil
de la situación.
Y yo me empecé a
preparar; aprendí a tirar y le dije a Tatu que podía contar conmigo, aunque eso
no diera para un buen final. Yo fui como médico, pero al principio no sabía qué
hacer. Entonces Tatu me dio otra lección.
—¿Para qué viniste
aquí? Coge tu maletín y sígueme —y llamó también a Fredy Ilanga, su traductor.
Recorrimos todos los
quimbos, preguntando dónde había un enfermo. Eso era nuevo en la zona, nunca un
médico se había preocupado por ellos. Aquello se puso repleto.
Y me puse en
actividad. Busqué otra ayuda. Me acuerdo que en la Sierra el mejor colaborador
que tuve fue un brujo, quien me mandaba a todo el mundo diciendo que yo era el
enviado de Dios. Lloró y todo cuando me fui, y vino de visita a verme a La
Habana. En el Congo, tuve al muganga,
que veía en peligro su poder, pero colaboró y organizó la consulta. Así
mantenía su prestigio.
Comunicador
Rumbaut
Corría 1965 y ya
había caminado bastante en el giro. Un día me llama Guelmes, el jefe de
comunicaciones del Estado Mayor General, y me pregunta:
—¿Qué tú crees de una
misión internacionalista?
—Mira, Guelmes —le
contesté—, el día que a un miembro de las FAR haya que preguntarle su opinión
acerca de una misión de esta naturaleza, pienso que hasta ese momento fue
oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
—No esperaba menos de
ti —agregó—. Me alegra eso.
Y comienza a
explicarme que se preparaba una expedición en la cual hacía falta un jefe de
Comunicaciones.
Al saber que nuestra
empresa duraría alrededor de cinco años, considero necesario incorporar un
técnico de radio que se hiciera cargo de posibles roturas.
El tiempo apremiaba,
así que pronto salimos para Tanzania, donde nos enteramos por unas grabaciones
lo que estaba ocurriendo en el Congo. Se mencionaba con mucha frecuencia el
nombre de Tatu y supusimos que se trataba de algún caudillo congoleño
relevante.
A mediados de octubre
llegamos a Kigoma, donde me entrevisté con Kabila e intercambiamos criterios,
Cruzamos el lago Tangañica e instalamos la planta de radio en la base de Luluabourg,
ubicada en una montaña muy alta. Pronto establecimos contacto con Kigoma que
comunicaba con Dar-es-Salam. Poco a poco fuimos corrigiendo las dificultades.
Ya sabíamos que Tatu
era nuestro Che. Ya nuestro máximo líder tenía comunicación en el Congo.
El Jimagua/Sita
En Dar-es-Salaam.
Éramos solo seis (este último número me correspondió como nombre en la misión:
Sita.
Dreke nos recibió y
se nos informó que debíamos esperar a otro grupo, así que debíamos hospedarnos
en una casita, donde hicimos el primer contacto con el Che, quien no quería que
ningún africano cocinara. “Que cocinen los jimaguas”, decidió. Aunque le dije
que no sabía, insistió: “Hoy te sale malo, mañana mejor y después verás que ya
aprenderás”. Ahí se inició nuestra relación personal.
Tatu se convirtió en
mi amigo, mi hermano, mi médico…, incluso me permitía algunas jaranas, porque
nos acercamos bastante.
Cruzamos el lago con
mil dificultades y en Kigoma hicimos contacto con el Movimiento de Liberación
Nacional. Comenzamos las actividades en serio, pues aquella gente tenía
armamento, pero no sabía usarlo…; es más, lo empleaba para cazar monos.
Al final, el enemigo
nos acorraló contra el lago. Tatu nos habló entonces de separarnos y así lo
hicimos para regresar. Él era muy prudente en todo. Llegué a tomarle el mismo
cariño que le tuve a mi hermano jimagua.
Nane
Cuando se decide lo
del Congo, no me toma por sorpresa, pues yo fui de los que participé en el
comité de recepción de los distintos ejércitos (Oriente, Centro y Occidente.
Entonces, hablé con Dreke y me auto propuse para incorporarme al grupo,
Después del trío Che,
Dreke y Tamayo; salimos Tisa, Saba (uno de los mellizos) y yo. Resultó un poco
complicado alcanzar Tanzania; incluso, un grupo que salió después que nosotros,
llegó primero. Al final, pudimos lograrlo y, hospedados en una casa, Drieke nos
presenta a un tal Julio. Me pareció raro aquello, sobretodo porque conocía del
Frente y de la Seguridad en 5ª. y 14 a Tamayo, también al propio Dreke, pero de
aquel personaje no sabía nada. Sin embargo, mantuve la discreción. Fue el
propio Che quien, a los cuatro o cinco días, casi 24 horas antes de cruzar para
el Congo, nos dice quién era, que dirigiría una misión cuya duración podría
extenderse hasta cinco años y que eso era voluntario, por lo cual entendía que
alguno quisiera regresar en ese instante.
Luego, en dirección a
las manecillas del reloj, nos fue dando nuestros nombres de guerra, que anotaba
en una libreta. A mí me correspondió Nane, que significaba 8 en swahili. Él se
convertiría en Tatu.
Un día de camino nos
costó llegar a la frontera. Íbamos por los terraplenes, incómodos en una camioneta y bajo un calor
sofocante, con solo un pedazo de pan con sardina que distribuyó Dreke. Éramos
14 guerrilleros dispuestos a lo que fuera.
Atravesamos el lago y
montamos un campamento provisional. A poco, ya nos enfermábamos Dreke (que
ahora se llamaba Moja), Tano y yo. Se nos unieron otros compañeros y hubo de
trasladar la comandancia hacia un monte cercano, pero los enfermos quedamos
abajo, con Kumi, el médico del equipo.
Ataque serio, solo
fue el de Katenga, pero se nos hizo difícil, pues la gente se nos iba quedando
en el camino y tuvimos que tomar la vanguardia nosotros, los cubanos. Con los
primeros heridos, terminaron de abandonarnos los congoleños que nos quedaban, y
por poco matan al muganga, a quien culpaban de la cantidad de pérdidas humanas,
porque no había hecho una brujería buena. El hombre tuvo que dejar la región,
por lo que nombraron a otro hechicero.
Después nos dedicamos
a hacer emboscadas y reconocimientos hasta que Tatu plantea unificar todas las
fuerzas cubanas, ya que ni con los congoleños ni los ruandeses se podía contar.
Iniciamos algunas acciones de éxito, pero la ofensiva enemiga nos obligó
refugiarnos nuevamente en la orilla del lago hasta que se determinó la salida. De
cualquier modo, siempre fue un privilegio participar en esa campaña.
Epílogo
Aunque el propio Tatu
calificara la travesía por el Congo como un fracaso, lo cierto es que la misión
contribuyó, ¡y mucho!, al despertar de las dormidas naciones africanas.
Que la inmadurez
política hiciera recelar a los congoleños sobre cualquier posible ayuda, que la
abrupta desaparición del preclaro Patrice Lumumba frustrara el trayecto
libertario sumiendo al país en una alevosa guerra civil estimulada por la
perfidia imperialista, que los
mismísimos explotados se lanzaran cual jaurías sobre el poder, contra sus
explotadores e, incluso, contras sus propios hermanos oprimidos, no es algo que
asombre cuando ha permanecido maniatada la voluntad de los pueblos durante
décadas, años, y hasta centurias. La anarquía suele enseñorearse, se desatan
las pasiones, y el odio contenido acaba por debilitar el propósito
descolonizador.
Sin embargo, aquella
fue también la escuela de Cabila y de Mulele, la que sirvió para que el pueblo
congoleño abriera, a la postre, los ojos ante un universo diferente,
ejemplarizante e independiente.
Con los hombres de
Tatu, se abría igualmente el camino hacia un conjunto de misiones
internacionalistas cubanas en el África Susahariana, y más que el sabor amargo
de la inmadurez, quedó el dulce recuerdo de esa gran familia que se
reencontraba, porque Cuba es deudora de los ancestros africanos que tanto
contribuyeron a su cultura, y se humanizaban más unos y otros a ambos lados del
Atlántico.
A la luz de los años,
los hombres de Tatu no ven en la travesía congoleña el devastador fracaso que
entonces creyeron, sino una etapa de crecimiento a la vez que trampolín para
otras metas mayores, y la posibilidad de aprender sobre la marcha del
indiscutible conductor que fuera Che, ese ser irrepetible capaz superarse a sí
mismo y situarse por encima de localismos pueriles, y mirar al hombre en su
justa medida más allá de su cromatismo, y de enseñar con ejemplar magisterio
cuanto se puede aprender de las adversidades.
(Fragmentos del libro
Los hombres de Tatu, de Ramón Torres. Ed. Abril, 2018)