viernes, 23 de abril de 2021

En post de Tatu

Por: Ramón Torres

En realidad, el Congo era uno solo; pero las potencias europeas se encargaron de repartírselo, y la región quedó dividida en dos: de una parte el Congo Brazzaville, bajo el dominio francés, que se extendía entre el río Congo y la colonia alemana del Camerún; al otro lado, el Congo Belga, que ocupaba la cuenca del Congo superior y medio, cuya capital era Leopoldville (luego Kinshasa).

Después de múltiples protestas el Congo Leopoldville ganó su independencia hacia el 30 de junio de 1960. Pero las disputas étnicas estimuladas por los gobiernos procolonialistas provocaron disturbios y revueltas militares, por lo que, sin tener en cuenta la oposición del líder del Movimiento Nacional, Patricio Lumumba, los belgas desplegaron las tropas que todavía tenían en el territorio para “restaurar el orden y garantizar la seguridad de la población blanca”.

Lumumba, resultó prisionero y misteriosamente asesinado, el 17 de enero de 1961. Se inició entonces una guerra civil encabezada por Pierre Mulele en el oeste, y Laurent-Désiré Kabila, hacia el este de la capital.

En1965, el líder cubano-argentino Ernesto Che Guevara se comprometió a ofrecer su experiencia guerrillera al movimiento lumumbista, sobre la base de una total reserva. Se sometió a una mutación que le facilitaría la entrada a la nación africana sin ser reconocido. Se convirtió en Tatu.

Víctor Dreke/Moja

Dreke, durante una intervención recordando los hechos
En Cuba asociábamos África con Tarzán, las selvas, monos, negritos con taparrabos, a partir de las narraciones contadas por blancos reaccionarios que no eran fieles a la verdad histórica. Un buen día me separan de la tropa y me explican que un comandante llamado Ramón quería saludarme, porque había compartido conmigo durante la campaña revolucionaria. Me condujeron a una casa. El tal Ramón también estaba allí. Escribía. Se interrumpe y me lo presentan. Me interrogan si sabía quién era. Yo confieso que jamás lo había visto. Lo observo detenidamente: con pelo, amplios espejuelos, abultada la cara. No cabía duda: era un desconocido para mí. De él dominaba únicamente que sería el máximo jefe del grupo, pero nada más. Hasta que me habló: “Yo soy el Che”… entonces sí me quedé con la boca abierta.

Partimos, el primero de abril de 1965, el Che, Papi y yo. En Tanzania nos recibe el embajador cubano Pablo Rivalta, ex-soldado del Che. Por lo pronto, debíamos esperar a unos 30 compañeros que arribarían desde distintos puntos: Italia, Francia, Rusia. Los primeros 14 fuimos para Kigoma, en la frontera con el Congo, a donde teníamos que llegar lo más inadvertidos posible.

Para nosotros fue impresionante arribar a tierras congoleñas y ver toda aquella gente armada y sin organización. Dentro de las casas, junto a las mujeres y los niños, había chivos y otros animales. Supuse que así estarían nuestros mambises en la manigua, pero ahora atravesábamos pleno siglo XX.

Es duro reconocerlo, pero nuestra posición distaba de ser ventajosa y, luego, la desorganización existente en las filas congoleñas y ruandesas conspiraba aún más. Eso se lo hice saber a Tatu, cuando requirió de mi información. Nadie suponía que estaba frente al Guerrillero Heroico, para ellos era el blanco Tatu. Algunos no conocían siquiera de Cuba, creían que Fidel era negro. No concebían a un blanco con sus  ideas.

Freddy Ilanga Yaü, el traductor

Los congoleños me comentaban que en Cuba el negro y el blanco gozaban de igual derecho, pero de esa isla caribeña sabía poco, y no todo bueno, pues se afirmaba que Cuba era un país de rebeldes, malhechores, que tomaron el gobierno por las armas matando a personas decentes, quitándoles sus bienes.

Sin embargo, según nos habían informado, el jefe del grupo recién llegado era el negro Moja, pues Tatu fue presentado como médico y traductor. Este último tenía una mirada irónica y nunca lo vi intimar con sus compatriotas; al contrario, la mayoría de las veces se encontraba apartado con aires de intelectual en plena selva. Sentí rechazo hacia él desde el primer momento. Lo consideraba un blanquito engreído.

El 28 de mayo llega el jefe de Estado Mayor, Mitudidi Leornard, a quien yo conocía desde el principio de la guerra del Congo porque, aunque del mismo país, proveníamos de etnias diferentes, y si quería entenderse con nosotros debía hablar swahili o mituojili, las dos lenguas fundamentales empleadas por nuestra gente para comerciar en la región, pero él no sabía. Yo, en cambio, era hábil en esto de los lenguajes, dominaba el suyo, y otros más. Fue así como me convertí, por casualidad, en el traductor del entonces asesor político Mitudidi.

A poco fui llamado para desempeñarme como profesor y traductor de Tatu, lo cual para mí constituyó una “bomba”.¡Nada fácil para un adolescente de 16 años! Para nosotros la raza blanca se había convertido en símbolo de penalidades, de arrogancia mostrada por el dominio belga que enarboló la superioridad sobre el negro, de explotación y servidumbre. Resultaba difícil cambiar nuestra apreciación cuando apenas llevábamos tres años y diez meses de independencia, luego de ocho décadas de colonización y ultraje europeo.

Mas a la larga tuve que cambiar. Recuerdo que habitualmente solíamos visitar al jefe de Estado Mayor. En uno de esos recorridos se nos acerca un soldado y nos informa que Mitudidi había muerto. ¡Primera vez que veo transformarse la fisonomía de Tatu! ¡Sentía, profundamente, la muerte de uno de los nuestros!

Aquello iba metamorfoseándome. Él tenía la costumbre de colocar la cantimplora donde todos, sin diferencias. Él asumía cualquier tipo de trabajo como el más simple de los soldados. Y todo ello contribuyó a que se operara en mí un cambio de actitud hacia él.

Cuando yo me enfermé, permanecí mucho tiempo inconsciente, pero estoy seguro que él podía ordenar que lo sustituyeran y sería obedecido al instante; sin embargo, quería estar cerca de mí. No estaba haciendo propaganda.

San Sorí, un testigo de los hechos, afirmaba que todos sus compañeros se decían:

—Si el negro se muere, olvidémonos de volver a Cuba, porque si el Che lo cuida tanto, imagínense si se nos va el muchacho.

Rafael Zerquera/Médico

Rafael Zerquera y Freddy Ilunga
En abril salimos Torres, Pichardo, Chivás y yo rumbo a Moscú. Tres hombres más se sumaron en aquella ciudad. Después a El Cairo (otros tres), es decir que conmigo ya éramos 10, ese fue el nombre que me pusieron más tarde, Kumi (10 en swahili).

En Dar-es-Salaam (Tanzania) nos unimos a un grupo que se había adelantado. Estábamos ya el equipo que debía atravesar el lago Tangañica, sin que se presentara nuestro líder. Dreke nos dirigía, pero se notaba que obedecía órdenes de alguien. Casi todos éramos negros excepto dos hombres blancos. Uno de ellos nos dijo que teníamos que reunirnos y, sentados a la mesa, pregunta si alguien sabía quién era él. Yo me lo sospechaba, pues desde hacía tiempo estaba fuera de circulación. Pero me callé por respeto. Se me acerca el hombre, me interroga directamente y le digo que me imagino. Me presiona:

—¿Quién soy?

—Usted es Che —contesto—.

Ya sabíamos de nuestra misión. Tatu, nuestro Che, nos había dado los nombres. Estábamos en el Congo a petición de los dirigentes del movimiento de Liberación Nacional para ayudar a ese pueblo. Se había manejado, primero, que ellos viajaran a Cuba para recibir instrucción, pero luego Che consideró más apropiado enseñarlos en el terreno.

Todo parecía indicar que efectivamente existía un movimiento serio, que daba  vivas, consignas y cantos a la revolución: “¡Kabila eh, Kabila va!, ¡eroa Kabila!”, y a Mulele; pero en realidad era un mito, un espejismo, porque al último nunca lo vimos, y en el caso de Kabila, se nos apareció a principios de julio y hasta a mí, que le había calculado poco tiempo con nosotros, me sorprendió con su rápida despedida, cinco días después.

Aquellos negros andaban desaparecidos. Sin que Tatu lo supiera di una vuelta por los alrededores y hallé unos fusiles abandonados. Se lo digo al jefe y lo que recibo es un regaño por desobedecerlo, pero salió y volvió con otros fusiles más.

—Tú ganas. Encontré quince —me tranquilizó.

Él se había dado cuenta de lo que estaba pasando, de la desorganización que había, de lo difícil de la situación.

Y yo me empecé a preparar; aprendí a tirar y le dije a Tatu que podía contar conmigo, aunque eso no diera para un buen final. Yo fui como médico, pero al principio no sabía qué hacer. Entonces Tatu me dio otra lección.

—¿Para qué viniste aquí? Coge tu maletín y sígueme —y llamó también a Fredy Ilanga, su traductor.

Recorrimos todos los quimbos, preguntando dónde había un enfermo. Eso era nuevo en la zona, nunca un médico se había preocupado por ellos. Aquello se puso repleto.

Y me puse en actividad. Busqué otra ayuda. Me acuerdo que en la Sierra el mejor colaborador que tuve fue un brujo, quien me mandaba a todo el mundo diciendo que yo era el enviado de Dios. Lloró y todo cuando me fui, y vino de visita a verme a La Habana. En el Congo, tuve al muganga, que veía en peligro su poder, pero colaboró y organizó la consulta. Así mantenía su prestigio.

Comunicador

Rumbaut

Corría 1965 y ya había caminado bastante en el giro. Un día me llama Guelmes, el jefe de comunicaciones del Estado Mayor General, y me pregunta:

—¿Qué tú crees de una misión internacionalista?

—Mira, Guelmes —le contesté—, el día que a un miembro de las FAR haya que preguntarle su opinión acerca de una misión de esta naturaleza, pienso que hasta ese momento fue oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

—No esperaba menos de ti —agregó—. Me alegra eso.

Y comienza a explicarme que se preparaba una expedición en la cual hacía falta un jefe de Comunicaciones.

Al saber que nuestra empresa duraría alrededor de cinco años, considero necesario incorporar un técnico de radio que se hiciera cargo de posibles roturas.

El tiempo apremiaba, así que pronto salimos para Tanzania, donde nos enteramos por unas grabaciones lo que estaba ocurriendo en el Congo. Se mencionaba con mucha frecuencia el nombre de Tatu y supusimos que se trataba de algún caudillo congoleño relevante.

A mediados de octubre llegamos a Kigoma, donde me entrevisté con Kabila e intercambiamos criterios, Cruzamos el lago Tangañica e instalamos la planta de radio en la base de Luluabourg, ubicada en una montaña muy alta. Pronto establecimos contacto con Kigoma que comunicaba con Dar-es-Salam. Poco a poco fuimos corrigiendo las dificultades.

Ya sabíamos que Tatu era nuestro Che. Ya nuestro máximo líder tenía comunicación en el Congo.

El Jimagua/Sita

En Dar-es-Salaam. Éramos solo seis (este último número me correspondió como nombre en la misión: Sita.

Dreke nos recibió y se nos informó que debíamos esperar a otro grupo, así que debíamos hospedarnos en una casita, donde hicimos el primer contacto con el Che, quien no quería que ningún africano cocinara. “Que cocinen los jimaguas”, decidió. Aunque le dije que no sabía, insistió: “Hoy te sale malo, mañana mejor y después verás que ya aprenderás”. Ahí se inició nuestra relación personal.

Tatu se convirtió en mi amigo, mi hermano, mi médico…, incluso me permitía algunas jaranas, porque nos acercamos bastante.

Cruzamos el lago con mil dificultades y en Kigoma hicimos contacto con el Movimiento de Liberación Nacional. Comenzamos las actividades en serio, pues aquella gente tenía armamento, pero no sabía usarlo…; es más, lo empleaba para cazar monos.

Al final, el enemigo nos acorraló contra el lago. Tatu nos habló entonces de separarnos y así lo hicimos para regresar. Él era muy prudente en todo. Llegué a tomarle el mismo cariño que le tuve a mi hermano jimagua.

Nane

Cuando se decide lo del Congo, no me toma por sorpresa, pues yo fui de los que participé en el comité de recepción de los distintos ejércitos (Oriente, Centro y Occidente. Entonces, hablé con Dreke y me auto propuse para incorporarme al grupo,

Después del trío Che, Dreke y Tamayo; salimos Tisa, Saba (uno de los mellizos) y yo. Resultó un poco complicado alcanzar Tanzania; incluso, un grupo que salió después que nosotros, llegó primero. Al final, pudimos lograrlo y, hospedados en una casa, Drieke nos presenta a un tal Julio. Me pareció raro aquello, sobretodo porque conocía del Frente y de la Seguridad en 5ª. y 14 a Tamayo, también al propio Dreke, pero de aquel personaje no sabía nada. Sin embargo, mantuve la discreción. Fue el propio Che quien, a los cuatro o cinco días, casi 24 horas antes de cruzar para el Congo, nos dice quién era, que dirigiría una misión cuya duración podría extenderse hasta cinco años y que eso era voluntario, por lo cual entendía que alguno quisiera regresar en ese instante.

Luego, en dirección a las manecillas del reloj, nos fue dando nuestros nombres de guerra, que anotaba en una libreta. A mí me correspondió Nane, que significaba 8 en swahili. Él se convertiría en Tatu.

Un día de camino nos costó llegar a la frontera. Íbamos por los terraplenes,  incómodos en una camioneta y bajo un calor sofocante, con solo un pedazo de pan con sardina que distribuyó Dreke. Éramos 14 guerrilleros dispuestos a lo que fuera.

Atravesamos el lago y montamos un campamento provisional. A poco, ya nos enfermábamos Dreke (que ahora se llamaba Moja), Tano y yo. Se nos unieron otros compañeros y hubo de trasladar la comandancia hacia un monte cercano, pero los enfermos quedamos abajo, con Kumi, el médico del equipo.

Ataque serio, solo fue el de Katenga, pero se nos hizo difícil, pues la gente se nos iba quedando en el camino y tuvimos que tomar la vanguardia nosotros, los cubanos. Con los primeros heridos, terminaron de abandonarnos los congoleños que nos quedaban, y por poco matan al muganga, a quien culpaban de la cantidad de pérdidas humanas, porque no había hecho una brujería buena. El hombre tuvo que dejar la región, por lo que nombraron a otro hechicero.

Después nos dedicamos a hacer emboscadas y reconocimientos hasta que Tatu plantea unificar todas las fuerzas cubanas, ya que ni con los congoleños ni los ruandeses se podía contar. Iniciamos algunas acciones de éxito, pero la ofensiva enemiga nos obligó refugiarnos nuevamente en la orilla del lago hasta que se determinó la salida. De cualquier modo, siempre fue un privilegio participar en esa campaña.

Epílogo

Aunque el propio Tatu calificara la travesía por el Congo como un fracaso, lo cierto es que la misión contribuyó, ¡y mucho!, al despertar de las dormidas naciones africanas.

Que la inmadurez política hiciera recelar a los congoleños sobre cualquier posible ayuda, que la abrupta desaparición del preclaro Patrice Lumumba frustrara el trayecto libertario sumiendo al país en una alevosa guerra civil estimulada por la perfidia imperialista, que  los mismísimos explotados se lanzaran cual jaurías sobre el poder, contra sus explotadores e, incluso, contras sus propios hermanos oprimidos, no es algo que asombre cuando ha permanecido maniatada la voluntad de los pueblos durante décadas, años, y hasta centurias. La anarquía suele enseñorearse, se desatan las pasiones, y el odio contenido acaba por debilitar el propósito descolonizador.

Sin embargo, aquella fue también la escuela de Cabila y de Mulele, la que sirvió para que el pueblo congoleño abriera, a la postre, los ojos ante un universo diferente, ejemplarizante e independiente.

Con los hombres de Tatu, se abría igualmente el camino hacia un conjunto de misiones internacionalistas cubanas en el África Susahariana, y más que el sabor amargo de la inmadurez, quedó el dulce recuerdo de esa gran familia que se reencontraba, porque Cuba es deudora de los ancestros africanos que tanto contribuyeron a su cultura, y se humanizaban más unos y otros a ambos lados del Atlántico.

A la luz de los años, los hombres de Tatu no ven en la travesía congoleña el devastador fracaso que entonces creyeron, sino una etapa de crecimiento a la vez que trampolín para otras metas mayores, y la posibilidad de aprender sobre la marcha del indiscutible conductor que fuera Che, ese ser irrepetible capaz superarse a sí mismo y situarse por encima de localismos pueriles, y mirar al hombre en su justa medida más allá de su cromatismo, y de enseñar con ejemplar magisterio cuanto se puede aprender de las adversidades.

(Fragmentos del libro Los hombres de Tatu, de Ramón Torres. Ed. Abril, 2018)

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