Por: Ramón Torres
Hoy voy a hablar en primera persona del singular, cosa que no acostumbro porque generalmente parecería como que me estoy dando un poco de “autobombo”; pero creo que la situación lo amerita, sobre todo porque Estrella González Noriega, la directora del Instituto Cubano de Antropología (ICAN), se lo merece. Hoy, más gracias a ella que a mí, he recibido en el Palacio de Convenciones el diploma que me acredita como Investigador Titular.
El mérito, insisto, es de ella. La mayoría de los profesionales de la prensa —gremio al cual pertenezco— sabe que da igual ser máster, doctor o investigador de alto vuelo; eso no importa mucho dentro la esfera, al menos para ocupar un cargo “importante” ni para que te reconozcan profesionalmente. Eso clasifica, por lo general, como un “alarde” de suficiencia, pero en realidad se valora poco.
De ahí que un galardón más, o uno menos, suela carecer de atractivo suficiente para que la gente del sector se preocupe por categorizarse como profesor o investigador en cualquiera de los niveles.
Tampoco se corresponde el aumento salarial (ni siquiera ahora) por una Maestría ni Doctorado, de 440 y 825 pesos respectivamente. Pero no creo este el lugar ni el momento para manifestar satisfacciones o contrariedades al respecto.
Desde luego, no quiero ser absoluto. En mi centro de trabajo, la Casa Editora Abril, hay gente que sí se interesa, aunque son muy pocos: Liset Franco, Alicia Centelles, Joaquín Borges Triana, Enrique Mederos o Iramis Alonso seguro que están entre los que favorecen el esfuerzo por la superación.
Y uno, que no es de hierro, salta de orgullo cuando suceden estas cosas, quizás por ese prurito recóndito de haber llegado a la meta. Pero de cualquier modo, tengo que confesar —reitero— que le debo el reconocimiento a Estrella. A Estrella y a Jesús Rafael Robaina Jaramillo, quien también desde su posición al frente del ICAN antes que ella, comenzó a hacerme un expediente. Lamentablemente Robaina se nos fue demasiado pronto y siempre cargaré con esa pena
Me consuela en cambio suponer que Estrella, sin saberlo y sin recibir previa orientación de su predecesor, captó el influjo de aquella idea. Lo cierto es que casi me obligó a presentarme en la “pelea”, y no puedo menos que agradecerle la confianza, porque en el camino, quizás hubo alguien que desconfió, alguno que no quería, incluso personas a quienes les pueden molestar los logros ajenos, pues como dice el refrán: “hay de todo en la viña del Señor”.
Pero Estrella, y otras personas más, tenían que conocer que hoy hemos dado otro saltito hacia el cielo.
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