Por: Ramón Torres
Lo confieso: no había reparado en ello antes de leer La nación sexuada, de Abel Sierra. Los estereotipos nos han marcado de manera tal, que pensamos siempre en un macho/varón/masculino tachonado también con múltiples “encargos” raciales.
Se supone, entonces, que “el negro” no puede ser homosexual, ni bi, ni trans, porque, como dicen por ahí: “¡Qué feo se ve un prieto pajarón o una oscurita lesbiana!”.
Cual si la sexualidad fuera asunto de colores.
Sin embargo, Sierra abrió una brecha diferente dentro del análisis histórico-social, y comenzó proyectando el fenómeno desde la etapa colonial. Aquellas personas esclavizadas, traídas forzosamente la mayoría de las veces sin su “media naranja”, apiñadas y hacinadas en un mismo barco, compartiendo el encierro en un mismo cuarto o durmiendo pegaditas en un mismo barracón, generó sin dudas relaciones de intimidad que terminaban por fuerza en amoríos febriles y en parejas duraderas independientemente del género.
Desde luego, esta ha sido una realidad escasamente estudiada y de la cual muy poco se habla porque fuimos un país con acentuadas cargas discriminatorias estimuladas por una Iglesia Católica que —a decir de Elizabeth Mesías Rodríguez— era “marcadamente androcéntrica y homofóbica que legitimaba la estructura patriarcal de la familia y de la sociedad en general (…)”.[i]
Así tenemos a la figura del negro y la negra que, pese a su “deshumanización” durante años de esclavitud (no se les consideraba persona, sino cosa, mercancía, objeto), igual se les ha construido una imagen hipersexualizada a través de mitos socialmente legitimados: de actividad salvaje, erotismos bestiales y siempre prestos para copular.
De la misma manera, el argumento artístico-religioso contribuyó a perpetuar la imagen. Pinturas de la coqueta mulata de rumbo y el negro curro; representaciones folklóricas y teatralizadas de orichas varoniles como el mujeriego Changó y el agresivo Ogún, así como la zalamera Ochún y la sensual Yemayá; o las vigorosas danzas de tatas paleros e íremes abakuá favorecen, desde lo simbólico, la masculinidad hegemónica.
En cambio, no es conveniente ir tan a la ligera. El discurso se está moviendo incluso en esos espacios aparentemente estáticos, y hoy se cuestiona si hombres y mujeres son tan distintos en todo un rango de actitudes y habilidades que hace cien años nadie se atrevía siquiera mencionar.
El problema del tinte corporal y sus implicaciones sobre la actividad y orientación sexuales ya no se le mira como antes. Lo que más queda de matices es aquella máxima de la sabiduría popular que siempre ha defendido: “Para gustos, los colores”.
Por eso, cuando este 17 de mayo Cuba celebre el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, serán muchas menos las personas negras que se sientan “desterradas” de una opción no necesariamente “hétero”, ni vean invalidadas sus destrezas por desencajar del patrón androcéntrico signado por milenios de segregación y discriminación.
Solo una persona sin sentido común persistiría en sostener la añeja diferenciación, pues está demostrado que en materia de sexo y orientación, el color no importa.
[i] Mesías Rodríguez, Elizabeth. “Rasgos de masculinidades en los esclavos negros de venezuela durante la independencia (1810-1814)”. En Masculinidades. Ensayos histórico-sociales. (Compilador Ramón Rivero Pino). Ed. Cenesex, La Habana, 2016.
Excelente abordagen, abrazos!!
ResponderEliminarGracias, amiga. Era la contribución que le adeudaba a mis diferentes
EliminarBuenisimo! Que la interseccionalid no sea una manera de replicar valores y miradas coloniales, replicandolos, pero una via posibles para la compreencion de inumerables existencias.
ResponderEliminarSíiiiii. Tenemos que pensar en ello con estrategias certeras. Pero ya partimos, así que con buen paso, llegaremos, Marcela
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