Por: Ramón Torres
No vamos a desvelar secretos. Nos atendremos, únicamente, a sucesos de nuestra Habana profunda que por lo común no les despiertan el interés a los historiadores, pero de todas formas ocurrieron. Era el 20 de marzo de 1938, cuando nacía en el barrio de Los Pocitos, del municipio de Marianao, el juego abakuá Isún Efó.
La Sociedad Abakuá, de ascendencia carabalí, era una de las tantas organizaciones religioso-mutualistas que surgieron frente al abuso de los esclavistas allá por el siglo XIX, algunos aseguran que en 1836, cuando el sistema iba entrando en crisis.
Al principio se trataba únicamente de negros caracterizados por su cautela para seleccionar los ekobios, es decir los hermanos en la religión y durante algún tiempo se respetó la exigencia carabalí de no admitir siquiera a los mulatos en la cofradía, porque estos miraban por encima del hombro a los “de color”.
Esos primeros abakuá sí que colaboraban con los suyos, incluso hacían colectas para comprar la libertad de enfermos, desvalidos y alguna que otra figura prominente.
Para hacerse abakuá había (y todavía hay) que ser buen hijo, buen ekobio y algo muy importante, ser hombre a todo.
Con el tiempo, se diseminaron las entidades abakuá por diferentes barrios de La Habana y llegó hasta las zonas urbanas de Matanzas y Cárdenas (siempre en el occidente cubano), y se abrieron a mestizos, chinos y hasta a personas blancas. Luego, en 1876, resultaron prohibidos y se les empezó a conocer como ñáñigos y tuvieron que actuar en la clandestinidad.
Atarés
En la espalda de la bahía habanera se formó un barrio de pobres que surgió como extensión del Cerro y debe su nombre al Castillo de Santo Domingo de Atarés, fundado en 1867 sobre un pequeño fortín al fondo de la bahía habanera.
Cuando casi un siglo después muchos blancos inmigrantes llegaron a ocupar sus alrededores, la zona ya estaba poblada por algunos negros libres y esclavos. Debe entenderse, entonces, por qué sirvió con facilidad como asentamiento de una potencia abakuá tan añeja como Bumá Efó, que solo juramentaba a personas de piel oscura hasta bien entrado el siglo XX, cuando se inició Anacleto, el primer “mulatico blanconazo”, como decían los viejos, hijo de un alto plaza del juego, tierra o potencia (que así se les dice indistintamente a cada grupo ñáñigo) Enyegueyé Efó.
Atarés era, junto con el Pilar y Villanueva, parte de Carraguao o El Horcón, pero al dividirse en barrios desapareció este último, mientras que a la parte de Villanueva se le siguió llamando Carraguao.
Desde 1913 había un "estira y encoge" con la creación de una nueva tierra, puesto que la intentaron crear doce hombres de Bumá que fueron suspendidos.
Bumá Efó conocida también por Efori Bumá, Efori Gumán, e incluso confundida y castellanizada como Guzmán, estaba entre las tierras más antiguas de La Habana y se asentó, como de adelantó, en Carraguao.
También en el barrio existía desde tiempo atrás la potencia Ensenillén Efó, pero no había problema en ello, porque esa la formaron los blancos. Con Isún (como querían llamarle) era otra cosa, ya que podría ocupar un puesto respetadísimo y envidiable.
El llamado de Isún Efó
Se sabe que el mito abakuá descansa el descubrimiento por una mujer, Sikán, a quien casualmente se le manifestó el Secreto en forma de Pez (Tanze), representación de Abasí (Dios). A ella se le tuvo que sacrificar, pero no visto eso como un asesinato, sino para que con su espíritu se perpetuara la hermandad por los siglos de los siglos.
En 1925 se lanzó otra ofensiva. Por eso Manuel Domínguez y Víctor Herrera, aspirantes a la nueva entidad, concertaron una reunión en el solar de los Mao Mao, conocido también como de los Guzmanes, en Atarés, porque casi todos los cuartos estaban ocupados por miembros de Bumá o Guzmán.
Nace un juego
Según un documento recogido por Pedro Dreke, rumbero famoso y padre del celebérrimo Chavalonga, era 19 de marzo de 1938, tercer sábado del mes, en el barrio de Los Pocitos, en Marianao.
Dice Dreke que ya Víctor Herrera, Manuel Domínguez, Francisco Ramírez y él mismo habían concertado con la antigua potencia Efori Nkomo para que les bautizara el nuevo juego.
Viose al Iyamba Jesús, de Efori Nkomo, transmitir la Voz hacia el Fundamento de Isún, y al Mokongo presentar el Itón de la pionera a imagen y semejanza del suyo. Viose a Michelena, el Isué, bautizarle el sese, el tambor de consagración conocido también como eribó y viose al Isunekue Julian dar fe de su existencia. Se vio al Empegó, Félix Cárdenas, trazar con agudeza firmas alegóricas, rayados seculares que indicaban el germinar de una tierra, y viose cómo al Ekueñón Manresa se le entregó un gallo con el cual purificó el ambiente. Se vio a Masendo, el Enkrícamo, gobernar a los íremes y viose a Paz portar el itón mosongo. Y se vio a Moniboncó, dueño de los tambores, y a Nasacó, de la brujería. Y viose, además, a otros acompañantes que los asistían, plazas también de la antigua potencia Ekue Muñanga Efó.
Y sembraron una ceiba, para recordar aquel tremendísimo día. Y para evitar confrontación con los hermanos de Bumá se le puso por nombre Isún Efó Sancobio (aunque algunos eruditos abakuá dicen que debió ser sae okobio, pero esa explicación llevaría muchas cuartillas y riesgos, así que mejor dejarlo como lo recoge la oralidad). Lo cierto es que el trazo o firma de reconocimiento del territorio de Efori Isún recoge un pueblo con tal denominación.
Felizmente, el domingo 20 de marzo de 1938 terminó la consagración de los hombres: Francisco (Pancho) Ramírez como Iyamba; Pedro Dreke, Isué; Manuel Domínguez, Mokongo; Virgilio Collazo, Isunekue; José Antonio Rodríguez, Empegó; Víctor Herrera, Ekueñón; Aurelio Hernández, Mosongo; Monte, Morúa; Juan Brito, Enkríkamo; Victorino Sánchez, Embákara; Enrique (Kiki) Dreke, Enkóboro; Francisco Armenteros, Nasacó; Juan Aldama; Enkandemo y otro Francisco, cuyo apellido no apareció en acta, reconoció Acoumbre. En fiesta posterior se sacramentó y se juró la plaza de Eribangandó por Reynaldo Díaz.El nuevo juego resultó ser un caso atípico, pues en la mayoría de ocasiones, cuando nacía una potencia, los miembros solían estar iniciados en otra anterior; sin embargo, en el caso de los isunes se hicieron juramentaron y ascendieron a plaza (jerarquía) durante un paso vertiginoso de ceremonia poco común.
Se invitó a muchos juegos, incluyendo Bumá, y solo se estableció como medida adicional no aceptar a individuos con jerarquías provenientes de otras entidades, pues algunos plazas solían abandonar su potencia para adquirir otra en naciones recién fundadas. Luego ¿cuál de las dos se encargaría de efectuar la ceremonia mortuoria cuando este falleciera? Era un enigma. Ya se habían dado casos como el de Manuel Falero, Iyamba de Efí Kunakua, quien, disgustado con su juego formó otro, Ekuere Bión Efó, de Matanzas, sin un loable fruto.
Según cuentan, también lo coronaron como Iyamba de la nueva potencia, y se creía el más poderoso de todos, hasta que fue llamado y castigado severamente por la terrible falta. Eso no ocurriría con Isún.
Por el contrario, la nueva institución alcanzó gran nombradía porque, apartándose de todo excentricismo, destacó por su impecable manera de vestir e inigualables mecanismos para evitar reyertas callejeras. Más tarde, la población los recordaría como el juego de los Jóvenes tranquilos.
(Tomado y adaptado de la novela de Ramón Torres Seseribó, divino tesoro, en proceso de impresión).
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