sábado, 15 de septiembre de 2018

Sociedad Abakuá: impronta musical



Por: Ramón Torres
Cuando allá por los años veinte del pasado siglo Enrique Peña compuso la obra “El ñáñigo”, inscribía su nombre en la larga lista de hacedores musicales que aprovechaba la rítmica abakuá en el quehacer popular cubano.
Peña, que había militado en el Ejército Libertador como corneta a las órdenes del Lugarteniente General Antonio Maceo, dedicaba la pieza en cuestión a los obonekues o iniciados en la cofradía participantes en la contienda.


La Sociedad Abakuá, o de ñáñigos, constituye la única agrupación religioso-mutualista de América, al menos en la variante africana, exclusiva para hombres, y surgida hacia las primeras décadas del decimonónico como respuesta a los desmanes esclavistas. Sin embargo, de su cultura se conoce poco debido a prejuicios, tergiversaciones y estereotipos que la envuelven en un halo de misterio tenebroso.
No obstante el ñañiguismo ha calado nuestro ámbito musical. Esto bien puede entenderse si se tiene en cuenta el protagonismo de muchos de sus cultores como exponentes de la resistencia a la marginación.
El Septeto Nacional Ignacio Piñeiro le debe mucho al abakuá
Se sabe que el danzón, por ejemplo, fue inicialmente música criticada, cuestionada, rechazada, tal vez por su oriundez popular y su criollismo desenfadado. Dicho de mejor manera, por su desprendimiento de los moldes europeos convencionales. En cambio, quizás muchos ignoren la condición de su creador, Miguel Failde, como miembro de la hermandad, iniciado en el juego Bacocó de Matanzas según versiones de la oralidad popular.
Juramentado en Efori Enkomó lo fue Ignacio Piñeiro, quien elaboró hacia la tercera década del siglo XX el afro-son “En la alta sociedad”, cuyo texto ridiculiza a la población elitista que pretendía apropiarse de las tonadas abakuá.
En 1928 compartía con Piñeiro en el Sexteto Habanero el prodigioso tamborero Agustín Gutiérrez (Manana) que, a decir del investigador norteamericano Ivor Miller, introdujo una técnica muy original llamada glisado, consistente en arrastrar la palma de la mano, sudada, sobre el parche de su instrumento, para imitar el bramido de ekue.
Ekue es el tambor sagrado y secreto entre los abakuá de origen efó, el bongó de los efí. Y bongó es el nombre de uno de los tambores más relevantes del son, música síntesis, ejemplo de cubanía.
Al compás de rumba
Por alguna razón secular, un nutrido grupo de obonekues ha ejercido poderoso influjo en la rumba. Piñeiro, de quien ya hemos hablado, incorpora la típica clave abakuá en el son y la rumba, con la ligera modificación de una síncopa.
El célebre Chano Pozo, iniciado en Muñanga
El célebre Luciano/Chano/Pozo, juramentado en Muñanga Efó, lleva las tumbadoras allende los mares y las integra al jazz; Horacio L’ Lastra (Endibó Efó) compone el guaguancó “Pongan atención”; Justi Barreto (Usagaré Mutanga) idea “Batangá No. 2”.
Rumberos indiscutibles fueron Pedro, Quique y Mario/Chavalonga Dreke, iniciados en Isún Efó, como iniciada es la mayoría de integrantes de prestigiosas agrupaciones musicales-folklóricas: Los muñaquitos de Matanzas, Yoruba Andabo, Clave y guaguancó, por citar algunos.
Rumba y ñañiguismo, ambos producto nacional. Una y otro venidos desde abajo; música callejera y del solar, le adeuda mucho la primera al segundo, sobre todo en la variante de columbia, que toma prestado el diálogo entre Moní bonkó (tamborero que percute el bonkó enchemillá) y el íreme (diablito) bailarín durante los días de fiesta o plante abakuá.
Pura música
No pocas orquestas, compositores e intérpretes musicales se apropian de los ritmos, palabras y frases abakuá en beneficio de sus producciones.
Sobre la tercera década del siglo XX el Sexteto Habanero grababa “Criolla Carabalí”, elaborada por Guillermo Castillo Bustamante, quien empleaba referencias ñáñigas.
Dentro de la fecunda obra del dueto Obdulio Morales-Julio Blanco Leonard figura la pieza “Enlloró” que llegó, incluso, a utilizarse en el filme La realidad de un sueño (1945).
El remediano Alejandro García Caturla llegó más lejos con la creación de “Yamba-O”. Le sirvió como estímulo el poema “Liturgia”, de Alejo Carpentier, y supo insertarlo vigorosamente en la música para que luego le diera estructura final el talentoso Amadeo Roldán, quien lo estrenara con la Orquesta Sinfónica la noche del 25 de octubre de 1931.
Ejemplos no faltan, por lo que solo nos limitamos a los más relevantes: Benny Moré en “En el tiempo de la colonia” completa la frase con “(…) tiempo del seseribó”, el tambor-copón del bautismo abakuá; Los Van Van en “Áppapas del Calabar” narran la historia del ñañiguismo en Cuba desde su surgimiento en 1836; pero, quien de veras le hace justicia es el cantautor Pedro Luis Ferrer, de cuya cosecha es el siguiente fragmento dedicado a la agrupación, tantas veces ignorada, excluida, marginada:
Uno de la extrema izquierda/me vio con un abakuá/me dijo véndele al socio/porque te vas a embarcar.
Le dije, vete tranquilo/que el socio es buena persona/ahora lo estoy despidiendo/porque se va para Angola
Tengo un amigo palero/y uno que es abakuá/son más hombres y más amigos/que algunos que no son na’.

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