lunes, 24 de septiembre de 2018

¿El fin de la oralidad?




Por: María Ileana Faguaga
El tratamiento de la oralidad —en tanto antigua, moderna, postmoderna forma de conservación, transmisión y reproducción de las culturas por vía oral—, supone tanto riesgos diversos como el intentar ofrecer interpretaciones, s no novedosas, al menos revitalizantes, de los planteamientos problemáticos que el tema ha suscitado durante más de un siglo de acercamientos y estudios por parte de cientistas sociales y literatos, que no para sus portadores, pues estos la viven, la disfrutan en su cotidianidad.
Pasado y presente
Referirse a la oralidad precisa retrotraernos a los orígenes de la palabra, de la voz misma; esta que significó “el despegue lingüístico” y que constituyó, a su vez, “un despegue cultural” (Harris, 2000, 66).
A partir de ese momento, los humanos hemos estado haciendo uso del lenguaje articulado y, por tanto, de la oralidad en sus más variadas formas, que algunos especialistas se inclinan a diferenciar como “oralidad primaria” —la palabra memorizada y “actuada” directamente ante los otros, que se dice propia de las llamadas “sociedades tradicionales” (¿acaso las otras no conservan tradiciones?) o (con un lenguaje peyorativo que contiene un evidente egocentrismo) “sociedades primitivas”— y “oralidad secundaria” —la que se estructura como texto escrito, pero para ser “actuado”, con mayor presencia en las “sociedades modernas” y “postmodernas”.
Otros consideran su tratamiento a sus estados de mayor o menor “pureza”. Sin embargo, todos coinciden en destacar su importancia en tanto veh{iculo de comunicación y transmisor del saber humano e, incluso, muchos le valoran como la primera modalidad de recogida de los acontecimientos históricos.
El griot, "dueño de la palabra africana"
En la música y geográficamente lejana África Subsahariana —culturalmente tan presente entre los pueblos del Caribe—, “donde la tradición oral es considerada como un museo vivo para la arqueología, para la historia y para el presente del transcuros social”, el griot es el “personaje poseedor del conocimiento, dueño de la palabra” (Friedemann, 1999, 23) y, por tanto, depositario de la historia, en todas las sociedades hasta hoy conocidas la oralidad se desempeña en calidad de transmisora de valores, de tradiciones…, de historias.
Este elemento, esencial, durante mucho tiempo ignorado o intencionalmente obviado por los cientistas sociales, ha sido reivindicado y avalado por los estudiosos apenas en el pasado siglo XX. Desde sus perspectivas, la oralidad dejó de ser considerada como un “género menor” o, acaso, un “instrumento auxiliar” de las investigaciones sociales, pasando a ser validada la Historia Oral como una disciplina de la ciencia histórica, cuyo objeto de estudio es la búsqueda, organización en interpretación de las tradiciones a través del empleo de las fuentes orales.
Oralidad y Tradición Oral
Si entendemos por “tradición” las costumbres, usos ideas, doctrinas…, transmitidas generacionalmente por los pueblos, posibilitando “un punto de vista desde el cual lo nuevo puede experimentar su ordenamiento y valoración” (Álvarez de Luna, 1986, 182), es decir, constituye la memoria de los pueblos —en tanto recuerdos, relaciones de acontecimientos…, que son transmitidos, recibidos, salvados en sus esencias—, entonces la “tradición oral”, readaptando el concepto ofrecido por Vansina (1985, 161), para quien designa la memoria de la memoria es la memoria de la oralidad.
Concebida de ese modo, la tradición oral es mucho mas que cuentos, canciones leyendas, mitos, refranes, poesías, adivinanzas…, es “la gran escuela de la vida” (Hampate, 1982, 187), de manera que su abordaje desprejuiciado contribuye en el camino del conocimiento de la historia. De hecho, e las sociedades ágrafas —carentes de escritura—, constituye prácticamente la única fuente para la reconstrucción de sus historias.
La Palabra y el Cuerpo
Oralidad es más que la voz, es más que la palabra misma, aunque algunas —tal veces por ser esas las primeras sugerencias que nos ofrece el término “oral”, intenten simplificarla de ese modo.
Palabra y cuerpo, gestos, silencios, miradas, tonos, inflexiones de la voz y del cuerpo, en fin, sonido e imagen —real: palpable o ficticia; imaginada—, son componentes que establecen relaciones de íntima ligazón en la oralidad.
En práctica performática, voz y cuerpo se integran en una relación compleja, mutuamente enriquecedora, en la que se subrayan, se reafirman o se niegan mutuamente, en un juego que concede sentido y significado al discurso que se intenta transmitir. Solo así “las palabras, las bellas palabras, asumen vida plena” (Bachelard, 1998, 54).
Sobre la complejidad de la relación entre la palabra y el cuerpo nos dice Paul Zumthor:
“Un lazo funcional liga de hecho a la voz al gesto: como la voz, él proyecta el cuerpo en el espacio del perfomance y se dirige a conquistarlo, saturarlo de su movimiento. La palabra pronunciada no existe (como lo hace la palabra escrita) en un contexto puramente verbal: ella participa necesariamente de un proceso más amplio operando sobre una situación eistencial que altera de algún modo y cuya totalidad engancha los cuerpos de los participantes” (2001, 243-244).
Oralidad en la “era de las comunicaciones”
La oralidad, como ente vivo, se regenera, se transforma, adquiere nuevas modalidades, tanto a nivel microsocial —entiéndase la familia— como en los niveles macrosociales.
El desarrollo de las comunicaciones no significan el fin de la oralidad
Si la “Modernidad” y la “Revolución Industrial” que la sustentó con la aparición de la imprenta —recordemos que la escritura, según Levi Strauss, es símbolo de “civilización”, y todos concuerdan en que otorga poder— afectó en cierta forma la transmisión oral de conocimientos —la escritura fija un canon y coarta la espontaneidad de la palabra dicha—, la actual “era de las comunicaciones”, cuyo punto de partida es un desarrollo tecnológico inusitado, ha generado no solo nuevas formas de oralidad, son, asimismo, la necesidad de plantearse nuevos ejes desde los cuales acercarse al análisis de esta realidad sociocultural.
La aparición del teléfono, la radio, la televisión, la cinta magnetofónica, la computación e Internet, han devenido nuevos recursos comunicativos que —contrario a lo que opinan muchos, que consideran a estos mdios motivo de aislamiento—, suscitan acelerados intercambios de ideas, concepciones, experiencias… y, en los casos en los cuales no es posible la visualización, obligan a suplir su ausencia forzando a la imaginación a complementar lo que se escucha.
Oralidad y “Postmodernidad”
La “Postmodernidad”, entendida como proceso transicional que afecta todos los aspectos esenciales de las sociedades —la economía, la política y, también a la cultura—, asumida como “el fin de la historia” y sí como camino abierto a la humanidad que conduce hacia una nueva etapa de su desarrollo histórico, sin dudas surte efecto sobre las vías de transmisión orales.
Sociedades que se desenvuelven total, mediana o parcialmente en la “Postmodernidad”, aquellas que apenas alcanzan los niveles de la “Modernidad” y otras qu viven en formaciones “Premodernas” o “Precapitalistas” de desarrollo, conviven en un mundo cada vez más global e interconectado, en el cual se arriesga hasta la supervivencia si las diversas comunidades no interactúan aunque sea en mínimos niveles.
Interacciones que —proponiéndoselo o no— ocasionan constantes interinfluencias culturales, que conducen a una recirculación de valores, formas de vida y en general, de los elementos constitutivos de las diferentes identidades culturales.
Globalización que, impuesta desde los centros mundiales de poder, ocasiona temores —comprensibles y justificados— en las naciones periféricas, y suscita como contrapartida reacciones de regionalismos, nacionalismos y toda una variedad de fundamentalismos culturales que pueden asfixiar a los pueblos y colocar en trance de desaparición por suicidio a sus culturas, intentando salvarlas.
En este contexto se afianza entre muchos estudiosos la preocupación respecto a las posibilidades de supervivencia de la oralidad. “En Angola como en otras partes de África, los textos orales están en vías de desaparición, afirmaba el etnólogo angolano José Domingo Pedro y como forma de enfrentar el hecho proponía “Establecer la cooperación entre las diversas instituciones encargadas de la recogida y estudio de la tradición oral” (1999, 38).
Nuevas modalidades de oralidad —“primaria”, “secundaria” e “híbrida”— como la “oralitura” —concebida como la transcripción de la oralidad—, la “etnoliteratura” —literatura que recrea las tradiciones orales— y el movimiento conocido por “Hip Hop” —que “dice” un texto rimado, con cadencia especial, empleando términos propios de sectores llamados “marginales” y haciendo énfasis en el uso del cuerpo—, transcienden las fronteras de sus espacios socioculturales de origen, y se internacionaliza/transnacionalizan mostrándonos que, actualmente “vivimos en una nueva era de la oralidad” (Camacho, 1999, 53).
La tradición occidental cristiana nos dice que “En el principio ya existía la Palabra” (Juan, 1:1), y afirma:  “Las palabras del hombre son aguas profundas, río que corre, pozo de sabiduría” (Proverbios, 18:4). Los practicantes de las tradiciones afro religiosas, que tanta importancia y aché (poder) conceden a la palabra, sentencian: “La palabra mata. La palabra salva”. Similares concepciones en relación con la palabra hallamos en otras culturas. ¿Cómo imaginar, entonces, “el fin de la oralidad”? como la vida misma, la oralidad será —en relación dialéctica— la misma y diferente, pero sobrevivirá.
Fuentes consultadas:
Álvarez de Luna, A. y Álvarez de Luna, J. Diccionarios Riodueros. Antropología cultural. Ed. Católica. Madrid, España, 1986.
Bacheland, G. A poética do devaneio. Martins Fontes. Sao Paolo, Brasil, 2001.
Camacho, L. “La radio, germen de una nueva oralidad”. En Oralidad. Anuario 10, Unesco, La Habana, 1999.
Dios habla hoy. La Biblia de Estudio. SBU. EE.UU., 1994.
Friedemann, N. “De la tradición oral a la etnoliteratura”. En Oralidad. Anuario 10, Unesco, La Habana, 1999.
Hampate B. La tradición viviente. Historia general de África. Tecnos/Unesco. París, Francia, 1982.
Harris, M. Nuestra especie. Alianza Ed. Madrid, España, 2000.
Pedro, J. “L’ Angla et les témoignages oraux liés á la traite negriére et á Iésclavage". En Oralidad. Anuario 10, Unesco, La Habana, 1999.
Vansina, J. Oral tradition as history. The Uniersity of Wisconsin Press, 1985.
Zumthor, P. A letra e a voz. Companhia das Letras. Sao Paolo, Brasil, 2001.

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