viernes, 12 de febrero de 2021

El puerto habanero, un emporio de matriz carabalí

Por: Ramón Torres

En su esclarecedora obra, “Contribución a la Historia de la gente sin historia. Cimarrones, propietarios y morenos libres”, nos dice Pedro Deschamps Chapeaux:
“A lo largo de la historia del puerto de La Habana, el negro ha sido el principal elemento en la fuerza laboral empleada en la monta y descarga de las mercancías y ésta es una constante que, partiendo desde la época colonial, se adentra en la república enlazando dos etapas que, pese a la distancia en el tiempo, se presentan con caracteres propios, únicos, invariables.
“Ayer, y aún hoy, la vida económica de los barrios aledaños al litoral habanero, dependía en gran parte del comercio marítimo. El alza o baja de su volumen era el barómetro que reflejaba la verdadera situación de los viejos barrios de Belén, Jesús María, Campeche y otros, donde la población negra representaba un elevado porcentaje” (2013, 23).
En la página siguiente, todavía es más específico Deschamps en torno a la etnicidad:
“Entre la gran masa de la población de color, que concurría a los muelles en demanda de un jornal, sobresalían los carabalís, que por décadas mantuvieron la supremacía. Capataces y jefes de cuadrillas, pertenecían a esta nación africana, que en 1836 fundara la sociedad secreta Abakuá, integrada por los denominados carabalís apapá, que convierten el litoral habanero en zona de su influencia, dando origen a una tradición que se mantuvo con todo vigor hasta la gran transformación realizada por la Revolución a las condiciones imperantes en este importante centro laboral” (ob. cit., 24).
Otro texto del citado autor nos dice que “El trabajo portuario, aunque sujeto a los vaivenes de comercio de importación y exportación, propició, dentro de los capataces, el surgimiento de un grupo de cierta solvencia económica, en el que se destacaban los ya citados carabalíes” (1971, 93).
Esta situación en el puerto habanero es sintomática, porque nos permite visualizar cómo se establecen redes de protección, solidaridad y reserva entre determinados grupos considerados “subarternos” que durante un largo período dominaron las actividades del sector, favoreciendo la entrada de miembros de entidades carabalí/abakuá en detrimento de otros que, si bien no de manera absoluta, les resultaba más difícil la contratación como estibadores o braceros en los muelles.
De cualquier manera, no hemos de llamarnos al engaño, pues existían también diferenciaciones políticas, clasistas y racistas, que limitaban el ejercicio de diversas labores en correspondencia con el origen y la condición social, lo cual contribuyó a que se generaran ciertos celos, arbitrariedades y abuso del poder.
Por ejemplo, desde 1763 se establecieron por Real Orden las disposiciones que regían el trabajo portuario que privilegiaba a los pardos y morenos pertenecientes a los batallones de las Milicias Disciplinadas de La Habana, en servicio o retirados, quienes podían desempeñarse como jornaleros en las labores de carga y descarga; sin embargo, les estaba negada la tarea de estiba a bordo de los buques, fijadas solo para personas blancas o, en su defecto, algunos de color que estuvieran debidamente registrados.
Naturalmente, tales medidas estimulaban rivalidades entre unos u otros, toda vez que no significaba lo mismo ser esclavo contratado que un liberado, como tampoco era igual mirado un libre sin apellido que un miembro de las Milicias, mucho menos un negro o mestizo que un blanco. Y aunque las Milicias de Pardos y Morenos leales a España fueron desactivadas hacia la década de 1840, la manera discriminatoria de contratación en el puerto se extendió a lo largo de todo el siglo XIX.
Se sabe que para la segunda mitad del decimonónico irrumpió también en los muelles una numerosa cantidad de asiáticos “contratados” por España, debido a la insistente persecución de Francia e Inglaterra al tráfico negrero. Estos asiáticos, desde luego, entraron en conflicto a la vez que “coqueteo” con los carabalíes, en una pugna por el poder dentro del sector que llevó a muchos chino/filipinos a iniciarse en las religiones de matriz africana y, de esta manera, establecer relaciones de parentesco religioso que les garantizaba seguridad en el empleo.
Cuando cesa la dominación española en Cuba (1898) el puerto habanero ya descollaba por su importancia económica y mercantil. No debe extrañar, entonces, que afluyeran para la época considerables inversiones estadounidenses con el objetivo de disputarse la administración de los distintos muelles que florecieron en aquella etapa. Pero la esencia de acceder al empleo se mantuvo.
Si nos atenemos a lo suscrito por diferentes documentos de que “predominaban los afiliados a las diferentes potencias o sociedades ñáñigas o abakuá en el muelle” (Rivero Muñiz, Deschams, López Valdés), podríamos aventurar que, si bien no como entidad, al menos como gremio los abakuá se vieron involucrados en una serie de protestas en demanda de mejores condiciones y una justa remuneración.
El artículo “La lucha obrera portuaria contra la subasta, la venta del número y “el caballo”, publicado en Granma, asegura que en 1999 “se creó el Gremio de Estibadores y Jornaleros de la Bahía de La Habana”; en cambio, parece que esta organización se había gestado un año antes, a juzgar por el reclamo de los propios protagonistas, quienes en un documento de 1949 manifestaban:
“Nuestro Sindicato de Estibadores y Jornaleros de la Bahía de la Habana, que fuera fundado el 20 de mayo de 1898, ha jugado como tal durante todo el tiempo de su existencia un rol de vanguardia de la gran familia portuaria. En distintas ocasiones se ha enfrentado a poderosos enemigos. Ha franqueado innumerables obstáculos puestos en su camino y ha vencido en numerosas batallas a los que siempre se han impuesto en su camino de lucha por la defensa de las mejoras de sus miembros, así como por el establecimiento de un sistema más equitativo y más decoroso, más humano para todos los pobres del mundo”.
Por lo que puede leerse en el párrafo anterior, ya existía una sólida conciencia de clase en el sector marítimo portuario entrada la República, e insistimos en la posición mayoritaria entre los iniciados abakuá; por tanto, su compromiso tendría que ser visible en torno a la toma de partido. Es lo que descubrió Rafael López Valdés en ese sentido.
“’Para poder conseguir trabajo había que ser/ Abakuá’, y esta frase es altamente expresiva de una realidad que tuvo profundas implicaciones en el desarrollo mismo del Abakuá como institución.
De este modo, aunque había miembros de distintos juegos trabajando en el mismo muelle, como sucedía en la zona 2 (…), siempre alguno se destacaba por tener mayor número de miembros. Así, en el muelle de la Harry Brother, después de la Vaccaro), hacia la primera década de la República, la potencia con mayor número de miembros entre los braceros era Equereguá Momí; en la Havana Dock: Urianabón y Betongó, la primera del barrio de Colón y la segunda de Pueblo Nuevo; en la Ward Line: Kanfioró, Bakokó y Enyegueyé; en la Flota Blanca: Otán Efó; en Tallapiedra: Equeregué e Ibondá; y así en cada una de las Empresas. Claro está, el número de miembros de una potencia en un muelle estaba en razón directa con la posición que ocupaban miembros de la misma y viceversa, por lo cual hubo infinidad de viariaciones en las proporciones que citamos, entendiéndose que los juegos enumerados fueron los de mayor número de miembros en cada muelle, en un momento determinado” (Valdés, 1966, 14-15).
Está debidamente documentado cómo la pertenencia a determinado barrio, a la vez que a determinado juego abakuá, podría ser causa de establecimiento de relaciones amistosas o tirantes entre los miembros de la entidad (ver Torres, R. y López, R.). Se sabe que a inicios del siglo XX se intentó incluso blanquear el poblado de Regla y que miembros de Enyegueyé Efó contribuyeron a romper la huelga que los portuarios de la Bahía de La Habana sostenían en 1912 en demanda de mejoras laborales.
Afirman las fuentes que el Iyamba de Enyegueyé, Chuchú Capaz, intermediario de la Ward Line habló con su administrador Mr. Smith para resolver el conflicto, trayendo a reglanos que llegaron en lanchas eludiendo así “el choque con los trabajadores que se hallaban del lado de afuera de la reja que daba acceso al muelle, en donde la policía les impedía la entrada” (López, 1966, 17).
Chuchú, que pertenecía a la genealogía de juegos integrados por personas de piel blanca a partir de Acanarán Efó, hizo carrera política mientras pudo, pero al caer la dictadura machadista perdió las posiciones que había alcanzado y pidió su liberación de los muelles. De cualquier modo, había acumulado cierto dinerito y se dedicó a un “trabajo independiente” enseñando el ritual abakuá, pues se dice que era un erudito en esos temas. No se pueden separar esas actitudes del contexto.

Se tiene noticia también de Blas Pérez Rojas (Blasito), plaza de Otán Efó (de Regla), quien comenzó en el puerto desde “abajo” y llegó a contratista de la Flota Blanca, una de las de mayor movimiento; en cambio, ya en ese puesto, aunque compartía alguna que otra bebida con obreros de su confianza, igual que Chuchú, no dejó de utilizarlos en su beneficio, de explotarlos y de contribuir como rompehuelgas.
Tras la aprobación de la Ley del Control de Estibadores en 1942, el propio Blasito se sintió amenazado y emitió un manifiesto del cual tomados una cita de López Valdés
“(…) se apelaba a los intereses personales de los trabajadores de Regla, bajo su dependencia, con el fin de enfrentarlos a la masa obrera que pedía el Control como una solución a su inestabilidad, invocándose también el carácter localista de los reglanos. De nada le valió la publicación de tales argumentos. La batalla estaba perdida para ello” (López, 1966, 23).
Con la llegada de Aracelio Iglesias como líder indiscutible del sindicato portuario cambió el panorama, pero resultó baleado por gente vendida a los empresarios. No obstante, los muelles habaneros y su manera de contratar nunca volvieron a ser como antes.
De cualquier modo, lo que sí está claro es que la presencia abakuá en el lugar sigue siendo poderosa incluso en pleno siglo XXI. Los miembros de la entidad no han dejado de sentir suyo ese espacio, donde sus padres, sus abuelos y sus antecesores supieron hacer “carrera” de la mejor manera que aprendieron: trabajando para buscar el sustento.
De hecho, una de las fechas importantes de la hermandad lo constituye el 4 de marzo, día que se comemora la explosión de La Coubre en 1960, donde murió un numeroso grupo de iniciados que laboraban en las acciones de descarga en el puerto habanero. Pero esa es promesa para un venidero trabajo.
Fuentes:
Deschamps Chapeaux, Pedro. Contribución a la Historia de la gente sin historia. Cimarrones, propietarios y morenos libres. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2013.
------------ El negro en la economía habanera del siglo XIX. Uneac. La Habana, abril de 1971.
Hevia Lanier, Oilda. “La Sociedad Secreta Abakuá: una organización del entorno portuario de La Habana y Matanzas del siglo XIX”. En Cuba y sus puertos (siglos XV al XXI). Ed. Historia, 2005.
López Valdés, Rafael L. “La Sociedad Secreta ‘Abakuá’ en un Grupo de Obreros Portuaros”. En Etnología y Folklore. No. 2, año 1966.
Rivero Muñiz, José. El movimiento obrero durante la primera intervención. La Habana, 1961.
Torres, Ramón. Relación barrio-juego abakuá en la ciudad de La Habana. Ed. Fuente Viva. La Habana, 2010.

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