viernes, 2 de julio de 2021

Intrigas antes de la Loma


Por: Ramón Torres


—Lo llevaron contra la pared —escuchaba siempre decir a un octogenario que podía en aquella época ser mi abuelo—. Lo que le hicieron a José fue una componenda que venía desde hacía rato y terminó con su muerte. Aunque se hable poco de eso, “el color” sí importaba entre mucha gente de la manigua.

Entonces yo no tenía muy claro qué quería decir aquel vecino mío, pero con el tiempo pude darme cuenta de cuánta intriga se tejió en torno al mayor general José Maceo por razones de envidia, incapacidad y prejuicio.

El marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, al frente del Consejo de Gobierno, podía vanagloriarse mucho de su patriotismo, pero era incapaz de abandonar su posición discriminatoria.

El presidente no oculta su desprecio hacia los caudillos negros que van adquiriendo prestigio en las filas del Ejército Libertador, y deja constancia verbal y escrita de ello. A Fermín Valdés Domínguez le habla, entre otras cosas “de la importancia que los dos hermanos Maceo se daban” así como la necesidad de combatirla.

Ya habían intentado imponer al general Francisco Carrillo como jefe del Departamento oriental y encontraron la oposición de José, que volvió a protestar a la siguiente tentativa con María (Mayía) Rodríguez, pues el Generalísimo Máximo Gómez, que tenía tales facultades, no había dado orden alguna. Pero Cisneros quería opacar el protagonismo del valentísimo guerrero negro y, en carta a Miguel Betancourt Guerra le confesaba:

(…) José Maceo no era de nuestra confianza, ni servía para desempeñar el puesto del Departamento Oriente, que pretendía ser jefe (…)

Estaba claro que no le caía bien. Tampoco nadie que lo favoreciera, incluso si fuera blanco. Cuando José propone a Fermín Valdés Domínguez para comandar la brigada de Baracoa, Cisneros le niega el puesto. Le retira su amistad y también se encarga de rubricarlo.

Aquí Valdés Domínguez unido a Maceo y dos o tres más de cubanos pueden formar su zisma [sic] pero espero cortarlo en su base (…).

La virulencia del Gobierno parece carecer de límites. Para atizar antiguas discrepancias con el recién desembarcado general Calixto García, le entregan el mando de Oriente. Esta vez sí lo aprueba Gómez.

José Maceo no tiene nada en contra de García; de hecho, había parlamentado con él determinadas estrategias futuras, pero siente que el Consejo lo acorrala. Decide renunciar a la jefatura del Primer Cuerpo de Ejército con intervención en el Segundo, y solicita a Calixto y al Generalísimo que nombren al oficial que deberá sustituirlo.


Para colmo de males, sucedió que por aquellos días llegó el buque The Friends cargado de armamentos, y como los hermanos Maceo habían contribuido tanto para que esta colaboración se materializara desde el exterior, José tomó las debidas disposiciones, por lo que García le reclamó.  

José, estimándose mal tratado por Calixto, le dijo que é quería las armas “para pelear”, frase que todos interpretaron en sentido desfavorable para Calixto García —explica Leonardo Griñán Peralta—, pues éste, en aquella época, era considerado por algunos como un General tan poco afortunado que, cuando no caía prisionero demasiado pronto (como aquel 6 de septiembre de 1874), llegaba a la Guerra demasiado tarde (24 de marzo del 96), o le ocurrían ambas cosas a la vez, como le sucedió en el año 1880.

Los chismes surtían efecto. De cualquier modo, superaron pronto las asperezas estos grandes hombres y García, si bien comprende el malestar de su compañero, pretende persuadirlo para que se mantenga en el puesto. Con la misma intención, Gómez también le escribe desde el Camaguey, y arranca a su encuentro, pero el 5 de julio de 1896 cae José Maceo en la Loma del Gato, abatido por una bala que le destroza la masa encefálica.

Disgustado por las injusticias de los hombres que le deben respeto y cariño —relata Fermín Valdés Domínguez—, fue al combate con toda la rabia de que era capaz aquel hombre valentísimo. Llevaba en el bolsillo la ratificación de su renuncia y la carta cariñosa del General en Jefe, que hacía poco había recibido.

Gómez, por su parte, sufre la pérdida del amigo querido. Sus palabras lo honran y tiene la certeza de que las intrigas del Consejo fueron, más que todo, el elemento principal que le lanzó prácticamente al suicidio.

Venía ahora a ver al general José Maceo —dice— y a abrazarlo y la muerte no nos dio tiempo, se antepuso a mis deseos y se lo arrebató a la Patria… Era preciso haber conocido bien a fondo el carácter de aquel hombre sin dobleces y de rústica franqueza para poder estimarle y estimar su cariño cuando lo demostraba. El general José Maceo, era todo verdad y por eso para muchos aparecía amargo.

Definitivamente, el anciano vecino que podía ser mi abuelo tenía razón. A José Maceo lo llevaron contra la pared. Y no precisamente la gente contra la cual luchaba, sino el propio enemigo interno que no quiso desprenderse de un racismo pueril y le hizo mucho daño a la propia Revolución que decían defender.

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