Por: Ramón Torres
El 2 de diciembre de 1985, la Asamblea General de la ONU decidió rubricar el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena.
Lástima que el hecho ocurriera casi cinco siglos después de que Europa hubiese llenado sus arcas con la explotación de América y la transportación forzosa de millones de africanos hacia el Nuevo Mundo, además de introducirse en los confines de Asia y hasta en Australia y Oceanía, donde estableció también colonias esclavistas.
El asunto de la esclavitud es muy complejo, no solo por el hecho en sí, sino debido a las consecuencias que de ello emana; y específicamente África y su diáspora saben bien cuánto le ha costado en materia de salud mental, educación y política.
La esclavización que ha sufrido el pueblo afrodescendiente lo coloca todavía hoy día en una condición de “oprimido”, pues continúan hechos discriminatorios unas veces de manera expresa, otras más solapados, pero excluyentes al fin, que desde un poder hegemónico permite el sostenimiento del status quo de quien decide el rumbo económico, religioso o social.
Una historia de larga data
Recuerda el artículo “En el año 2020, entre 200 y 500 dólares se puede conseguir un buen esclavo”, publicado por Daniel Roselli para El eco digital , 21/07/2020, que antes finalizar el primer período de colonización las naciones africanas pertenecían a los dueños de las colonias, quienes hicieron lo posible por robar al continente cualquier recurso considerado beneficioso para el desarrollo de sus ciudadanos en Europa.
Con el tiempo, los colonizadores se reunieron un buen día, y dividieron a su antojo el mal llamado Continente Negro sin consultar siquiera a un solo africano.
“Debido a esta repartición —continúa Roselli— Francia, Gran Bretaña, Bélgica, España, Portugal, Alemania e Italia saquearon y robaron de forma desmesurada los recursos de África sin reinvertir nada de lo que recaudaban en el desarrollo del continente. En África la explotación no tuvo ni tiene lugar sólo en Gambia. La Costa Dorada (ahora Ghana), Nigeria, Costa de Marfil, Zaire (ahora la República Democrática del Congo), Namibia, Sudáfrica, el Congo y Angola sufrieron la misma explotación colonial y la falta de inversiones.
“Fue así que durante casi 300 años los europeos saquearon irresponsablemente los recursos de África e hicieron esclavos a los nativos sin desarrollar sus colonias. Cuando la población local protestó contra esta explotación sin una inversión recíproca, fueron brutalmente aplastados, como ocurrió en el Congo donde el rey Leopoldo II de Bélgica saqueó sus recursos, hizo esclavos y mató a casi 10 millones de congoleses.
“Y otra muestra: entre los años 1904 y 1907 los alemanes, liderados por el comandante en Jefe Lothar Von Trotha, cometieron el primer genocidio del siglo XX asesinando al 90 por ciento de la población Herero y Namaqua del Suroeste de África (actualmente Namibia) cuando la gente protestó contra la explotación de sus recursos. Y todas estas trágicas historias de Sudáfrica, Zimbabue, Argelia, Namibia, Kenia y Angola, donde se les negó el acceso a sus tierras, a la ciudadanía y a los derechos básicos y tuvieron que tomar las armas antes de conseguir la independencia, están en numerosos libros de historia”.
Esclavos del siglo XXI
Pero el fenómeno, que pudiera parecernos lejano, tiene total aplicación en la actualidad. La esclavitud continúa en pleno siglo XXI en algunos lugares del mundo, donde figuras inescrupulosas se aprovechan de las necesidades de personas a quienes hacen firmar un contrato “legal”, del cual nunca podrán liberarse, pues el monto para la emancipación es siempre muy superior a las posibilidades de remuneración.
Entre las formas más comunes de esclavitud moderna se encuentran el trabajo forzoso, los matrimonios obligados, la explotación infantil, guerras y prostitución.
De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), actualmente cientos de jóvenes migrantes africanos son vendidos como esclavos en mercados de Libia, la mayoría originarios de Nigeria, Senegal y Gambia y cayeron en redes de traficantes de personas después de huir de sus comunidades, donde se libran cruentas guerras civiles.
En 2020, el jefe de la misión de la OIM en Libia, Othman Belbesi, aseguraba que el precio por cada persona oscilaba entre los 200 y 500 dólares. Los hombres suelen ser comprados para trabajar en la construcción o la agricultura, mientras que las mujeres y niñas se emplean como esclavas sexuales.
Cuando sabemos de estas historias, no nos queda otra que mirar cuánta crueldad puede traer la ambición en una época que se supone “superior” y “civilizada”, y nos revelan el verdadero sentido de un sabia sentencia que regalara el ideólogo español Jorge Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a repetirlo”.
Sin lugar a dudas, cualquier forma de esclavitud es algo para no olvidar, pero también para combatir y enfrentar la condena.
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