Por: Ramón Torres
Juramento ñáñigo. Oleo sobre lienzo, 1943
He de agradecer a la técnico Grisel Martínez Castillo, del Museo Municipal de Guanabacoa, por descubrirme durante su intervención en el Coloquio Presencia del Wemilere 2021 a Fernando Tarazona.
Hasta el momento, había sentido el compromiso con nuestro inigualable Wifredo Lam como iniciador del afrocubanismo en la plástica cubana hacia la década de 1940, muy a la zaga de otras expresiones artísticas como la poesía, literatura, teatro, música o danza.
Sin embargo, antes del arribo de Lam desde Europa en 1941, ya el trinitario José Hurtado de Mendoza (1885-1971), dibujante, diseñador gráfico, profesor, ceramista, escenógrafo, novelista y publicista, incursionaba en una obra pictórica de temática negra y folklorista.
El caso de Fernando Tarazona es todavía precedente al de Hurtado de Mendoza, y eso lo deja claro la especialista Grisel Martínez, quien, sin ánimos de suficiencia, lo coloca en el justo lugar como precursor de la pintura afrocubana en la Isla.
La Conga. Óleo sobre lienzo (empaste), 1926
Lo curioso es que Tarazona no era cubano. Había nacido el 4 de octubre de 1893 en Valencia, España, y en 1910 llegaba a México con su hermano Salvador, contratados por la fábrica de cigarros El Buen Tono para hacer carrozas que desfilarían durante los festejos por el centenario de la independencia.
Tras contraer matrimonio y tener dos hijas, abandona el hogar, viaja por los Estados Unidos y Cuba, se enrola con una señora española e intenta hacer vida en Valencia, pero al ser rechazado por la familia de la mujer, retorna a Cuba en la década de 1920, precisamente cuando afloraba el movimiento afrocubanista que tanto influye en gran parte del quehacer de Tarazona y él mismo denominó “mi obra negra”. Sobre ello, diría en sus “Estampas Afro-cubanas”:
En varias ocasiones se ha constatado la marcada preferencia que de algún tiempo a esta parte están recibiendo los temas afrocubanos, como asunto de estudio y de realización estética. En sociología, en poesía y en música, esta preferencia ha quedado ya resueltamente fijada; y si no puede decirse lo mismo en Artes Plásticas, es evidente el interés extraordinario que tienen para ello los temas de la naturaleza.
El último son. Óleo sobre lienzo, ¿1930-1940?
El pintor,
especialmente tendrá mucho que hacer si fija su vista en el riquísimo boscaje
del Folklore afro-cubano. Ningún otro mundo podría ofrecerle mayor derroche de
vida y de fuerza, mayor profusión de líneas y colores, tanto elemento
decorativo, ni más intenso dramatismo. Y muy particularmente un pintor
extranjero no podría ver sin experimentar la más profunda emoción un
espectáculo tan brillante, tan movido y tan nuevo para él como el espectáculo
de una comparsa habanera, o la muy inquietante escena de una joven que se
contrae violentamente junto al viejo hechicero que le saca los espíritus del
cuerpo a la virtud de sus extrañas exorcismos.
La limpieza
Exuberante como es, el tema afrocubano brinda oportunidades infinitas al artista pintor. El autor de los presentes cuadros no se propone otra cosa que servirse de algunas de dichas oportunidades, y las que reproducimos seguidamente son el fruto de sus primeros empeños en esta dirección.
En fecha tan temprana como 1926 firmaba Tarazona “La Conga”, que lo coloca de plano como pionero de la pintura negrista en Cuba y, de acuerdo con Grisel Martínez, junto a esta se suman otras tres de aquella etapa que aparecen en el álbum Estampas afrocubanas y hoy forman parte de la colección del Museo de Guanabacoa, otra en la del Museo Nacional de Bellas Artes, asombrosamente bajo la ficha técnica de 1910 como “Fiesta de Santería”, pero en el mencionado álbum tiene el título de “La ahijada del santo”, firmada en 1927.
De todas maneras, aunque respetamos el decir del prestigioso antropólogo Janheinz Jahn en su afirmación de que “(…) el primer gran artista de la pintura neoafricana, el iniciador de una négritude plástica, es el afroqubano Wifredo Lam”, las evidencias muestran que se le antecedió, y mucho, Fernando Tarazona.
Este, como otro español, Víctor Patricio Landaluze, no pudieron evitar el influjo de la herencia a la hora de elaborar el encanto de sus cuadros.
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