lunes, 1 de agosto de 2022

Abacuá: visión criminológica desde las fuentes entre los siglos XIX y XX

Por: Odalys Pérez y Ramón Torres

 

Por ser el fenómeno abacuá exclusivo de Cuba, son muy pocos los autores o publicaciones foráneas que guarden relación con la temática objeto de nuestro estudio, salvo las referencias de la obra del jurista y sociólogo español Rafael Salillas que estudió a los ñáñigos (como también se les denomina a los abacuá) deportados a finales del siglo XIX en la prisión de Ceuta, aunque no podemos negar que hoy día autores como Ivor Miller, Geraldine Morel o Isabela Arazandi se han acercado al fenómeno. Pero ciertamente, el acercamiento inicial entre el siglo XIX y XX fue muy estereotipado, como regla general.

 

En 1881 Alejandro Rodríguez Arias, Gobernador Provincial de La Habana, elabora un documento que constituye el primer informe sobre los ñáñigos en Cuba y que al año siguiente se inserta en Los criminales de Cuba y Don José Trujillo, publicado en el 1882. El texto se explica a la opinión pública desde la óptica de una autoridad policial lo que José Trujillo, quien llegara a ser Segundo Jefe de Policía de La Habana, había logrado reunir acerca de la historia, prácticas y lenguaje estas organizaciones, constituyendo una reseña de los servicios prestados por él al frente de la campaña desatada contra la Sociedad Abacuá, liderada por el entonces Gobernador de la Isla Carlos Rodríguez Batista, bajo cuyo mando y en virtud de una feroz represión que se justificó en el presunto comportamiento delictivo de los miembros de esta Sociedad, deportó a muchos de ellos a los presidios de Isla de Pinos, Chafarinas, Fernando Poo y Ceuta.

Ya a principios del siglo siguiente se edita Los Negros Brujos (1906), de Fernando Ortiz, quien dotado de una intensa vocación investigadora y sólida formación científica, estaba convencido de la necesidad de profundizar en el conocimiento de los elementos aportados por la población de origen africano. Este trabajo posee una carta-prólogo del Doctor Cesare Lombroso, figura cimera del Positivismo Criminológico, quien juzga de extraordinaria la indagación para el estudio de lo que Ortiz dio en llamar la “criminalidad afrocubana”.

 

En esta obra el autor anuncia la aparición de un ensayo especialmente dedicado al análisis del ñañiguismo como parte de su proyectado ciclo de estudios antropológicos que él denominara Hampa Afrocubana. Los Negros Brujos, al igual que Los Negros Curros, obra concebida  en 1909, estuvieron caracterizadas por una limitada concepción inspirada igualmente por la Escuela Positivista Criminológica, en virtud de que éste constituía el criterio más avanzado en aquellos años y de la que luego, no obstante, Ortiz resurgiría con interpretaciones sociológicas y criminológicas cada vez más esclarecedoras en la medida que profundizaba en el estudio de nuestra identidad nacional, superando estos iniciales enfoques sobre el tema negro.

En 1916 aparece Los Negros Esclavos, como continuidad del estudio de lo que él consideraba un grupo social portador de determinadas características distintivas que lo hacía propenso a la criminalidad, pero ya aquí se logra distinguir cómo, más allá de determinantes puramente biológicas, comienza a vislumbrar la trascendencia del medio social en la conducta de los individuos. De cualquier manera, como ya expresamos, prometió en varias ocasiones escribir un libro sobre los ñáñigos, pero nunca lo hizo, al menos al estilo de sus anteriores estudios, a pesar de que abordó el tema en otros trabajos dispersos.

Representante de las más fuertes corrientes positivistas y que desde su enfoque también realizó estudios acerca del ñañiguismo fue Israel Castellanos, Jefe del Departamento de Dactiloscopia de la Policía de La Habana, quien en la Revista Policíaca de La Habana trató de demostrar que los negros eran criminales natos, al punto de afirmar que las fiestas carnavalescas en Cuba constituían la más clara revelación de la inferioridad psíquica de la raza negra, dentro de los cuales consideraba en la más baja escala los de filiación religiosa ñáñiga. En su análisis  criminológico sobre el ñañiguismo y la brujería en Cuba, diferencia desde el punto al brujo (que considera actúa en última instancia inclinado por su fe) del ñañigo, del que estima pertenece a una sociedad criminal organizada por las personas más violentas y sanguinarias, al punto de llegar a compararlos con la mafia italiana.

Rafael Roche, en 1908, concibe el texto La policía y sus misterios en Cuba, que casi en su totalidad reproduce las consideraciones de Trujillo en el siglo XIX y constituyó, sin dudas, una reafirmación de la perspectiva oficial de exclusión y discriminación de esta manifestación religiosa.

En 1930 Juan Luis Martín, periodista y tratadista del tema negro publica Ekue, Changó y Yemayá, trabajo que aunque cargado de errores y de un racismo más encubierto, constituye otro punto de vista de la época que influyó en la mentalidad de los cubanos en la misma línea de Trujillo, Roche y Castellanos.

El ñañiguismo no solo fue abordado en trabajos de corte investigativo. Cuentos y novelas de ficción también incluyeron el fenómeno, como las escritas por Martín Morúa en el siglo XIX y Gerardo del Valle en los años sesenta del siglo XX, reflejando estas historias la leyenda negra tejida alrededor del hombre jurado ante Ekue.

Julio C. Sánchez, sin embargo, enfrenta en 1951 abiertamente las consideraciones de autores estereotipados, reconociendo en su obra el carácter limitado con el que se había realizado la valoración social del ñañiguismo y proclama la existencia en estas sociedades de determinados valores de signo positivo.

Lydia Cabrera se adentra en la temática abacuá por primera vez en 1954 con El Monte, donde evoca el peso de la influencia africana en la población cubana e hilvana valiosas referencias de sus informadores en una gran unidad. Más tarde, su publicación en 1957 de La Sociedad Secreta Abakuá  marca un hito al penetrar en los más profundos secretos de esta hermandad a partir de informaciones testimoniales que convierten el texto en lo que muchos consideran la mejor fuente sobre el tema. No obstante la genialidad de la obra de esta escritora, su indiscutiblemente y paciente empeño por conocer y comprender la emergencia de estos actores sociales, mérito que se refuerza por su condición de mujer, y la importantísima labor de haber desmentido muchas falsedades atribuidas a los miembros de esta organización con respecto a sus inclinaciones criminales, no realizó un análisis crítico y contextual de tales testimonios, limitándose a plasmar las manifestaciones de los entrevistados, motivos por los cuales su discurso resulta en ocasiones contradictorio y ofrece una impresión de inmovilidad temporal.

 Portada

Más tarde incursionan en esta manifestación religiosa con un punto de vista mucho más moderado los cubanos Rómulo Lachatañere, Teodoro Díaz Fabelo, José Luciano Franco, Pedro Dechamps Chapeaux, Argeliers León, Alberto Pedro y Rogelio Martínez Furé, quienes abordan el fenómeno desde perspectivas de mayor impacto cultural, histórico y sociológico. Importantes resultan los trabajos de Rafael López, que enfoca su investigación hacia la influencia abacuá en el puerto habanero, así como las extensas y documentadas pesquisas de Enrique Sosa, en las cuales se reconoce el carácter clasista y parcializado que tuvieron en una época los trabajos sobre el ñañiguismo, muchos de ellos permeados por el racismo heredado de la colonia esclavista, donde el desprecio al negro era lugar común.

Consideramos esencial la obra de Tato Quiñones, quien explica aspectos fundamentales de esta manifestación religiosa, pero no como había sido hasta el momento, con la perspectiva de un “pagano”, sino desde la óptica y sabiduría de un practicante de sus misterios y ritos, resultando sumamente objetiva su visión sobre el fenómeno de la criminalidad que se adjudica al abacuá a partir de su vinculación con la marginalidad y el “ambiente”.

Muy importantes resultan también las investigaciones de Jesús Guanche, poseedor de una amplia cultura y dominio de la temática de las manifestaciones religiosas de origen africano, quien nos introduce en el mundo abacuá de forma dialéctica, refiriendo cada etapa de su desarrollo, haciendo referencia a su articulación en la vida social, aunque este último aspecto fue  analizado con mayor profundidad por Aníbal Argüelles Mederos a partir de la última década del siglo pasado, que conjuntamente con un equipo del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) realizó estudios acerca de la influencia social de las manifestaciones religiosas de origen africano, entre ellas la que nos ocupa, pero sin indagar en los puntos de vista de los miembros de la Sociedad.

En tal sentido podemos citar un análisis desarrollado en la década del 80 que asegura se dispone de datos sobre la comisión de delitos graves como hechos de sangre en medio de plantes ñáñigos por rivalidades entre miembros de deferentes juegos,  la existencia de testimonios de oficiales de prisiones que afirman que en estos sitios se realizan en ocasiones actividades religiosas sin autorización que generan conflictos y alude una investigación realizada por un equipo del CIPS y de la Sección de Investigaciones Sociales del Ministerio del Interior, realizada en el mes de noviembre de 1986 en centros penitenciarios y de reeducación de las provincias de Ciudad de La Habana, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba que consideró “las creencias sincréticas en la familia (…) un factor de riesgo delictivo”.

Otra indagación concluye que “La práctica social, avalada en la investigación por testimonios de especialistas, permite suponer que exista una relación delito-religión” y que “aún cuando en los expedientes judiciales de sancionados no siempre consta la intervención de aspectos relacionados con la religión en los hechos delictivos, se conoce de casos en que las ideas y prácticas religiosas de los llamados cultos sincréticos han sido móviles o estimulantes de la actividad delictiva”.

A pesar de los antecedentes que relacionan de manera directa esta manifestación religiosa con el fenómeno de la criminalidad, a partir de los años 90 se observan tendencias que convergen en el reconocimiento de existencia de determinados valores positivos que se promueven al interior de la Sociedad Abacuá, considerando que gran parte de sus creyentes, en calidad de pueblo, han apoyado los postulados de Revolución, de la misma forma que se advierte su influencia en los más variados campos de la vida social y reafirma la necesidad de estudios mucho más profundos debido a que “si bien no se caracterizan por el proselitismo, son de hecho atrayentes para los jóvenes por la asociación de ciertos rituales a lo festivo, así como el misterio y pragmatismo de los mitos y ceremonias”.

La Resolución 65/05 del Ministerio de Justicia reconoce y autoriza el funcionamiento de esta institución religiosa y valida su Reglamento, el que resulta una valiosa fuente  para el análisis de los principios éticos de esta manifestación, su correspondencia con nuestro proyecto social y un importante instrumento de control social informal.

Indiscutiblemente, como afirmaba Eugenio Matibag “la religión afrocubana persiste como un secreto a voces, (…) una red de comunicaciones que continúa desarrollándose, y llega a ser parte de la cultura oficial”; la permanencia y desarrollo de esta hermandad así lo demuestra; pero por otra parte, resulta a estas alturas extremadamente necesario renovar criterios acerca de estas organizaciones y demostrar la autenticidad de valores religiosos que le son  inherentes y que comúnmente resultan distorsionados o estereotipados. Sin dudas, y replicando las palabras de Manuel Martínez Casanova y Nery Gómez Abreu, “el etnocidio posee mil rostros”.

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