viernes, 4 de marzo de 2022

Juan Gualberto Gómez Ferrer: estamento de altura

Por: Ramón Torres

 

El 5 de marzo de 1933 fallecía en La Habana Juan Gualberto Gómez Ferrer, el intelectual negro más prestigioso del primer cuarto del siglo XX cubano. Sin embargo, todavía es insuficiente el tratamiento que se le ha dedicado a esta figura emblemática, cuando siempre queda algún que otro detalle en el tintero, sobre todo en el caso de personalidades tan interesantes como polémicas vinculadas con nuestra historia patria.

Hijo de esclavos, nació sin embargo libre, gracias al esfuerzo de su padre que aprovechó las leyes de la época para comprar el vientre de la madre por veinticinco pesos. Esa condición de liberado le permitió al hijo aprender a leer y escribir (cosa no autorizada a las personas esclavizadas de entonces).

Si somos fieles a la verdad histórica, hemos de reconocer también que Catalina Gómez, la dueña del ingenio matancero Vellocino de Oro, donde había visto la luz Juan Gualberto el 12 de julio de 1854, debió haber tenido ciertas concesiones, porque contribuyó en parte a la formación del muchacho.

Se sabe que en 1868, ante la tensa situación del país generada por el inicio de la Guerra de los Diez Años, Catalina apoyó económicamente para que mandaran al chico hacia Francia a estudiar el oficio de constructor de carruajes, uno de los pocos relevantes a que podían aspirar negros y mestizos durante aquel período.

Al año siguiente la propia Catalina se le unió con sus padres en el país del Sena, y allí comprobaron que Gómez daba para más, por lo que fue inscrito en una escuela preparatoria de ingenieros, pero la precaria situación económica le obligó suspender la carrera y dedicarse al periodismo y emplearse por muy poco en casas de comercio y como traductor.

Su pasión por la libertad le trajo no pocos inconvenientes una vez regresado a Cuba, donde fue llevado a prisión, perseguido y deportado más de una vez, pues siempre encontró una forma de conspirar contra el colonialismo español y mostró sus dotes de acreditado intelectual cuando se suponía que los “negritos” no sabían leer ni escribir, ni se preocupaban por el arte ni hablaban de filosofía ni de política. Este, como muchos otros, echaba por tierra la teoría positivista que pesaba sobre las personas de piel oscura y que les atribuía cualidades propias del salvajismo, por estar más cercanas a sus parientes simiescos.

Tuvo a bien Juan Gualberto, luego de la abolición de la esclavitud en 1886, proponer el Directorio Central de la Raza de Color, en función de aglutinar a “todos los centros de instrucción y recreo, cofradías, socorros mutuos, cabildos de africanos, y toda agrupación perteneciente a la raza (…)” (Carta dirigida a Juan Gualberto Gómez por la Sociedad de Instrucción y Recreo La Caridad de Guanabacoa, citado por Hevia, 1996, 16).

Sin embargo, aunque el Directorio pretendía un real y efectivo reconocimiento del sector negro y mestizo cubano, lo hacía bajo el prisma “blanqueador”, donde no tenían cabida las costumbres y comportamientos propios de África.

Esa fue una constante que caracterizó a los dos paradigmas más representativos de la “raza de color” (como se le conocía entonces) en Cuba: Martín Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez, que no obstante se mostraban rivales irreconciliables. En cambio, uno u otro consideraban que el negro, si quería ser reconocido, debía desafricanizarse todo cuanto le fuera posible.

Pese a su enconado enfrentamiento, también coincidieron ambos patriotas en oponerse al Partido de los Independientes de Color, pues “se rehusaban a la creación de organizaciones cuyos miembros fueran únicamente negros y mestizos, principio que ya había sido promulgado en sus luchas reivindicativas a finales del siglo XIX” (Fernández, 2014, 50).

La investigadora Oilda Hevia recoge la posición de Gómez desde el décimonónico:

“(…) Sabía que el partido negro estaba destinado al fracaso. El gobierno colonial y las clases dominantes, que siempre buscaron la manera de dividir a la raza negra, los enfrentaría abiertamente; pues, más allá de cualquier aspiración de igualdad racial la constitución de un partido negro tenía una connotación política cuya aceptación era prácticamente imposible para una sociedad que ni siquiera había abolido la esclavitud (Hevia, 1996, 15-16).

Con todo, nada de lo anterior empaña su patriotismo, como tampoco debilita su imagen la remembranza (poco divulgada) de su pasión cartomántica. No por gusto, en la Casa Museo que lleva su nombre, enclavada en la calle Empedrado, del municipio capitalino de La Habana Vieja, se conserva el juego de naipes con que “trabajaba” el célebre político cubano, de quien se dice, tenía potencialidades mediúmnicas. Una cosa no niega la otra.

Por eso el doctor Alejandro Fernández es pródigo en su evocación a tan magnánimo hombre. Y ninguna mejor, entonces, que la siguiente cita para recordar en la fecha de su deceso al héroe de Sabanilla del Encomendador, y de Cuba toda:

“El líder del movimiento negro tradicional continuó siendo el periodista Juan Gualberto Gómez. Su legitimidad se hallaba avalada por su doble condición de colaborador activo en la Guerra del 95 junto a José Martí, lo que lo había llevado a cumplir condena en el presidio de Ceuta, y de activista principal de los derechos civiles de negros y mestizos desde 1890, cuando presidió el Directorio Central de las Sociedades de Color. Este activismo social, que ya lo había consagrado a finales del siglo XIX, unido a su oratoria y patriotismo, lo convirtió en la figura de mayor autoridad en su estamento. A su trayectoria se sumaban su intachable moral ciudadana y su discurso a favor de la unidad social, todo lo cual hacía de él un símbolo de la lucha por la igualdad racial, y no dudaba en apelar a su nombre y relaciones en pro de blancos, negros y mestizos” (ob. cit., 51).

 Fuentes:

Deschamps Chapeaux, Pedro. El negro en el periodismo cubano en el siglo XIX. Ed. R, La Habana, 1963.

Fernández Calderón, Alejandro. Páginas en onflicto: debate racial en la prensa cubana (1912-1930). Ed. UH., La Habana, 2014.

Hevia, Oilda. El Directorio Central de las Sociedades Negras de Cuba (1886-1884). Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1996.

 

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