jueves, 13 de abril de 2023

Al habla con una América silenciada

Por: Ramón Torres

En 1931, un grupo de naciones de este lado del Atlántico decidió establecer el 14 de abril como Día de las Américas, pero realmente hubo que esperar a 1948 para que reunidos en Colombia, miembros de veintiún países establecieran acuerdos dirigidos a afianzar la paz y la seguridad del Continente Americano y consolidar la democracia de los pueblos y la no intervención en los asuntos internos de cada Estado. Pero, ¿se cumplirían de veras tales preceptos?

Sin lugar a dudas, el principio era descolonizador por su esencia, pues tenía en cuenta el respeto a la soberanía regional y cuestionaba desde entonces esa América construida por manuales, a partir de un supuesto “Descubrimiento” que no era tal, pues había mucho de historias silenciadas, como la propia designación del continente en honor a Américo Vespucio, cual si no estuviera habitado cuando llegaron españoles y portugueses, ingleses, franceses u holandeses.

 

En el capítulo “América. ¿Cuántas veces se ha descubierto”, del libro Enigmas de la Historia, el autor Jeremy Taylor Woots declara:

“Uno de los infortunios de Colón —y no el menor— es el grado en que se ha discutido, por parte de algunos doctos, hasta la realidad de su descubrimiento. Hay un criterio intermedio, lógico, de sentido común, que es el que suele adoptarse en todos los manuales de historia. Prescindiendo de ciertas enormidades, como (…) el posible predescubrimiento de América por los fenicios, israelitas, griegos, romanos, germanos, árabes e irlandeses, está demostrado que los vikingos, en sus correrías de Islandia a Groenlandia, llegaron en el siglo X a América. Pero las relaciones entre aquellas tierras y Europa se interrumpieron en el siglo XIII. También se ha creído modernamente que los chinos tuvieron noticia de un continente situado  al oriente de su tierra y al que llamaron Fu-Sang”.

Es una verdad de Perogrullo: lo más importante que trajo el “Descubrimiento” ha sido su manipulación. Se modificó libremente la historia y se desconoció el papel de los pueblos originarios. Se “construyó” una América salvaje y atrasada, con el fin de justificar la conquista. Así llegó Velázquez a Cuba, Cortés a México, Pizarro al Perú. Así introdujeron personas esclavizada desde África, pero les negaba a estos y a los que ya estaban desde antes, su participación como parte de la nación. Había una América dividida, sesgada, elaborada.

No debe extrañar que hacia 1826, Simón Bolívar convocara a un congreso americano, el primer intento concreto de alcanzar la unión de las repúblicas hispanoamericanas específicamente, que dejaba fuera a los Estados Unidos.

Por supuesto, el vecino del Norte presionó durante mucho tiempo —imbuido de la Doctrina Monroe— hasta que logró la ejecución, en 1889, de la Primera Conferencia Panamericana de Washington, donde propuso  una Unión Aduanera y una moneda común. Al año siguiente surgiría la Unión de Repúblicas Americanas el 14 de abril de 1890, antecedente directo de la Organización de Estados Americanos (OEA), creada en 1948.

Pero…, no nos llamemos al engaño. América suspira porque realmente se reconozcan los verdaderos derechos de sus habitantes, porque los ancestros Amaruka, que las tribus indígenas traducían como "Tierra Fecunda" sean considerados y reivindicados, ya que resultaron víctimas de saqueos, violaciones de sus derechos, y muchas veces condenados a la pérdida de su verdadera identidad.

Si se quiere dedicar en rigor un Día de las Américas, hay que pensar en sus historias silenciadas, de responsabilidades gubernamentales con una afroindoamérica excluida, de evitar la repetición de errores. Si se quiere celebrar un día por nuestro continente, mejor retomar las ideas de nuestro José Martí, quien desde el principio fue preclaro al enfatizar en su ensayo “Nuestra América”:

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.

 

Y aunque parezca un poco extenso, vale la pena retomar también el final del mencionado ensayo:

“No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas.  Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Zemí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”

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