Por: Ramón Torres
Cuando allá por los años veinte del pasado
siglo Enrique Peña compuso la obra “El ñáñigo”, inscribía su nombre en la larga
lista de hacedores musicales que aprovechaba la rítmica abakuá en el quehacer
popular cubano.
Peña, que había militado en el Ejército
Libertador como corneta a las órdenes del Lugarteniente General Antonio Maceo,
dedicaba la pieza en cuestión a los obonekues o iniciados en la cofradía
participantes en la contienda.
La Sociedad Abakuá, o de ñáñigos, constituye
la única agrupación religioso-mutualista de América, al menos en la variante
africana, exclusiva para hombres, y surgida hacia las primeras décadas del
decimonónico como respuesta a los desmanes esclavistas. Sin embargo, de su cultura
se conoce poco debido a prejuicios, tergiversaciones y estereotipos que la
envuelven en un halo de misterio tenebroso.
No obstante el ñañiguismo ha calado nuestro
ámbito musical. Esto bien puede entenderse si se tiene en cuenta el
protagonismo de muchos de sus cultores como exponentes de la resistencia a la
marginación.
El Septeto Nacional Ignacio Piñeiro le debe mucho al abakuá |
Se sabe que el danzón, por ejemplo, fue
inicialmente música criticada, cuestionada, rechazada, tal vez por su oriundez
popular y su criollismo desenfadado. Dicho de mejor manera, por su desprendimiento
de los moldes europeos convencionales. En cambio, quizás muchos ignoren la
condición de su creador, Miguel Failde, como miembro de la hermandad, iniciado
en el juego Bacocó de Matanzas según versiones de la oralidad popular.
Juramentado en Efori Enkomó lo fue Ignacio
Piñeiro, quien elaboró hacia la tercera década del siglo XX el afro-son “En la
alta sociedad”, cuyo texto ridiculiza a la población elitista que pretendía
apropiarse de las tonadas abakuá.
En 1928 compartía con Piñeiro en el Sexteto
Habanero el prodigioso tamborero Agustín Gutiérrez (Manana) que, a decir del
investigador norteamericano Ivor Miller, introdujo una técnica muy original
llamada glisado, consistente en
arrastrar la palma de la mano, sudada, sobre el parche de su instrumento, para
imitar el bramido de ekue.
Ekue es el tambor sagrado y secreto entre los
abakuá de origen efó, el bongó de los efí. Y bongó es el nombre de uno de los
tambores más relevantes del son, música síntesis, ejemplo de cubanía.
Al
compás de rumba
Por alguna razón secular, un nutrido grupo de
obonekues ha ejercido poderoso influjo en la rumba. Piñeiro, de quien ya hemos
hablado, incorpora la típica clave abakuá en el son y la rumba, con la ligera
modificación de una síncopa.
El célebre Chano Pozo, iniciado en Muñanga |
El célebre Luciano/Chano/Pozo, juramentado en
Muñanga Efó, lleva las tumbadoras allende los mares y las integra al jazz;
Horacio L’ Lastra (Endibó Efó) compone el guaguancó “Pongan atención”; Justi
Barreto (Usagaré Mutanga) idea “Batangá No. 2”.
Rumberos indiscutibles fueron Pedro, Quique y
Mario/Chavalonga Dreke, iniciados en Isún Efó, como iniciada es la mayoría de
integrantes de prestigiosas agrupaciones musicales-folklóricas: Los muñaquitos
de Matanzas, Yoruba Andabo, Clave y guaguancó, por citar algunos.
Rumba y ñañiguismo, ambos producto nacional.
Una y otro venidos desde abajo; música callejera y del solar, le adeuda mucho
la primera al segundo, sobre todo en la variante de columbia, que toma prestado
el diálogo entre Moní bonkó (tamborero que percute el bonkó enchemillá) y el
íreme (diablito) bailarín durante los días de fiesta o plante abakuá.
Pura
música
No pocas orquestas, compositores e
intérpretes musicales se apropian de los ritmos, palabras y frases abakuá en
beneficio de sus producciones.
Sobre la tercera década del siglo XX el
Sexteto Habanero grababa “Criolla Carabalí”, elaborada por Guillermo Castillo
Bustamante, quien empleaba referencias ñáñigas.
Dentro de la fecunda obra del dueto Obdulio
Morales-Julio Blanco Leonard figura la pieza “Enlloró” que llegó, incluso, a
utilizarse en el filme La realidad de un
sueño (1945).
El remediano Alejandro García Caturla llegó
más lejos con la creación de “Yamba-O”. Le sirvió como estímulo el poema
“Liturgia”, de Alejo Carpentier, y supo insertarlo vigorosamente en la música
para que luego le diera estructura final el talentoso Amadeo Roldán, quien lo
estrenara con la Orquesta Sinfónica la noche del 25 de octubre de 1931.
Ejemplos no faltan, por lo que solo nos
limitamos a los más relevantes: Benny Moré en “En el tiempo de la colonia”
completa la frase con “(…) tiempo del seseribó”, el tambor-copón del bautismo
abakuá; Los Van Van en “Áppapas del Calabar” narran la historia del ñañiguismo
en Cuba desde su surgimiento en 1836; pero, quien de veras le hace justicia es
el cantautor Pedro Luis Ferrer, de cuya cosecha es el siguiente fragmento
dedicado a la agrupación, tantas veces ignorada, excluida, marginada:
Uno de la extrema izquierda/me vio con un
abakuá/me dijo véndele al socio/porque te vas a embarcar.
Le dije, vete tranquilo/que el socio es buena
persona/ahora lo estoy despidiendo/porque se va para Angola
Tengo un amigo palero/y uno que es abakuá/son
más hombres y más amigos/que algunos que no son na’.
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