Por: María Ileana Faguaga
El tratamiento de la oralidad —en tanto
antigua, moderna, postmoderna forma de conservación, transmisión y reproducción
de las culturas por vía oral—, supone tanto riesgos diversos como el intentar
ofrecer interpretaciones, s no novedosas, al menos revitalizantes, de los
planteamientos problemáticos que el tema ha suscitado durante más de un siglo
de acercamientos y estudios por parte de cientistas sociales y literatos, que
no para sus portadores, pues estos la viven, la disfrutan en su cotidianidad.
Pasado
y presente
Referirse a la oralidad precisa retrotraernos
a los orígenes de la palabra, de la voz misma; esta que significó “el despegue
lingüístico” y que constituyó, a su vez, “un despegue cultural” (Harris, 2000,
66).
A partir de ese momento, los humanos hemos
estado haciendo uso del lenguaje articulado y, por tanto, de la oralidad en sus
más variadas formas, que algunos especialistas se inclinan a diferenciar como
“oralidad primaria” —la palabra memorizada y “actuada” directamente ante los
otros, que se dice propia de las llamadas “sociedades tradicionales” (¿acaso
las otras no conservan tradiciones?) o (con un lenguaje peyorativo que contiene
un evidente egocentrismo) “sociedades primitivas”— y “oralidad secundaria” —la
que se estructura como texto escrito, pero para ser “actuado”, con mayor
presencia en las “sociedades modernas” y “postmodernas”.
Otros consideran su tratamiento a sus estados
de mayor o menor “pureza”. Sin embargo, todos coinciden en destacar su
importancia en tanto veh{iculo de comunicación y transmisor del saber humano e,
incluso, muchos le valoran como la primera modalidad de recogida de los
acontecimientos históricos.
El griot, "dueño de la palabra africana" |
En la música y geográficamente lejana África
Subsahariana —culturalmente tan presente entre los pueblos del Caribe—, “donde
la tradición oral es considerada como un museo vivo para la arqueología, para
la historia y para el presente del transcuros social”, el griot es el
“personaje poseedor del conocimiento, dueño de la palabra” (Friedemann, 1999,
23) y, por tanto, depositario de la historia, en todas las sociedades hasta hoy
conocidas la oralidad se desempeña en calidad de transmisora de valores, de
tradiciones…, de historias.
Este elemento, esencial, durante mucho tiempo
ignorado o intencionalmente obviado por los cientistas sociales, ha sido
reivindicado y avalado por los estudiosos apenas en el pasado siglo XX. Desde
sus perspectivas, la oralidad dejó de ser considerada como un “género menor” o,
acaso, un “instrumento auxiliar” de las investigaciones sociales, pasando a ser
validada la Historia Oral como una disciplina de la ciencia histórica, cuyo
objeto de estudio es la búsqueda, organización en interpretación de las
tradiciones a través del empleo de las fuentes orales.
Oralidad
y Tradición Oral
Si entendemos por “tradición” las costumbres,
usos ideas, doctrinas…, transmitidas generacionalmente por los pueblos,
posibilitando “un punto de vista desde el cual lo nuevo puede experimentar su
ordenamiento y valoración” (Álvarez de Luna, 1986, 182), es decir, constituye
la memoria de los pueblos —en tanto recuerdos, relaciones de acontecimientos…,
que son transmitidos, recibidos, salvados en sus esencias—, entonces la
“tradición oral”, readaptando el concepto ofrecido por Vansina (1985, 161),
para quien designa la memoria de la memoria es la memoria de la oralidad.
Concebida de ese modo, la tradición oral es
mucho mas que cuentos, canciones leyendas, mitos, refranes, poesías,
adivinanzas…, es “la gran escuela de la vida” (Hampate, 1982, 187), de manera
que su abordaje desprejuiciado contribuye en el camino del conocimiento de la
historia. De hecho, e las sociedades ágrafas —carentes de escritura—,
constituye prácticamente la única fuente para la reconstrucción de sus
historias.
La
Palabra y el Cuerpo
Oralidad es más que la voz, es más que la
palabra misma, aunque algunas —tal veces por ser esas las primeras sugerencias
que nos ofrece el término “oral”, intenten simplificarla de ese modo.
Palabra y cuerpo, gestos, silencios, miradas,
tonos, inflexiones de la voz y del cuerpo, en fin, sonido e imagen —real:
palpable o ficticia; imaginada—, son componentes que establecen relaciones de
íntima ligazón en la oralidad.
En práctica performática, voz y cuerpo se
integran en una relación compleja, mutuamente enriquecedora, en la que se
subrayan, se reafirman o se niegan mutuamente, en un juego que concede sentido
y significado al discurso que se intenta transmitir. Solo así “las palabras,
las bellas palabras, asumen vida plena” (Bachelard, 1998, 54).
Sobre la complejidad de la relación entre la
palabra y el cuerpo nos dice Paul Zumthor:
“Un lazo funcional liga de hecho a la voz al
gesto: como la voz, él proyecta el cuerpo en el espacio del perfomance y se
dirige a conquistarlo, saturarlo de su movimiento. La palabra pronunciada no
existe (como lo hace la palabra escrita) en un contexto puramente verbal: ella
participa necesariamente de un proceso más amplio operando sobre una situación
eistencial que altera de algún modo y cuya totalidad engancha los cuerpos de
los participantes” (2001, 243-244).
Oralidad
en la “era de las comunicaciones”
La oralidad, como ente vivo, se regenera, se
transforma, adquiere nuevas modalidades, tanto a nivel microsocial —entiéndase
la familia— como en los niveles macrosociales.
El desarrollo de las comunicaciones no significan el fin de la oralidad |
Si la “Modernidad” y la “Revolución
Industrial” que la sustentó con la aparición de la imprenta —recordemos que la
escritura, según Levi Strauss, es símbolo de “civilización”, y todos concuerdan
en que otorga poder— afectó en cierta forma la transmisión oral de
conocimientos —la escritura fija un canon y coarta la espontaneidad de la
palabra dicha—, la actual “era de las comunicaciones”, cuyo punto de partida es
un desarrollo tecnológico inusitado, ha generado no solo nuevas formas de oralidad,
son, asimismo, la necesidad de plantearse nuevos ejes desde los cuales
acercarse al análisis de esta realidad sociocultural.
La aparición del teléfono, la radio, la
televisión, la cinta magnetofónica, la computación e Internet, han devenido
nuevos recursos comunicativos que —contrario a lo que opinan muchos, que
consideran a estos mdios motivo de aislamiento—, suscitan acelerados
intercambios de ideas, concepciones, experiencias… y, en los casos en los
cuales no es posible la visualización, obligan a suplir su ausencia forzando a
la imaginación a complementar lo que se escucha.
Oralidad
y “Postmodernidad”
La “Postmodernidad”, entendida como proceso
transicional que afecta todos los aspectos esenciales de las sociedades —la
economía, la política y, también a la cultura—, asumida como “el fin de la
historia” y sí como camino abierto a la humanidad que conduce hacia una nueva
etapa de su desarrollo histórico, sin dudas surte efecto sobre las vías de
transmisión orales.
Sociedades que se desenvuelven total, mediana
o parcialmente en la “Postmodernidad”, aquellas que apenas alcanzan los niveles
de la “Modernidad” y otras qu viven en formaciones “Premodernas” o
“Precapitalistas” de desarrollo, conviven en un mundo cada vez más global e
interconectado, en el cual se arriesga hasta la supervivencia si las diversas
comunidades no interactúan aunque sea en mínimos niveles.
Interacciones que —proponiéndoselo o no—
ocasionan constantes interinfluencias culturales, que conducen a una
recirculación de valores, formas de vida y en general, de los elementos
constitutivos de las diferentes identidades culturales.
Globalización que, impuesta desde los centros
mundiales de poder, ocasiona temores —comprensibles y justificados— en las
naciones periféricas, y suscita como contrapartida reacciones de regionalismos,
nacionalismos y toda una variedad de fundamentalismos culturales que pueden
asfixiar a los pueblos y colocar en trance de desaparición por suicidio a sus
culturas, intentando salvarlas.
En este contexto se afianza entre muchos
estudiosos la preocupación respecto a las posibilidades de supervivencia de la
oralidad. “En Angola como en otras partes de África, los textos orales están en
vías de desaparición, afirmaba el etnólogo angolano José Domingo Pedro y como
forma de enfrentar el hecho proponía “Establecer la cooperación entre las
diversas instituciones encargadas de la recogida y estudio de la tradición
oral” (1999, 38).
Nuevas modalidades de oralidad —“primaria”,
“secundaria” e “híbrida”— como la “oralitura” —concebida como la transcripción
de la oralidad—, la “etnoliteratura” —literatura que recrea las tradiciones
orales— y el movimiento conocido por “Hip Hop” —que “dice” un texto rimado, con
cadencia especial, empleando términos propios de sectores llamados “marginales”
y haciendo énfasis en el uso del cuerpo—, transcienden las fronteras de sus
espacios socioculturales de origen, y se internacionaliza/transnacionalizan
mostrándonos que, actualmente “vivimos en una nueva era de la oralidad”
(Camacho, 1999, 53).
La tradición occidental cristiana nos dice
que “En el principio ya existía la Palabra” (Juan, 1:1), y afirma: “Las palabras del hombre son aguas profundas,
río que corre, pozo de sabiduría” (Proverbios, 18:4). Los practicantes de las
tradiciones afro religiosas, que tanta importancia y aché (poder) conceden a la palabra, sentencian: “La palabra mata.
La palabra salva”. Similares concepciones en relación con la palabra hallamos
en otras culturas. ¿Cómo imaginar, entonces, “el fin de la oralidad”? como la
vida misma, la oralidad será —en relación dialéctica— la misma y diferente,
pero sobrevivirá.
Fuentes consultadas:
Álvarez de Luna, A. y Álvarez de Luna, J. Diccionarios Riodueros. Antropología
cultural. Ed. Católica. Madrid, España, 1986.
Bacheland, G. A poética do devaneio. Martins
Fontes. Sao Paolo, Brasil, 2001.
Camacho, L. “La radio, germen de una nueva
oralidad”. En Oralidad. Anuario 10,
Unesco, La Habana, 1999.
Dios
habla hoy. La Biblia de Estudio. SBU. EE.UU., 1994.
Friedemann, N. “De la tradición oral a la etnoliteratura”.
En Oralidad. Anuario 10, Unesco, La
Habana, 1999.
Hampate B. La tradición viviente. Historia general de África. Tecnos/Unesco.
París, Francia, 1982.
Harris, M. Nuestra especie. Alianza Ed. Madrid, España, 2000.
Pedro, J. “L’ Angla et les témoignages oraux
liés á la traite negriére et á Iésclavage". En Oralidad. Anuario 10, Unesco, La Habana, 1999.
Vansina, J. Oral tradition as history. The Uniersity
of Wisconsin Press, 1985.
Zumthor, P.
A letra e a voz. Companhia das Letras. Sao Paolo, Brasil, 2001.
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