Por: Ramón Torres
En los años 20 del pasado siglo el negro se pudo de moda |
Durante la tercera década del siglo XX surgió en Cuba un arranque de entusiasmo por el folklore como tema de diversas obras. En 1928 el poeta y novelista Alejo Carpentier organizó el ballet La Rebambaramba, mientras que aparecen los pemas “Bailadora de rumba”, de Ramón Guirao y “La rumba”, de José Zacarías Tallet.
Poco antes (1924), el
polígrafo cubano Fernando Ortiz fundaba la revista Achivo del Folklore
Cubano, que intentaba rescatar, con espíritu científico, los principales
elementos y tradiciones que se entrelazaban en la formación de nuestra
nacionalidad.
LA NEGRITUD
Luego de fracasada la guerra
del ‘95, salvo contadas excepciones, los escritores cubanos quedaron afianzados
a un clasicismo castellano que frenaba la creatividad literaria. La temprana
muerte de José Martí y Julián del Casal paralizó los afanes renovadores que
preconizaban ambos intelectuales, y el quehacer literario se vio sumido en un
romanticismo deformado.
No obstante, tras el
advenimiento de la “República”, una suerte de sensibilidad poética afloraba de
manera inusual, sobre todo, en la entonces provincia de Oriente y, aunque menos
fuerte, también en Matanzas y Santa Clara.
En esta etapa inicial de
“renacimiento” cubano destacó la trilogía compuesta por los “pardos” Agustín
Acosta, Regino Eladio Boti y el mestizo José Manuel Poveda, quien en su
búsqueda identitaria escribiría al segundo el 28 de noviembre de 1909:
“Yo aspiro a que formemos en
Oriente un núcleo que se haga oír de La Habana, y más tarde de la América y del
mundo”.
Los poemarios El mar y la
montaña (Boti), Ala (Acosta) y más aún Versos precursores
(Poveda), constituyen ejemplos indiscutibles de aquella revolución poética que
continúa resistiendo al tiempo, pese a las múltiples interpretaciones. No es,
como muchos creen, un simple derivado del modernismo tradicional, sino la
antesala de una poesía negrista, auténtica y nacional, derivada de un conjunto
de acontecimientos sociales que convulsionan al país: la independencia había
sido truncada con la intervención americana, que impuso a Cuba un gobierno
servil; en 1912 se perpetra, durante la llamada Guerrita de los negros, un
genocidio racista contra la población negra cubana, que perdió asesinada a más
de 3 000 personas pertenecientes, o no, al partido político Independientes de
color, que reclamaba sus derechos ciudadanos; males de la república que generan
movimientos patrióticos, movimientos antimperialistas, movimientos
antirracistas.
El negro clama por su
reivindicación. No se puede prescindir de él, porque forma parte, bien
arraigada, de nuestra nacionalidad. Los autores vanguardistas se encargaron de
sacar al negro de las sombras.
LA MODA DEL NEGRO
Habíamos adelantado al
principio del trabajo que la tercera década del XX trae aparejado un arranque
de entusiasmo por el folklore. Las danzas y el drama religiosos, especialmente
los de procedencia africana, llaman la atención de muchos artistas.
La actividad heredada de los
africanos, transida de poesía toda, influye considerablemente en el quehacer de
los cultores. Según narra Ortiz, en esos tiempos se intentó llevar el
ñañiguismo al teatro municipal de Guanabacoa que, con el concurso de algunos
miembros de la sociedad abakuá, como también se les conoce a los ñáñigos,
pretendía presentar a modo de entremés una pieza en un acto llamado “Appapá
Efí”. Claro que sin efectuar sacrificios ni ejecutar ritos prohibidos, pero aún
así lo impidió el Consejo ñáñigo.
El tema abakuá cautivó también
al poeta Alejo Carpentier, quien escribió su primera novela Ekue-Yamba-O
y elaboró el poema “Litúrgia”, que estrenaría Amadeo Roldán con la Orquesta
Sinfónica Nacional el 25 de octubre de 1931.
Asimismo, en 1927 María Teresa
Vera interpreta el toque abakuá “En la alta sociedad”, construcción atrevida
para entonces, teniendo en cuenta los prejuicios de la época y las reservas de
la propia dirección ñáñiga. La autoría se debió a Ignacio Piñeiro, uno de
nuestros más valiosos compositores de sones y rumbas.
La rumba —como el son— puede
considerarse música síntesis de distintos géneros, sobre todo, por la belleza y
originalidad con que se engranan y asimilan los aportes, tanto europeos como
africanos. El ritmo de los instrumentos percutivos va más allá de la
descripción de un hecho, y convierten al espectador en un ente activo del
espectáculo.
Este empréstito africano
impide desligar la poesía de la prosa que se diferencia, sencillamente, por la
acentuación en el ritmo.
La poesía negrista rompe con
la rima tradicional aprovechando el esquema africano. Toda obra de arte
africano está transida de un ritmo que siempre significa algo, ritmo presente
en la más insospechada actividad del africano. Y ese ritmo del tambor fue
aprovechado por los poetas de la negritud para realizar sus composiciones en
las cuales trasladaron la tensión hacia el auditorio, tensión que se da a
través de un ritmo que permite al oyente apreciar el baile sin el concurso
de los instrumentos percutivos.
– ¡Tiempla los cueros, José
Caridá!
Llama a tu ecobia que baile el bembé,
que mueva la grupa,
que estire los pies,
que salte,
que grite,
se agache, se pare y se vire al revés
(Marcelino Arozarena, “Liturgia etiópica”).
Llama a tu ecobia que baile el bembé,
que mueva la grupa,
que estire los pies,
que salte,
que grite,
se agache, se pare y se vire al revés
(Marcelino Arozarena, “Liturgia etiópica”).
Marcelino Arozarena, poeta "sin color". |
La rumba, género vituperado y
marginado se abre espacio. La lírica escribe en su nombre (Guirao, Ballagas,
Guillén). Lírica que lleva el sello musical-danzario y que le imprime un
carácter espectacular y dramático. Lírica que provoca un impacto en el
auditorio, al cual conmueve apelando a resortes diversos: interjecciones,
frases, sonidos onomatopéyicos, etc. Lírica en compás de rumba que alcanza su
máxima expresión bajo la pluma de nuestro Poeta nacional y Marcelino Arozarena,
representantes señeros del mestizaje cultural cubano.
“Los autores de la lírica
afrocubana son negros y blancos y mestizos de todos grados —explica Janheinz
Jahn—. No es el color de la piel de sus autores, sino su estilo y sus
contenidos los que nos mueven a incluirlos en la cultura neoafricana. Tenemos
en primer lugar su ritmo. Los poetas reproducen los ritmos con grupos sonoros
onomatopéyicos que tomados en ocasiones de algún idioma africano, se varían y
repiten como hilos conductores y que determinan el ritmo básico de una poesía,
ritmo que con frecuencia es roto por un contrarritmo, siguiendo en ello por
completo la tradición de las antífonas africanas” (Jahn.126).
Y más adelante agrega:
“(...) Guillén, Ballagas y
Arozarena son los maestros de esta lírica, que refuta el ‘alma africana’, el
‘el renacimiento de África a partir de su psique’. Ballagas es blanco,
Arozarena es negro. El ritmo fascinante se extiende por toda América Latina; su
método fue adoptado y elaborado por Luis Palés Matos en Puerto Rico, por
Adalberto Ortiz en El Ecuador, por Solado Trinidade en el Brasil, por León
Damas, Martin Carter y Jan Carew en la Guayana, por Virginia Brindis de Salas
en el Uruguay y por otros muchos” (Ídem.287).
Los cuerpos ya son veletas.
El rumor de tus chancletas
como rabo de cometas va dejando un rastro de ases.
Tumbando así, me pareces
un majá color de noches:
–Deja tu cuerpo sin broches
pa que no piedda e compá
(Marcelino Arozarena, “Ensayando la comparsa del majá”).
El rumor de tus chancletas
como rabo de cometas va dejando un rastro de ases.
Tumbando así, me pareces
un majá color de noches:
–Deja tu cuerpo sin broches
pa que no piedda e compá
(Marcelino Arozarena, “Ensayando la comparsa del majá”).
Como puede apreciarse, la
pujanza del ritmo africano desafía al observador a quien convierte en
participante; lo negro se convierte en moda, la rumba deja de ser baile de
“mala fama”, “cosa de negros”, cuando en 1932 fue llevada a la Feria Universal
de Chicago “y allí, bailada con cierto recato, tuvo gran éxito. ¡Apoteosis! La
rumba se amundanó, y pudo ser baile de sociedad. Después, en forma más o menos
pudibunda y adecentada, pasó a ser baile generalmente tolerado y hasta favorito
en muchas partes, sin más enemigos que otros bailes rivales, brotados de las
mismas fronteras” (Ortiz, citado por Jahn.144).
Gullén, símbolo del mestizaje poético |
EL SON, SÍMBOLO DEL MESTIZAJE
Si bien la colonia estuvo
cargada de prejuicios contra el negro, los primeros gobiernos republicanos
llegaron a extremos mayores aún y se esforzaron por extirpar todo cuanto
denotara presencia africana en Cuba. Sin embargo, un nuevo género “mestizo” se
imponía, pese a la oposición puritana: el son.
De más está señalar que la
ortodoxia “blanqueadora” se escandalizó frente a este fenómeno musical,
devenido de los desposeídos y envuelto en el enigmático y a la vez atrayente
entorno del tabaco, el azúcar, el ron. Igual que los tambores, el son llegó a
ser prohibido y perseguido por las autoridades; mas, amparadas en la
clandestinidad, las capas populares continuaron disfrutando del cadencioso y
“atrevido” ritmo sensual.
“No se bailaba en las
sociedades blancas por considerársele ‘cosa de negros’, ni en las de ‘negros
finos’, por mimetismo, alineados a tal grado que se solidarizaban con esa
actitud prejuiciosa. Pero, poco a poco, su ‘sabrosura’ fue derribando barreras
sociales. Hasta que finalmente penetró en los salones blancos, y mucho tiempo
después en las sociedades negras.
“La década del 20 al 30 marcó
el apogeo de este género musical” (Furé.187).
Justo en este decenio (1930)
aparece el primer poemario de Nicolás Guillén, Motivos de son,
cuya conmoción en todos los círculos intelectuales de la época no se hizo
esperar.
¿Por qué te pone tan brabo
cuando te dicen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?
cuando te dicen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?
(Nicolás Guillén, “Negro
bembón”).
El son como música popular
bailable resume en sí los más importantes géneros producidos en Cuba a lo largo
de un paulatino proceso de mestizaje. A decir del musicólogo Odilio Urfé es el
exponente sonoro más sincrético de la identidad cultural en la Isla. Y
precisamente esta música sirve de pretexto a Guillén para incorporar a la
poesía la voz del negro y su papel en la formación de nuestra nacionalidad. El
libro abre una nueva etapa de la poesía cubana, con caracteres específicos y
autóctonos; el negro aporta su palabra reivindicadora, en la misma patria que,
junto al hermano blanco, ayuda a libertar y a construir.
Años más tarde, reafirmaría
este criterio el doctor Fernando Ortiz al asegurar que “Sin el negro, Cuba no
sería Cuba”*, pero ya antes había colocado a Guillén en su sitial, publicando
su poema “Negro bembón” en la revista Archivo del Folkore Cubano.
La poesía afrocubana —por
llamarla de algún modo, a falta de un calificativo más preciso— rompe con el
esquema tradicional rimado, sin abandonar el ritmo. Es una poesía, mezcla de la
lengua castellana, española, europea, y dialectos, frases, onomatopeyas propias
del decir africano. Es una poesía mestiza como el cubano mismo.
Con el segundo poemario de
Guillén, Sóngoro cosongo (1931), se reafirma aún más nuestra poesía. El
autor lo presiente, quizás, cuando expresa: “ (...) estos versos mulatos
participan acaso de los mismos elementos que entran en la composición étnica de
Cuba (...) Por lo pronto, el espíritu de Cuba es mestizo. Y del espíritu hacia
la piel nos vendrá el color definitivo. Algún día se dirá color cubano.”
Esta es la canción del bongó:
—Aquí el que más fino sea,
responde, si llamo yo.
Unos dicen: Ahora mismo
otros dicen: ¡Allá voy!
Pero mi repique bronco,
pero mi profunda voz,
convocan al negro y al blanco,
que bailan el mismo son,
cueripardos y almiprietos
más de sangre que de sol,
pues quien por fuera no es noche,
por dentro ya oscureció.
Aquí el que más fino sea,
responde si llamo yo.
—Aquí el que más fino sea,
responde, si llamo yo.
Unos dicen: Ahora mismo
otros dicen: ¡Allá voy!
Pero mi repique bronco,
pero mi profunda voz,
convocan al negro y al blanco,
que bailan el mismo son,
cueripardos y almiprietos
más de sangre que de sol,
pues quien por fuera no es noche,
por dentro ya oscureció.
Aquí el que más fino sea,
responde si llamo yo.
En esta tierra mulata
de africano y español
(Santa Bárbara de un lado,
del otro lado Changó)
siempre falta algún abuelo,
cuando no sobra algún Don
y hay títulos de Castilla
con parientes en Bondó
vale más callarse, amigos,
y no menear la cuestión,
porque venimos de lejos
y andamos de dos en dos
de africano y español
(Santa Bárbara de un lado,
del otro lado Changó)
siempre falta algún abuelo,
cuando no sobra algún Don
y hay títulos de Castilla
con parientes en Bondó
vale más callarse, amigos,
y no menear la cuestión,
porque venimos de lejos
y andamos de dos en dos
(Nicolás Guillén, “La canción
del bongó).
Fuentes:
Jahn, Janhienz. Muntu: Las
culturas neoafricanas. Fondo de Cultura Económica. México. 1963.
Martínez Furé, Rogelio. Diálogos
imaginarios. Ed. Arte y Literatura. Ciudad de La Habana, 1979.
Mongui. “Ni negro ni blanco,
poeta sin color”. En El Caimán Barbudo. Edición 309, marzo-abril, 2002.
Rocasolano, Alberto. “El
posmodernismo literario”. En Bohemia, No.11, 19/5/2000.
Ortiz, Fernando. Los
instrumentos de la música afrocubana. Publicaciones de la Dirección de Cultura
del MINED. Habana, 1952.
Sánchez, Juan. “Ramos Blanco o
pasión de lo raigal. En Bohemia, No.6, 22/3/2002.
*Ver Ortiz, Fernando “Sin el
negro Cuba no sería Cuba”. En Catauro, No.2, 2001.
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