Por: Ramón Torres Zayas
Hacia 1836 —según la mayoría de las
fuentes— fue creada en el poblado de Regla, al otro lado de la rada habanera,
una agrupación masculina religioso-mutualista a la usanza carabalí, que
respondió al nombre de Sociedad Abakuá.
Los primeros integrantes, aunque
criollos, eran personas negras descendientes de africanos, y entre sus fines
fundamentales descansaba la emancipación de la esclavitud, debido a lo cual
fueron estigmatizados por visión del conquistador, que los calificó
despectivamente como ñáñigos o
arrastrados.
En 1862 se forma la primera entidad en
Matanzas y luego se extiende al municipio de Cárdenas, en la misma provincia,
lugares donde hasta hoy continúa operando el ñañiguismo.
Ya en el propio siglo XIX se habían
incorporado a la hermandad mestizos, chinos y hasta blancos, pero la versión
esquemática desde el poder continuó calificándola “práctica de negros” con una
secuela de atributos: guapos, pendencieros, machistas; estereotipo que primó
hasta hace relativamente poco tiempo, aunque no logró impedir que la hermandad
continuara su crecimiento.
Como expresión social, el ñañiguismo
encarna una cultura de resistencia y, quizás por ello muchos jóvenes, con su
espíritu dinámico, rebelde y revolucionario, encuentren un atractivo
inexplicable en la orden. Según un reciente sondeo efectuado por el autor a
jóvenes de la capital, entre 16 y 21 años, iniciados o dispuestos a iniciarse
en la agrupación, más de 90% opta por ella gracias a que se consideran hombres
y tienen “condiciones”.
El término, si bien muy socorrido,
resulta impreciso. No pensará igual el muchacho del residencial Miramar que el
de los espacios marginales del Fanguito o
Romerillo, por ejemplo. De tal suerte, encontramos zonas con alta
membresía abakuá, mientras otras cuentan muy pocos exponentes.
Tampoco responderá lo mismo el hijo
del profesional que aspira continuar estudios universitarios o, al menos,
conseguir un puesto laboral que satisfaga sus necesidades inmediatas (muchas
veces apoyado o estimulado por sus propios padres), que aquél cuyos
progenitores (simples obreros) con suerte, sobreviven.
Tener “condiciones” es, para quienes
aspiran pertenecer a la entidad, contar con una hombría “probada” que, por errónea
interpretación, suele traducirse como guapería.
Se trata de un comportamiento generado
en el entorno marginal, a través de la moral del “ambiente” que ha permeado el
mundo abakuá y no a la inversa.
Abakuá una entidad muy socorrida por la juventud |
Abakuá: juventud VS. Adultos
Motivos históricos —a
veces contradictorios— nos mueven a explorar la marginalidad juvenil dentro de la Sociedad Abakuá,
en la cual la percepción mutua entre generaciones se nos antoja distanciada.
Hoy se le atribuye a la
incorporación de muchos jóvenes el incremento la indisciplina dentro de la
entidad; en cambio, el fenómeno ya se vislumbraba desde su gestación. La
mayoría de los testimonios orales y escritos afirman que Efí Butón, el primer
juego abakuá, estaba integrado por negros criollos, porque las leyes de la
colonia prohibían la reunión de estos y africanos en los cabildos y, además,
porque los últimos negaban la participación de sus descendientes en las
cofradías de “nación” bajo el argumento de que los jóvenes eran muy propensos a
introducir el desorden. El celo no era privativo de los carabalíes, sino común
en el cuerpo africano traído a Cuba por el dominio español.
“Es proverbial la reserva
de los africanos en asuntos religiosos para con sus hijos criollos. Todos los
informantes hijos de ‘negros de nación’ se lamentan de no haber aprendido más
sobre los cultos de sus antepasados, porque ‘los mayores’ les prohibían
participar en ellos, ya que consideraban que ‘los criollos eran poco serios y
no respetaban nada” (Martínez.160).
Sin duda, aparece una
marginación hacia la juventud criolla, condicionada —desde luego— por un
sistema de relaciones de poder autoridad. Por otro lado, los padrinos africanos
hicieron jurar a sus ahijados obediencia absoluta y, como medida adicional, la
negativa de admitir mulatos dentro de las filas abakuá “(…) ya que odiando los
carabalíes a los blancos, no podían tolerar en su sociedad a alguien que
tuviese en sus venas una traza de sangre de la raza odiada” (Sectas
Religiosas.95).
Luego de mucha insistencia
fuero
n aceptados los mestizos, atendiendo a su condición de descendientes y herederos de los negros. En ese contingente entró Andrés Petit.
Más tarde un numeroso
grupo jóvenes blancos de La
Habana quería también participar del Secreto ñáñigo: formaban
parte de una nueva generación, menos prejuiciada que la de sus antecesores y que
aspiraba a compartir el Misterio de los negros. Pero no les estaba permitido.
Tras algunos años de
reclamo, Petit inició a los primeros blancos en 1857, aunque no fue hasta 1863
cuando se reconoció el juego, que recibió el nombre de Akanarán Efó Ocobio
Mucarará (traducido: Madre Efó de hermanos blancos).
Los ejemplos anteriores
permiten observar que, paralelamente al conflicto racial, se expresa el
conflicto generacional: los carabalíes appapas representaban al conglomerado de
los “mayores”, mientras que los miembros de Efí Butón a la juventud criolla
negra, que con el decursar del tiempo tuvo que ceder ante el empuje de sus
descendientes mestizos e, incluso, a los blancos.
A través de los años, se
ha visualizado una relación equidistante entre generaciones abakuá. Esto se
explica por la mirada adultocéntrica hacia los jóvenes, marginados dentro de
los marcos de una sociedad que define a la juventud como un fenómeno negativo.
En el caso que nos ocupa ¿está tan perdida la juventud abakuá? ¿Fue, acaso,
todo tiempo pasado mejor para el ñañiguismo?
“Los jóvenes han venido a echar a perder la
religión”, “antes no era así”, “los menores solo están para la guapería”,
constituyen criterios esgrimidos frecuentemente como expresión del histórico
encuentro de generaciones, quizás porque se ha establecido la imagen
distorsionada de la juventud. Hoy no
pocos adultos se quejan del irrespeto juvenil hacia el abakuá. Del mismo modo que hace más de medio siglo lo recogiera Lydia
Cabrera:
“(…) porque el ñañiguismo
no es hoy lo que era en su tiempo (…), ahora cualquiera sin acreditar que es un
hombre, puede ser ñáñigo (…) abakuá es bueno, y los malos son los abanekwes”
(Cabrera citada por Sosa.324).
¿Quién tiene, entonces, la
razón? ¿Cuál fue, en realidad, la época dorada del ñañiguismo?
La juventud abakuá
atraviesa por la misma dinámica de cualquier otra: la etapa de acceso al
empleo, de implicaciones y definiciones políticas, de afianzamiento de valores
y de afirmación de identidad. No es casual que muchas de las manifestaciones de
estos jóvenes aparezcan como contracultura. Los jóvenes de la Sociedad Abakuá,
reunidos bajo el signo del tambor sagrado (ekue), son una fuerza social digna
de tener en cuenta. Con todo, el asunto de la edad para iniciarse ha sido y
todavía es muy discutido. Hará cerca de cuatro décadas escribía Lydia Cabrera:
“Desgraciadamente no son
pocos los Partidos que no investigan la vida ni los antecedentes de los
aspirantes, aceptan al primero que se presente y lo inician de hoy para mañana
sin someterlo a prueba, sin parar mientes en su conducta aun cuando ni siquiera
llene el requisito de la mayoría de edad, de rigor en muchas Tierras. ‘Lo que
les importa es cogerles el dinero, y para eso cualquiera los garantiza’.
“En el Calabar, nos decía
C. H., se iniciaba a los dieciocho años. No pocos obonekues, en edad temprana,
pero bien dotados y dignos de que se les concediera tal honor, han obtenido
Plazas en sus Potencias (…)
“No obstante, sobre el
capítulo de la edad eran muy cuidadosos los antiguos, observará otro ñáñigo. He
conocido uno, de pasado turbulento, iniciado a los quince años cuando abandonó
la casa materna para entregarse como un loco, nos decía él mismo, a la mala
vida y a la ley de la navaja. Hoy es un viejo de cabellos blancos y Koifán
apacible de su Potencia. A un muchachejo, a menos de señalarse como una
excepción extraordinaria por su buen juicio y seriedad precoz, no se le debe
admitir en la orden bajo ningún concepto. La ligereza e inexperiencia del
imberbe suelen dar frutos que redundan en perjuicio de la Potencia” (Cabrera:
2000.136-37).
Para evitar o atenuar la
indisciplina social en los jóvenes, después de un profundo concilio entre
dignatarios de La Habana
y Matanzas, la directiva nacional abakuá establece la iniciación solo a mayores
de 21 años a partir del año 2009.
De cualquier modo, Ángel Freire, jerarca
de una entidad abakuá del municipio de Guanabacoa y expresidente de la Asociación Abakuá
de Cuba consideraba hace algún tiempo:
“Cuando el joven viene a integrarse en
nuestra institución, llega con un conjunto de valores y normas que ya adquirió
en la familia. Es allí donde hay que trabajar con mayor profundidad, pues a la Sociedad Abakuá se
presentan durante la adolescencia o más tarde” (Conversación con el autor,
junio de 2008).
Valores
Teniendo como premisa el
notable influjo que suele ejercer el fenómeno religioso en la esfera del
comportamiento, la
Sociedad Abakuá puede convertirse en motor generador de
normas positivas.
“La religión opera con
valores morales que se conceptualizan con mayor o menor elaboración en las
doctrinas ético-religiosas, pero estos valores no son estáticos sino que se
encuentran constantemente interactuando con un contexto histórico, político y
social. Es por ello que no resulta correcto atribuir carácter general y, por
ende, calificar de forma absoluta un rasgo propio de un momento determinado o
atribuir a todos los creyentes la misma actitud de acuerdo al comportamiento de
algunos de ellos: el creyente de forma individual no puede ser valorado por los
rasgos generales que caracterizan su religión ni viceversa (Pérez: 2006.5).
Los valores regulan la
pertenencia y aceptación de determinadas reglas, lo que es o no legal, y
también lo que es o no moral. Los valores son, en esencia, construcciones
culturales que implican el predominio de algunos rasgos o conductas sociales
sobre otros. Y en esta representación de intereses, la Sociedad Abakuá ha
contado con muy reducidos espacios para interactuar, toda vez que los miembros
suelen operar en barrios poco favorecidos económicamente, “fuera de”, en
condiciones de inferioridad y rechazo y etiquetados con la predisposición hacia
las conductas negativas.
La Sociedad Abakuá
ha estado sometida a una sórdida represión o, cuando menos, al repudio de muchos
que le atribuyen una condición amoral, influenciados —fundamentalmente— por la
visión eurocentrista de proyección judeo-cristiana o erróneas concepciones de
la ortodoxia marxista. Sin embargo, el fenómeno que nos ocupa es portador de un
conjunto de normas y valores que ameritan el acercamiento con un prisma
diferente al tradicionalmente aplicado.
No pocas críticas ha
recibido, por ejemplo, el carácter “secreto” y “machista” de la asociación,
cuando realmente sucede que existen ritos en los cuales puede participar el
público en general, mientras otros están reservados solo a los iniciados y, en
ocasiones, a la alta jerarquía. De hecho, otros cultos realizan ceremonias
clipticas, en las cuales intervienen únicamente los adeptos, sin que se les de
categoría de “secretas”.
Al mismo tiempo, no es una
sociedad “machista” como algunos pretenden, sino masculina, y tiene su origen
en la composición sexual de los africanos que entraron en la Isla durante el injusto
sistema de la trata, hombres en su inmensa mayoría, quienes reprodujeron este
tipo de entidad, algo muy usual allende los mares, donde existían sociedades
exclusivas de hombres, de mujeres y hasta mixtas. En Cuba, cuando se creó el
ñañiguismo, las propias condiciones facilitaron el acceso del varón a la
entidad y así continuó luego hasta nuestros días.
La hombría está vinculada
a la solidaridad, lo cual no niega que las mujeres lo sean, solo que los
iniciados han de socorrerse incluso en situaciones límite.
“La valentía, como condición inherente a la masculinidad tiene variadas
maneras de expresarse —nos dice Odalys Pérez—, la situación es la que define su
interpretación en sentido positivo o negativo. Por otra parte, no debe
soslayarse que resulta muy difícil establecer fronteras en la práctica para poder
definir el origen de los valores y la fuente de las interpretaciones que en el
orden individual y en determinadas circunstancias han generado un
comportamiento delictivo o antisocial. Sería extremadamente superficial
considerar que siempre que un iniciado sostiene una riña o comete otro tipo de
delito esta conducta está vinculada a su pertenencia a la Sociedad y la
interpretación de los valores potenciados en su seno: no podemos pasar por alto
que al iniciarse el hombre arriba a su hermandad con determinados valores
preestablecidos y arraigados en función de su interacción con el entorno
familiar y social en sus múltiples dimensiones” (ídem.50).
Otro de los valores
promovidos por la
Sociedad Abakuá es el respeto a la madre, la “pura”, sin cuya
anuencia o al menos conocimiento no se inicia el aspirante, quizás por el
recuerdo a Sikán, la descubridora del Secreto (Fundamento del drama ñáñigo),
quien “murió para parir hijos.
Al mismo tiempo, digno es
de destacar la reverencia a la ancianidad, como viva herencia de todos los
cultos de origen africano.
Son valores, normas
morales, principios éticos que tienen total vigencia y efectividad en nuestros
días, según el ángulo desde el cual se le mire, sin que ello niegue que abakuá
ha tenido sus capítulos oscuros e implicaciones en actos violentos,
encubrimientos y delitos, debido a su misma esencia reprimida y el entorno
marginal en el cual se ha desenvuelto.
De efí y de efó
En De
pi y de po, una de las canciones a cargo de Babylores & Insurrecto, que
ganó popularidad hace algunos años entre nuestros jóvenes, los intérpretes
estimulan (o mejor, aplauden) la actitud de un joven que “le tiene puesto el
de´o” –sic– a su jinetera. El hecho carecería de trascendencia para nuestro
análisis, de no ser porque en el texto “dicen que el chamaco es efí y dicen que
el chamaco es efó”, dos importantes ramas del ñañiguismo en Cuba. Kenia, por su
parte, en Tiraera pa’ Elvis le restregaba:
“No te me hagas el abakuá, que ya tú no puedes ni jurarte, porque tú no eres un
mango, tú eres un traste”.
A la entrada del aula de un
politécnico de La Habana
Vieja apareció pintado en el suelo un trazo abakuá, mientras
algunos estudiantes —parece que los autores— desafiaban a quien osara cruzar
sobre el dibujo.
En otra institución similar, ahora del
municipio de La Habana
del Este, un par de muchachos —presuntos ñáñigos— se agredieron físicamente y
en la trifulca uno resultó herido a causa de arma blanca.
El fenómeno, aunque distorsionado,
estereotipado o retorcida su esencia, llamó la atención de muchos porque,
contrario a lo que acabamos de describir, la organización abakuá constituye un
pacto de hermandad y no un agente que espolee la delincuencia.
El desconocimiento, más la propaganda
errada, que mucho suelen legitimar los medios, genera estereotipos, sobre todo
cuando se trata de una institución nacida de los estratos más humildes de La Habana colonial, que se
desenvolvió dentro de la marginalidad o lo que es igual, dentro el ambiente.
“Para ser abakuá hay que ser hombre,
pero para ser hombre no hay que ser abakuá”, reza un viejo adagio popular. El
exergo tiene su fundamentación en el rigor de admisión en la Sociedad Abakuá,
que solo acepta a “machos” debidamente probados. En cambio, la hombría no está
divorciada de la humildad, el trato respetuoso ni guarda relación con la
altanería.
Esa negativa imagen, tal vez ganada en
el entorno marginal, es la que
desafortunadamente ha permeado el universo abakuá y que han perpetuado mucho
los medios. Son imágenes, posiciones, mensajes distorsionados sobre la juventud
abakuá que, con razón o sin ella, se le atribuye a todo el conglomerado a
partir de enfoques irreverentes y estereotipados, algo que, muy sutilmente,
enunciara el cantautor cubano Pedro Luis Ferrer en una de sus composiciones:
“Uno de la extrema izquierda/me vio
con un abakuá/me dijo véndele al socio/porque te vas a embarcar,/le dije vete
tranquilo/que el socio es buena persona/ahora lo estoy despidiendo/porque se va
para Angola./Tengo un amigo palero/y uno que es abakuá,/son más hombres y más amigos/que
algunos que no son na´”.
Definitivamente,
aun queda en el imaginario aquel discurso repetitivo de la colonia. Así lo
confirmaba también el investigador Tato Quiñones, quien narra una experiencia,
cuando apenas comenzábamos el siglo XXI:
“Hace
sólo unas semanas supe de un jovenzuelo, negro, expresidiario y ñáñigo que
resultó muerto a puñaladas en una esquina del barrio de Pogolotti. Sus
victimarios dos jóvenes, también negros, miembros también —o aspirantes a
tales— de una potencia abakuá. El móvil, me dijeron, un ‘problema moral’
suscitado en una prisión.
“Lumpen,
antisociales, escoria, incivilizados… Hace apenas unos días escuché a un orador
de fin de semana calificar de antisocialistas a estos condenados de la tierra,
lo cual puede interpretarse como un intento aberrante y reaccionario de
‘politizar’ sus conductas.” (2003)
No damos un veredicto
final, solo llamamos la atención sobre el sentimiento de ambivalencia al cual pueden
verse sometidos los jóvenes abakuá frente a un doble proceso de exclusión: exclusión
dada por los adultos ekobios y exclusión por parte de la sociedad con respecto
al ñañiguismo, una agrupación que, junto a los yorubas y bantúes, forma la
trilogía de grupos que más aportaciones ha dado a nuestra nacionalidad. De los
primeros, la Santería
o Regla de Ocha; el Malongo o Palo Monte de los segundos y la Sociedad Abakuá,
de los carabalíes, marcan, sin lugar a dudas, una indiscutible impronta en la
cultura cubana, con su notoria influencia en nuestra juventud.
Bibliografía
Cabrera, Lydia. “Ritual y símbolos en la Sociedad Secreta
Abakuá”. En Catauro. Año 1, No. 1,
2000.
Martínez Furé,
Rogelio. Diálogos imaginarios. Ed.
Arte y Literatura. La Habana,
1979.
Pérez, Odalys. La
Sociedad Abacuá en
Cuba y el estigma de la criminalidad. Tesis en opción a Máster en
Criminología, UH, 2006.
Quiñones, Tato. “Violencia y ñañiguismo”, Ponencia leída em El
anfiteatro Manuel Sanguily de La
Facultad de Filosofía e Historia de La Universidad de La
Habana, 27 de mayo de 2003. Edición Digital.
Ramírez Carzadilla,
Jorge y Pérez Cruz, Ofelia. La religión
en los jóvenes cubanos. Colección Religión y Sociedad. Ed. Academia, La Habana, 1997.
Sectas religiosas. (s.l) (s.e) (s.f) (s.pi)
Sosa, Enrique. Los ñáñigos. Ed. Casa de las Américas. 1982.
Torres, Eduardo.
“La marginalidad. Temas, problemas y perspectivas en el debate epistemológico
actual. En Estudio. CESJ, No. 1,
enero-junio, 2001.
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