Por: Ramón Torres
Como en los inicios, muchos hombres se disfrazan de mujer en Los componedores de batea |
ro no siempre los carnavales han tenido la misma suerte, sino que han primado luces y sombras.
Durante la Cuba colonial, las procesiones
andaban segregadas. De un lado, las personas negras celebraban el 6 de enero,
Día de Reyes, cuando los cabildos africanos se adueñaban de la populosa urbe
con saltos, cantos y toques de tambores. Del otro lado, las elites blancas
disfrutaban en febrero de actividades previas a la cuaresma. Esa es la génesis
del carnaval en Cuba.
Con el tiempo, ya en los albores del siglo XX
se iban fundiendo ambas tradiciones y, aunque permanecían ciertos prejuicios y
exclusiones, el carnaval se amestizaba cada vez más.
Entonces salieron a la palestra algunas
comparsas de las que hoy nos identifican. El Alacrán, creada hacia 1908 en el
barrio de Jesús María, remedaba a un antiguo cabildo congo, pero sus
integrantes eran personas de color blanco pintados de negro, a excepción de su
creador, Jerónimo Ramírez, con lo cual quedaba materializada la interacción más
allá del color.
En el barrio de Los Sitios se gestó el mismo
año La bollera, que imitaba los pregones para impulsar la venta del delicioso
dulce, con la melodía pegajosa venida de la población africana.
Íremes abakuá se insertan con Los marqueses de Atarés |
Pero, ya lo habíamos apuntado, no siempre fueron
vistos estos festejos con buenos ojos. Hubo tiempos en que se les criticó por
considerárseles “una vuelta a la colonia”, incluso, todavía hoy figuran ciertos
¿puristas? califican los como “cosa de negros”.
En cambio, el carnaval de La Habana
constituye un símbolo de nuestra identidad, y estas comparsas emblemáticas se
mezclan a otras venidas después, para darle un singular colorido a esas fiestas
populares que ganaron por su sabrosura carta acreditativa para representar lo
cubano.
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