Por: Ramón Torres
Parte del conocimiento abakuá se ha conservado en las "libretas" |
La inteligencia humana se desarrolla siempre en un ambiente
social, gran parte de lo que se piensa y se siente lo decide el entorno. Pero
no siempre fue así. Según consenso de la comunidad científica actual, los
fósiles más antiguos del Homo sapiens
proceden del sur de Etiopía, llamados Hombres de Kibish, con 195 000 años de
antigüedad. Le siguen los restos
hallados en cuevas del río Klasies, en Sudáfrica, con 125 000 años y con
indicios de conducta moderna. A estos fósiles se suman los del Homo sapiens idaltu, con unos 160 000
años, datación que coincide con lo estimado para la llamada Eva mitocondrial,
considerada la antecesora de todos los humanos y que probablemente vivió hace
unos 200 000 años en Tanzania. Además, la línea patrilineal conduce hasta el
Adán cromosónico, calculado en unos 140 000 años de antigüedad. Más o menos
desde esa Eva y ese Adán es que puede hablarse del lenguaje como la gran
invención de la Humanidad.
Junto con el lenguaje aparecieron las diferentes formas de
convivencia, el control de la conducta, la cultura, esta última como conjunto
de valores (materiales y espirituales) creados por la Humanidad en el curso de
la historia. La cultura es, entonces, un fenómeno social que representa el
nivel alcanzado en determinada etapa de desarrollo y transformación. Ahí radica
la importancia de estudiar cualquier tipo de relación humana a través de sus
expresiones lingüísticas, que en buena medida han servido al ser humano para
manifestar lo que piensa o siente.
En el caso cubano, y específicamente en lo relativo a la
Sociedad Abakuá, se aprecia con claridad (como en otras expresiones de
antecedente africano) un proceso de mestizaje, devenido de la notoria concentración de carabalíes
en la región noroccidental cubana, que interactuaban con otras personas
procedentes de diferentes regiones, tanto de África como de Europa, incluso del
continente asiático.
Consecuentemente, la necesidad
de expresarse y autolegitimarse como grupos humanos inmersos en una sociedad en
configuración constante, coadyuvó a que africanos, criollos y peninsulares a
menudo coincidieran en diversos espacios de socialización, en los cuales, sin
embargo, se relacionaban en español, el idioma del conquistador; es decir, que
simbólicamente, se perdían las lenguas maternas tradicionales de los africanos.
En torno al fenómeno estudiado
y su desarrollo en la cotidianidad citadina, explica Juan Luis Martín “no hay
que olvidar que el ñañiguismo fue de florecimiento urbano y que sus afiliados,
incluso los primeros, no estuvieron nunca tan aislados en la comunidad, como
para conservar intacta la lengua ritual con lo que ella expresaba”.[1]
Pero, a su vez, la matriz
venida de España tampoco constituye una matriz estática, sino que ella misma
está configurándose, impactada y obligada a cambiar, en condiciones de
contribuir a una nueva identidad: la cubanía, mezcla de lo negro y de lo
blanco; de lo africano y lo español, de lo originario indígena y el tardío
componente asiático, donde participan como un todo a los efectos de la nueva
cultura.
Aunque el presente estudio
dista mucho de pretender abordar la Sociedad Abakuá a partir de todas sus
interioridades sociolingüísticas, es preciso tener en cuenta la función de las
lenguas de los carabalíes y sus descendientes dentro de la cultura cubana.
Los primeros intentos vinculados
con el tema lo dejaron figuras clave del dominio policial habanero: Alejandro
Rodríguez Árias, gobernador provincial de La Habana, quien en el Primer informe sobre los ñáñigos en Cuba (1881) trató de recopilar elementos
que le parecieron necesarios sobre la historia, costumbres y lenguaje de lo que
consideraba una agrupación perniciosa y atrasada, labor a la que se incorporó
al año siguiente Carlos Urrutia en el libro Los
criminales de Cuba y don José Trujillo, perspectiva que continuaron a
inicios del siglo XX Rafael Roche Monteagudo con La policía y sus misterios en Cuba (1908) y Antonio Barras y Prado
en La Habana a mediados del siglo XIX
(1924).
Fernando Ortiz (1881-1969) deja en su Glosario de afronegrismos un conjunto de
palabras que sirven de referencia para los estudios actuales en cuanto a los
remanentes africanos que funcionan en el español de Cuba y América, con
observaciones lexicográficas que continúa, luego, en muchos otros libros.
Su contemporáneo, Juan Luis
Martín (1898-1973) recogió un grupo de trabajos que llamó Papeles Cubanos, entre los cuales figuraba lo que consideró un
“Palabrero abakuá” y “El castellano jergal de los ñáñigos”, a partir de su
interpretación de documentos ocupados por la policía desde el siglo XIX, época
en que muchos miembros de las potencias empezaron a complementar la tradición
oral con el texto escrito. Aseguraba Martín que los cuadernos de apuntes
litúrgicos y las llamadas cartillas o palabreros resultaban muy valiosas y no
tan desdeñables como se suponía.
[…] Esto, sin embargo, es muy
poco; pero no faltan todavía veteranos del ñañiguismo, a quienes consultan
constantemente los neófitos, para aclarar algún acto litúrgico, la
significación de alguna frase o el empleo de la palabra más apropiada. Algunas
voces han desaparecido de la circulación del dialecto ñáñigo, pues al
desbordarse hacia la lengua de la ordinariez ellos las han reemplazado, a ojo de
buen cubero, o convencionalmente, por otras. Sin embargo, en las rúbricas no ha
sido tan importante el desgaste […].
Los ñáñigos continúan
aprendiéndose todo eso de memoria; los encames,
muchas veces complementos, se convierten en palabras de pase, en medios de
identificación. La labor de confiar todo eso a la memoria, de guardar y
transmitir el contenido de esos brevarios, es una labor que demanda mayor
perseverancia, dedicación y firmeza, de lo que se puede suponer […].[2]
La
tradición abakuá se ha mantenido, fundamentalmente, a través de sus lenguas:
cantos y recitaciones que narran acciones, sucesos e historias que sus miembros
memorizan, transmiten y recrean en su actividad ritual.
No
pocos iniciados han adquirido relevancia gracias a su acumulación y
reinterpretación de los textos escritos depositados en las “libretas” o
“tratados” heredados. Existen en la actualidad personas considerados “sabios”,
que nada tienen que envidiarle a un erudito o profesional en una materia
determinada: Ernesto Soto, el Zambo (Mukandá Efó), Rigoberto Cusal (Efí Eroko
Enyuao), Pedro el Sese Ekoi, Boniato (Irongrí Efó), Piro (Kamaroró Efó), son
solo algunos ejemplos de bibliotecas andantes
que descuellan por su dominio de la “lengua”, y que se han convertido en
maestros de muchos iniciados.
Los
descendientes criollos no eran hablantes de las lenguas del Calabar, pero mucho
contribuyeron con el registro de aquellas lenguas sacras a través de sus
“libretas”. El investigador Tato Quiñones y Orlando Gutiérrez Boza, ambos
iniciados en la entidad, ofrecen puntos de vista acerca del acriollamiento y
refuncionalización de la palabra escrita:
El
proceso de aplatanamiento[3]
ha sido similar en casi todas las religiones populares cubanas de origen
africano: la transmisión oral a partir del cabildo. La existencia de esta
institución posibilitó la transmisión de esas culturas africanas, solo que
cuando los criollos aprendieron a leer y escribir, reinterpretaron aquellas
religiones y llevaron a lenguaje escrito las tradiciones de sus antepasados.
Están
los “tratados” abakuá. No son documentos públicos al que todo el mundo tiene
acceso, sino que los iniciados guardan muy celosamente, pero el que estudie
para la praxis sacerdotal sabe que tiene por dónde guiarse, y no solo por lo
que te dice un dignatario de su juego.
Es
muy probable que un carabalí actual, de la región de la que proceda, venga a
Cuba y pueda reconocer, reencontrar, alguna de las prácticas de las que no haya
visto y que haya oído hablar, y que en esta Isla se conservan de la manera más
viva, que no se han fosilizado. En estos “tratados” hay historia africana, cómo
la interpretaron los hijos o los descendientes de esos carabalíes.[4]
Orlando
Gutiérrez, médico de profesión y Nasakó de Efori I Tongó, en Regla,[5]
agrega, sin embargo:
Hay
un problema con el lenguaje. Con la terminología se debe tener cuidado, ¿por
qué?, porque aquellos africanos no trajeron nada, no tenían equipaje, solo
traían sus palabras, las que conocían, la que hablaban. En aquel entonces no
existían grabadoras de sonidos ni ningún medio audiovisual de los hoy
conocidos; es decir, no había modo de conservar las palabras, a no ser las transmitidas
de forma oral. Tampoco existían las libretas, que surgieron después.
Estos
africanos permitieron que los criollos ingresaran en sus cabildos, por eso es
tan importante el criollismo. Entonces, esa introducción, primero de los negros
libertos, después de los mulatos y más tarde de los blancos, fue una cosa
increíble que en plena esclavitud fuera la primera institución que tenían
negros y blancos como miembros.
Entonces
aparecen las primeras libretas y se comienza a escribir, pero se escribía lo
que se hablaba. ¿Cómo se dice avión en abakuá? ¿Cómo se dice bioquímica? Pienso
que hay que estudiar un poco más a los criollos, porque fueron los criollos los
que recogieron las palabras y prácticas que se implementaron y que hoy en día
continúan.[6]
Lo
anterior presupone el análisis del lenguaje abakuá en dos contextos diferentes:
uno, como lengua ritual; otro, como lenguas formativas de diversas expresiones
coloquiales. En el primer caso, ha tenido muy poca evolución en el sentido
renovador, toda vez que los descendientes criollos aplicaron limitadísimos
cambios lingüísticos, puesto que la vida y la comunicación social en Cuba se hacían
en español.
Con
todo, sí ha existido enriquecimiento de estas lenguas cuando la situación lo
ameritaba. Nos dice Juan Luis Martín que “Los criollos, en no pocos casos, se
limitaban a imponer a los nombres castellanos un prefijo y alterar el acento,
tomando luego la parte por el todo. Así, entobilló,
el en-tobillo, que usaron por
pierna”.[7]
La
misma fuente habla del saludo de tata, asegurando que no tiene nada que ver con
el tata, padre, tan corriente entre otros afrocubanos. Igualmente señala a la
voz peripé (o paripé) como un anglicismo que ha pasado a la lengua popular.
En
el “Palabrero de abacuá” (1945) se recogen voces que, a fuerza del empleo,
tuvieron un amplio uso en la población, aunque quizás hoy sean menos conocidas.
Entre ellas figuran: Eyenisón (África-africano), brícamo (carabalí), macarará
(blanco), birumbia (brujería), maribá (mar), miñimiñi (amujerado), encorioco
(zapatos), cocorioco (fantasma; y, por extensión, individuo feo).
Si
Juan Luis Martín acopió referencias en desuso,
la hermandad se ha ocupado de andar a tono con su tiempo, e incluyó palabras inexistentes en África, se las
atribuyó a otras, o inventó vocablos propios del contexto americano, como afiana (policía), endabaqué o amún
(tabaco), epanipá o peripé endabaqué (cigarro), aserenó bonicán (locomotora), y
territorios geográficos importantes para la membresía, entre los cuales están
Sangarié rie ekón (Isla de Pinos), Itiá Nunkue (La Habana), Itiá Fandobá
(Matanzas), e Itiá Kanima Sene (Cárdenas).
A
la hora de evaluar el repertorio lingüístico abakuá, debe tenerse en cuenta el
entretejido de elementos interrelacionados en lo que pudiera denominarse identidad carabalí. Pero el carabalí no
es un grupo homogéneo, sino integrado por diversas colectividades humanas que
habitaban el actual sudeste de Nigeria y suroeste de Camerún, además de la
interacción con otros grupos étnicos con diferentes interpretaciones religiosas
y un variadísimo repertorio de lenguas y dialectos.
En
consecuencia, se generó un “sincretismo interno entre las etnias africanas,
condenadas a convivir en un nuevo marco político, económico y social”.[8]
La cosmogonía y la lengua abakuá es la síntesis de esos factores; de ahí la
existencia de múltiples interpretaciones del mito y el empleo de una lengua
ritual, de una tradición oral, como simbiosis de los muchos grupos carabalíes
que le dieron origen, algo similar a lo que encontró Hippolyte Brice entre los
ewé-fon en Cuba.
La
tradición oral es, además, una
manifestación lingüístico-cultural traída del pasado y que ha trascendido en el
tiempo, al menos sus rasgos esenciales. Tiene valor en el pasado, vigencia en
el presente y una proyección hacia el futuro, y, como variante cultural, está
sujeta a cambios, remodelaciones, renovaciones, reinterpretaciones.[9]
Sobre
las transformaciones más notorias del habla ñáñiga, abundaba la doctora Gema
Valdés Acosta, durante su intervención en el IV Coloquio Internacional de
Antropología Religiosa, efectuado en mayo de 2011 en el Instituto Cubano de
Antropología:
Fonética y fonología
Los
remanentes abakuá evidencian tres características principales [...]:
a) Presencia
de alternancias entre formas que mantienen rasgos de origen y otras asimiladas
a las características hispánicas [mpegó
“escribano”, “tambor supremo”][10].
b) Variaciones
formales y alternancias de consonantes y vocales causadas por las formas orales
de transmisión de remanentes [empegó
“tambor de orden”].
c) Pérdida
de características vinculadas a los tonos [enawe/nawe “amigo”; ekaekoropó/ekoi koropó “cementerio”].
Léxico
El
léxico recogido por diversos autores confirma la relativa homogeneidad de cada
uno de los remanentes [...]
a) Funcionamiento
de datos comunes a los remanentes bantúes estudiados en Cuba [enquico “gallo”; inúa “boca, hablar”; iriampo
“comida”. Todos estos datos registrados en lenguas bantúes].
b) Pobre
presencia de vocablos del campo semántico de las plantas, con una alta
frecuencia de verbos [...]
c) Numerosísimas
variantes por dato lo que disminuirá las reales entradas en comparación con los
datos recogidos [biakoko-biokoko-biacoco “tiza blanca”; aguanico-awaniko “mono”; belebe-beleme “vuelo de flecos
o festones de soga de adorno que lleva el traje del íreme o del tambor”].
d) Funcionamiento
de vocablos en el reservorio del español coloquial de Cuba [asere, monina, ecobio, ocambo].[11]
Lo
anterior permite afirmar que abakuá o ñáñigo no es una lengua en sí; tampoco un
dialecto de la institución para comunicarse, puesto que fuera del acto ritual
deja de ser funcional, sino un remanente de la descendencia carabalí, primero,
y luego de todos aquellos que se iniciaron en hermandad (ya fueran hombres
negros, mestizos, chinos o blancos) para preservar sus funciones religiosas.
Entre los juegos matanceros, predomina el isuama, en La Habana, el bríkamo;
pero uno u otro están transversalizados por ese arcoíris lingüístico carabalí,
donde parece ponderar el efí, lo cual se entiende, pues de acuerdo con la
mayoría de las fuentes, la Sociedad Abakuá es heredera del culto ekpe, de
origen ibibio/efik.
El
doctor Sergio Valdés Bernal[12]
asegura que la gran difusión de las sociedades abakuá entre las más diversas
clases populares, propició que de la jerga o idiolecto ñáñigo pasaran numerosas
palabras, frases, expresiones y refranes al español hablado en Cuba. Ejemplo de
ello es el refrán abakuá más popular, “Chivo que rompe tambor con su pellejo
paga”, que equivale al hispano “El que la hace la paga”, y que en abakuá es Ekué mbori, mbori ekué.
Y,
a modo de conclusión, sentencia el citado autor:
Naturalmente,
son muchas más las palabras, expresiones, frases y refranes que se conservan en
la llamada “lengua” abakuá, que han pasado al habla popular cubana. Todas han
sufrido un profundo proceso de hispanización, es decir, la adaptación del
sistema vocálico, consonántico y morfológico de las lenguas de los carabalíes a
las características de la lengua nacional de Cuba, la española, en su variante
cubana. Como esas adaptaciones a la pronunciación española las recogieron en
las libretas o efo-nipán, individuos
de escasa erudición, han sufrido alteraciones que dificultan mucho conocer el
origen de cada vocablo, lo que hace más difícil la investigación lingüística.
Sin embargo, una cosa es cierta: los carabalíes introducidos en Cuba dejaron
una imborrable huella en nuestra cultura y lengua nacionales.[13]
Mongui!excelente articulo!!como has estado?
ResponderEliminarte leo, Viridiana
Amiga mía, después de tanto tiempo, ahora es que veo tu comentario. ¡Cómo te me has perdido! Qué hay de ti. Tú me lees, yo te busco. Un abrazo
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