Las
redes aplican e implican. No constituyen un ser vivo; nosotros les damos vida.
No nacieron para el bien ni para el mal, sino como herramienta tecnológica que
pudiera hacernos más placentera la existencia, o convertirse en punto de inflexión
que genere el conflicto. Dependen, en última instancia, del uso que le
destinemos.
Las
redes permiten que recibas en tu dispositivo a Cubamafimba, y que compartas datos en facebook, twiter, instagram y
cuantas páginas, blog, portales se te antoje, y que podamos mejor dialogar
entre diferentes. Pero las redes dan igual cabida a charlatanes, arribistas,
embaucadores y mentirosos.
Espacios
hay en las redes que estimulan el fundamentalismo, que potencian el chisme y
enarbolan una supuesta “sinceridad” brutal a la vez que ofensiva. Emergen blogs
dedicados sobre todo a la divulgación religiosa (muy de moda hoy las de origen
africano), a la vez que pululan grupos
encauzados al universo abakuá, no todos de tan buena factura.
Muchos
esconden su identidad, otros pretenden una ¿valentía? visceral que apuesta por
el paparazismo en ropaje tropical, y vierten opiniones, suben imágenes, emiten
juicios escandalosos propios de la prensa amarilla. Desde luego, ninguno es
periodista y dudo sepa de qué le hablamos.
Por
ello, no es a quienes promueven esa información basura nuestro alerta, sino a
los consumidores acríticos, para que sepan decantar y analicen cada mensaje de
la red, y comprenda que mucho “brete” colocado en ella se hubiese evitado si la
opinión degradante sobre algo o alguien hubiera llegado en su momento y a la
persona indicada.
Lo
demás, por demasiada fuerza que tenga, se queda en comentarios insípidos, fuera
de lugar y sin tono.
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