Por: Eriberto Feraudy Espino
Como viniendo de la raíz y de las raíces de sus
raíces, surge y se empina una voz, que no solo importa ella, sino lo que nos
muestra y proclama. Sin lugar a dudas, Alexander Abreu se ha convertido en un
magisterio de la canción popular porque con su letra y música, además de
ponernos a bailar, enseña y nos hace pensar. Él mismo se define como Cantor
del Pueblo, porque sus canciones surgen y van hacia su gente, esa misma de
la cual él se nutre y dice, con subrayada pasión que, si un día le faltara, en
serio, podría morir.
El disco es un canto de amor, de cubanía profunda,
donde el autor defiende como una fiera su identidad artística, su identidad
individual y su identidad nacional, esto último algo que caracteriza casi a
todas sus canciones.
Aunque no soy crítico de arte, pienso y siento la
necesidad de opinar y valorar lo que vale, y en Alexander, en mi opinión: todo
vale, no obstante decir que no es un santo, nadie lo es.
Al desmenuzar todas sus letras, el cantor del
pueblo anda derecho, derecho, y no tiene miedo a caer, porque como bien dice,
del pueblo viene y si se cae se levanta. Lo que digan de él le resbala, y con
esa dignidad cimarrona de la que hace gala advierte: al enemigo hay que mirarle
la cara y el que no la debe no la teme. Y seguidamente con sapiencia callejera
alerta: Anda, con cuidadito por la calle, fíjate bien en los detalles, que aquí
el que no puede manda. Alusión precisa a aquellos que no pueden llevarte
directamente la Karakambuka (brujería), pero te la mandan. ¡Ay Yemayá!
Alexander Abreu, conocedor del lepe lepe
infundado y con la certeza de su convicción profunda proclama: tengo mi
conciencia limpia y he puesto en alto mi nombre, estoy en paz con mi Dios, mí
conflicto es con los hombres. Y así, como quien no quiere las cosas, aconseja
al detractor a que sea más inteligente, porque la saliva de la lengua la pagan
siempre los dientes.
Y le canta a la mujer como hija de los dioses que
es, y por la cual beberá de aquel rocío bendito que deja la madrugada enamorada
del día.
Y le canta a la familia y le aconseja al amigo que
le de calor a su casa y cariñito a su mujer, porque si sigue con ese paso viene
otro y se la va a querer…y se le va a pirar con el trombón de Mariano.
¡Deja la bobería!
Y en lo que me da por definir como Trova Son, el
poeta de la raíz le canta nuevamente a su Habana y se lamenta y se queja para
de inmediato sonreírse bien seguro de su futuro, porque La Habana es La Habana.
Y le canta a su nacionalidad, a aquella que le
viene de lo africano y español, de todo lo que tiene de Yoruba, Congo,
Carabalí, y asume como nunca nadie lo ha hecho el término Olukumi.
Y cual si fuera miembro de la Real Academia Popular
de la Lengua Africana que se habla en Cuba y que debería de existir, Alexander
Abreu nos habla en abakuá y en vocabulario Olukumi: Asere, ekobio consorte, qué
bolá.
Y finalmente, el poeta de la raíz, el awó Orunmila
Otura Sá con la bendición de Olodumare y la licencia de Yemayá se crece en la
profundidad de su religiosidad.
Convoca a todos sus seres y haciéndole honor y
justicia a la historia nos habla del dolor del cepo, del látigo y del barracón
y de cómo, desde entonces, el dolor se dividió en posiciones: blancos a los
grandes salones ¡Negro! Pa´ el cañaveral.
Pa´ el cañaveral.
¡Oh mío Yemayá!
Y es entonces con esa fuerza que le viene de sus
raíces y las raíces de sus raíces que el awó Orunmila, orgulloso de su
linaje Olukumí nuevamente convoca:
¡Espiritistas a cantar!
Y él reza y todos rezan llamando a los seres
protectores. Y él, con el irofá, enristre moyugbando dice:
“Egun, Yama yama yamansa obale ikù eke ona y emi
Oduduwa, afefe ikù afefè afefè layè, ikù la ona egun cosi wa delè layerè
ikù bogbo egun ke timbe lorun , bogbo egun ketimbelese Olodumare. Que
asimismitico como yo les estoy cantando a ustedes hoy ustedes me limpien con su
manto, ustedes me abran el camino, ustedes me defiendan, ustedes me den toda la
energía positiva pa seguir cantándole a mi pueblo.
Bendición, salud, fuerza.
Opolopo alafia a Alexander Abreu.
Akuaña
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