Por: Pascale Riou
Ahí está el lugar del crimen.
Cuando este 18 de abril celebramos el Día Internacional de los Monumentos y Sitios, vale la pena analizar el criterio de esta autora, cuyo texto se eleva de por sí en un monumento contra el saqueo y la irresponsabilidad arbitraria
¿Qué limpiará con tanto esmero el empleado del museo francés de las artes primeras del Quai Branly, de París,[i] cuando repasa con tanta insistencia un fino trapo sobre el cristal iluminado?
Definitivamente, el ataúd encierra un cadáver de la serpiente-máscara Dogon, que el etnólogo francés Marcel Griaule (1898-1956) tomó prestado a la etnia del actual Mali, con la promesa de devolvérsela, palabra nunca cumplida.
¿Logrará quitar el polvo nauseabundo que dejó el “lenguaje loco del cerebro colonial que calibra, clasifica, organiza y reinventa el arte de los otros“?, como lo define la joven filósofa franco-congoleña Nadia Yala Kisukidi.
En 1931, la expedición Dakar –Djibouti, dirigida por Griaule, tuvo como propósito recoger objetos y preservar los últimos restos de culturas y tradiciones africanas saqueadas por los colonialistas desde la conferencia de Berlín ( Alemania,1885). Entonces se decidió que mientras se iba imponiendo la “civilización” y el “desarrollo” a los “atrasados” y “salvajes” pueblos africanos, era necesario ir recogiendo miles de objetos cotidianos, rituales, máscaras, tesoros de las consideradas subculturas, para llenar el estupendo y muy oportuno invento del “museo etnográfico” y, de paso, alimentar un nuevo y ya floreciente negocio público y privado.
Pronto Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido, concibieron unas ordenanzas adecuadas, llamadas “leyes de inalienabilidad”, que establecieron la permanencia en su mundo de los objetos y tesoros culturales expoliados.
Nadia Yala Kisukidi se cuestiona: “Si el mundo está en Occidente, si Occidente es el mundo… ¿qué será Africa? ¿Un ‘fuera-mundo ‘? El museo del Quai Branly cuenta (entre otras muchas de Oceanía y de Asia) 75 000 piezas africanas, un verdadero tesoro... inalienable”.
¿De qué se compondrá tal inalienabilidad? ¿De la cotidianidad de los objetos? ¿Del pensamiento de los artesanos? ¿De los rituales ancestrales ? ¿De lo sagrado de las ceremonias? ¿Del misterio de las manos creadoras? ¿Del sujeto invisible que entraña el objeto visible en Africa ? ¿De los sueños de los africanos?
¿Se puede encerrar en un museo la simbología de otros mundos? ¿Se pueden encerrar la potencialidad de pensar , la espiritualidad de otros grupos humanos?
Los Bronces Edo, vestigios excepcionales y únicos archivos documentarios de esa cultura en el antiguo Benin y la actual Nigeria, después de la caída del soberano Owonramwen en 1897, despertaron la codicia británica y acabaron estallados en un verdadero puzzle mundial: ahora yacen en museos, en 160 colecciones públicas y privadas y en salas de subastas, folklorizados, designificados, cual reliquias inertes.
En 1953, el cineasta francés Alain Resnais realizó el documental Las estatuas también mueren, que resultó prohibido durante 10 años, pero la historiadora del arte francesa Benedicte Savoy confirma que las obras de arte en permanente exilio sí languidecen, pierden su esencia como lo hacen las personas despojadas de sus bienes culturales por la pérdida de las representaciones de años de evolución social, ritual y artística que construyeron su civilización.
Cabe recordar que aquel desenfrenado coleccionismo creció conforme se desarrollaba la competencia colonialista e imperialista con extraordinaria emergencia de espacios museales dedicados a la etnología en todas las grandes ciudades europas, tanto en el British Museum, como en El Museo del Hombre y el Trocadero en París, en el museo etnográfico en Berlín, y hasta en Roma, en el museo etnológico del Vaticano.
Todos aquellos nuevos espacios vacíos se llenaron de miles de objetos expoliados en tiempos de las colonias, y hoy día se estima que 90 por ciento de los antiguos bienes culturales africanos figuran en Europa.
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