Por: Ramón Torres
Cuando en 1902 emergía la República cubana, muchas personas del sector negro y mestizo quedaron relegados a oficios como la construcción, el puerto, limpabotas, lavanderas, trabajadoras domésticas, etc. y no es casual: la mayoría era ex esclava o descendiente y, si bien se estima que más de 70 por ciento del Ejército Libertador lo integró este grupo, seguían siendo ignorados por problemas de pigmentación.
Eso explica que desde el principio de nuestra cultura nacional, hubiésemos desarrollado un movimiento obrero fortalecido por este segmento poblacional y que en su seno hayan germinado figuras prominentes de la talla de Lázaro Peña, cuyo deceso ocurriera aquel aciago 11 de marzo de 1974.
Peña no ganó ese prestigio de la nada. Al final, fue resultado de su contexto, que la mayor parte de las veces te moldea, debido a los eventos que tienes que afrontar. Y a él le tocó una parte dura en la repartición del destino.
Había nacido el 29 de mayo de 1911 en la humilde barriada habanera de Los Sitios, territorio plagado de solares, cuarterías y casas de vecindad; espacio preterido donde se mezclaba el embrujo afronegrista, danzas, religiosidad y toques del tambor.
Dicen que le gustaba el violín, pero debido a la temprana muerte del padre (contaba 10 años) no pudo pensar mucho en ello. Al contrario, tuvo que abandonar los estudios y empeñarse en el duro oficio de albañil para contribuir a la economía familiar.
Creció contemplando las diferencias por el color del pellejo y se dolía ante las prohibiciones de tangos, fiestas carnavalescas y cuanto denotara africanidad, porque las mentes “puristas” y “civilizadas” de la época denostaban todo cuanto olieraa negro, por considerarlo “una vuelta a la colonia”.
No es casual que con apenas 18 años, Lazarito se integrara al Partido Comunista, una de las pocas organizaciones que verdaderamente se preocupaba entonces por la situación es esos “otros” preteridos.
Su activismo lo colocó, del mismo modo, entre los delegados a la Asamblea Constituyente de 1940, que se pronunció por la lucha contra la discriminación racial.
“(…) quiero destacar, como elemento interesante, que los parlamentarios eran mayormente blancos —asegura Berta Álvarez en su texto ‘La cuestión racial en la Constitución de 1940’. Ed. Sensemayá, 2015, p. 242—; pero que la dirigencia de la mayor parte de los partidos representados era negra”.
Sin embargo, la situación del negro no mejoró ni siquiera con la aprobación de medidas favorables al sector, porque era un problema de sistema. Continuaron los sitios de exclusión, la folklorización y la persecución hacia aquellos que no “cuadraban”.
El propio Lázaro Peña fue objeto de hostigamiento y reclusión por enfrentar la dictadura machadista, aunque hubo otros de su que la pasaron peor. Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias, líderes negros azucarero y portuario, respectivamente, resultaron baleados debido a su intransigencia revolucionaria.
Pero ni siquiera eso detuvo nuestro dirigente sindical, que continuó luchando con denuedo. Su posición, cual capitán de la clase obrera, no lo amilanó, y tampoco lo envaneció. Al contrario, luego del triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959 continuó su comportamiento humilde y, haciendo honor a su apellido, siguió hasta el fin de sus días como una Peña horizontal.
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