Por: Ramón Torres
Marcelino Arozarena, poeta "sin color"
Antecedentes
La dispersión generada en Cuba
por la guerra de 1895 trajo como resultado un freno en torno al quehacer
literario, sobre todo tras la muerte de sus más grandes paladines, José Martí y
Julián del Casal. Los afanes renovadores que encabezaban ambos maestros se
vieron paralizados antes de concluir la contienda, sin que el país alcanzara su
plena y total independencia.
Desdichadamente, los escritores
cubanos de la época no siguieron la brecha abierta por Martí y Casal, y
permanecieron afianzados a un clasisismo castellano que lejos de estimular la
creatividad intelectual, se convertía en freno enmarañado y escurridizo por los
senderos de un romanticismo deformado.
Pero los gritos renovadores se alzaron
más temprano que tarde y el 30 de marzo de 1913 se leía en el diario
santiaguero El cubano libre un
artículo que preconizaba:
Atravesamos un momento trascendental en nuestra vida
literaria. Después de un largo estancamiento artístico, de una esterilidad
nacional, nuevos impulsos han surgido del seno de la juventud (…) Cuba empieza
a laborar seriamente hacia un poderoso renacimiento. Han sido proscritos todos
los viejos modelos, ha sido exaltado el yo, proclamado el culto de la Forma (…)
Y esa labor de los modernistas que libera a Cuba de las últimas trabas
coloniales, tiene la hostilidad pública. Incapaz nuestro ambiente de comprender
las enormes conquistas realizadas por el siglo XIX, ahogadas prematuramente las
voces de Martí y Casal, que pregonaban entre nosotros esas conquistas, la
juventud lucha sola, bien cierta de la victoria (…).
Santiago de Cuba
es foco de este renacer literario, secundada por la provincia de Matanzas,
donde destaca la tertulia Areópago de los
chocolates, cuyo nombre jocoso obedece al color de los integrantes. Agustín
Acosta, artífice del poemario Ala,
los lidera. La obra rompe con el esteticismo preciso y rechaza el mal gusto
reinante dentro del quehacer poético precedente.
Hacia el Oriente,
uno de los paradigmas del postmodernismo cubano, el negro Regino Eladio Boti,
legó una voluminosa obra resistente al tiempo, gracias a su profundidad y
consistencia textual. Mas, sin dudas, se debe al mestizo José Manuel Poveda el
grueso fundamental de aquella marcha revolucionaria. El más importante de sus
personajes, Alma Rubens, ve la luz el 13 de marzo de 1912, el mismo día que
por coincidencias del destino, quizás, nace en La Habana Marcelino Arozarena,
el poeta mulato que enarbola poco después su Canción negra sin color.
Los precursores
Con los Versos precursores (1917) de Poveda, la
poesía cubana se reafirma nacionalmente y, por supuesto, “mulatamente”, pues el
movimiento encabezado pro Boti-Acosta-Poveda nace con una fisonomía
identitaria, patriótica y social, que desafía la moral prevaleciente. En gran
medida, el camino trillado por los renovadores servirá como pretexto para la
aparición un puro y cubanísimo negrismo.
No importa entonces la pigmentación cromática. Quienes se insertan en la nueva
tendencia traen poderosa carga de nacionalismo con estilo propio, mas no es
casual: existe ya un movimiento social capaz de arrollar con el orden
establecido.
De igual manera
que, según Engels, el cristianismo
triunfó porque Espartaco fracasó, así nuestra negritud se abrió paso ante
la escamoteada independencia en 1898. Existía un clima propicio, luego de
abortar la llamada “Guerrita de los negros” (1912) y el fallido intento de
formar un Partido Independiente de Color.
La tercera década
del siglo XX trae aparejado un “redescubrimiento” del folklore como tema de
diversas obras artísticas. En 1928 el poeta y novelista Alejo Carpentier
organizó el ballet “La Rebambaramba”. El mismo año, se pretendió presentar en
el teatro municipal de Guanabacoa la pieza en un acto “Apapá Efí”, que con el
concurso de un grupo de ñáñigos aspiraba exhibir algunos objetos culturales y
ritos profanos, pero el empeño no pasó del mero intento.
También en el 28
aparecieron el poema “Bailadora de rumba” de Ramón Guirao, “La rumba” de José
Zacarías Tallet y dos años después el primer tomo de versos de Nicolás Guillén,
Motivos de son, que constituyó un
verdadero acontecimiento cultual.
"Motivos...", un verdadero acontecimiento cultural
El son, pieza
musical bailable, resume en sí los más importantes géneros producidos en Cuba a
lo largo de un paulatino proceso de mestizaje. Y precisamente esta música sirve
de pretexto a Guillén para aportar a la poesía la voz del negro, como elemento
a tener en cuenta en nuestra nacionalidad.
En 1931 sale a la
palestra otro de sus poemarios, Sóngoro
cosongo, que incorpora nuevamente al negro con sentido de pertenencia.
Sobre este libro expresaba el autor: estos
versos mulatos participan acaso de los mismos elementos que entran en la
composición étnica de Cuba (…). Por lo pronto, el espíritu de Cuba es mestizo.
Y del espíritu hacia la piel nos vendrá el color definitivo. Algún día se dirá:
color cubano. Estos poemas quieren adelantar ese día.
¿Por qué te pone tan bravo
cuando te dicen negro bembón
si tiene la boca santa
negro bembón?
El negro se
consolida…, se convierte en moda. En el 32 la rumba deja de ser baile de mala
fama, baile de “negros”, luego de exhibirse desenfadadamente en la Feria
Universal de Chicago y allí, bailada con
cierto recato, tuvo gran éxito. ¡Apoteosis! La rumba se amundanó, y pudo ser
baile “de sociedad”. Después, en forma más o menos pudibunda y adecentada, pasó
a ser baile generalmente tolerado y hasta favorito en muchas partes, sin más
enemigos que otros bailes rivales, brotados de las mismas fronteras (Ortiz,
citado por Jahn, p. 144).
Por otro lado, el
destacado músico remediano Alejandro García Carturla introduce dentro del
sinfonismo musical algunos elementos del folklore afro. Baste señalar que
adaptando el poema “Liturgia” de Carpentier, llevó al pentagrama la pieza
“Yamba O” que luego estructuró Amadeo Roldán y estrenara nada menos que la
Orquesta Sinfónica Nacional la noche del 25 de octubre de 1931.
La lírica de la
época supo aprovechar la riqueza africana y elevarla al nivel artístico. No es
requisito indispensable, como dijimos anteriormente, fijarse en el color de la
piel, sino mantener el estilo inconfundible y los contenidos textuales que
caracterizan a los autores de la negritud.
El poeta
El descubrimiento
del poeta se debe a Salvador García Agüero, encargado de la preparación de
Arozarena para el ingreso en la Escuela Normal de La Habana.
Además de maestro fue un gran amigo que me perfeccionó
tanto en el terreno profesional como en toda mi vida futura. Agüero me sacó
del anonimato. En 1935 trazó las siguientes líneas para el periódico La
palabra: “Esto no es una presentación.
Tal vez quedaremos más satisfechos llamándole denuncia. Denunciamos la
presencia de un poeta, Marcelino Arozarena” (Torres, 1999, 2).
En una entrevista
concedida a Adolfo Suárez para La Gaceta
de Cuba, refiere Marcelino:
Ya desde 1928 yo conocía “La Rumba” de José Zacarías
Tallet (…). Tal vez por la crudeza con que estaba realizado, de entrada no me
simpatizó mucho; quizás debido al problema del prejuicio racista contenía
términos muy violentos que como eran parecidos a los que circulan entre la
gente discriminadora (“Hay olor a grajo”; digamos por ejemplo) me
traumatizaron, como se dice ahora; pero admiraba el poema como una formidable
pieza descriptiva. El “con con mabo” del “guasa columbia” con que comienza
“Caridá”, y algunos versos de “Liturgia etiópica”, recuerdan sin lugar a dudas
esa composición de Tallet.
Pero Arozarena fue
un poeta en parte distinto a la producción del momento. Él pretendió ubicar al
negro en su sitial, usando la voz del negro mismo. He ahí su gran mérito.
En la Uneac, durante un homenaje a Marcelino (extrema der.) y a Guillén (al lado)
Mientras para
muchos el negrismo resultó una moda, para Marcelino fue la voz. La voz de la
mulatez cultural, es decir, la voz del cubano y así lo confirma su libro, Canción negra sin color, cuyo poema
homónimo intenta rescatar lo hermoso negro para insertarlo al quehacer y el
color de todos los cubanos. Esa es la síntesis a la cual alude el poeta.
La Canción negra sin color
El estudio de la
obra poética arozeniana ha sido sumamente precario y nuestro empeño no deja de
tener un carácter provisional, en busca de estímulos para próximas
investigaciones.
Marcelino
Arozarena figura entre los poetas señeros del mestizaje cultural cubano, y su
poemario Canción negra sin color
arremete contra el ambivalente término de “raza”, como construcción sociocultural que afecta profundamente las
oportunidades y relaciones sociales de los individuos según el color de la piel
(Alejandro de la Fuente, en América negra,
p. 26).
A decir de Miriam
de Costa: En “Canción negra sin color”
(…) El poeta habla con la voz de Todos —las masas— y acentúa el rasgo colectivo
de su pueblo repitiendo el verbo Somos, diciendo “Somos aunque no quieran saber
que Somos”. Presenta dos visiones del negro. Primero, el negro visto por el
turista para quienes
“Somos lo anecdótico
Lo eternamente beodo
De una embriaguez de látigo, de selva y de canción (…)
Pero hay algo más;
hay orgullo de pertenencia: Somos el
músculo, es decir, la fuerza, somos
la esencia del eco alegre, o lo que es igual, la risa contagiosa del negro
que, sin embargo, permanece marginado
siempre solos/ siempre desconocidos/ y siempre/ nuestro Lastre Económico —con
librea y calzón corto—/ nos espera a la puerta para preguntarnos:/ “Tu valor
¿dónde está?”
En “Canción negra
sin color” el poeta demanda la equidad, como lo exige luego en “Justicia”,
poema corto, pero de magnánimo contenido. A partir de una imagen, no
cualquiera, sino el dominó (léase dominación), recrea Marcelino su sentimiento
de clase. El doble nueve (la gorda, la ficha negra) tan vituperado, vejado y
maltratado, sirve muchas veces para ganar el partido. El autor se manifiesta
con vocablos y frases soeces en contra del racismo imperante y concluye, sin
apartarse del recurso metafórico: Vendrán
los tiempos de las reivindicaciones/ y entonces (…) Todos seremos iguales.
Magistralmente
utiliza Arozarena el juego de palabras, muy común en su obra.
“Negramaticantillana” aprovecha el paralelismo al cual se ha visto sujeto el
negro asociado generalmente a hechos o situaciones desagradables. Claro está
que son valores morales y estéticos impuestos por la sociedad blanca dominante.
Así, Nube negra significa tempestad; Suerte negra, fatalidad; Alma Negra,
crueldad. Sin embargo, se vanagloria el poeta de otras voces consideradas en
sus inicios marginales, de negros, y que hoy son orgullo nacional: criollo,
mambí o guarapo.
Como titulador,
Arozarena es sencillamente genial. Nada en su quehacer sobra, sino que está
conscientemente elaborado. “Justicia” constituye un llamado a la igualdad, como
“Negramaticantillana” un invento que a partir del adjetivo negra, el sustantivo
gramática y el adjetivo antillana, crea una palabra nueva para dar al traste
con las clasificaciones que del negro se tiene en el Caribe, concepto muy
diferente al utilizado en Europa o África como resultado de esta región tan
mestiza. En los títulos asoma el brillante periodista, el editor y el poeta.
“Caridá” no es un simple nombre, es la patrona de Cuba que transculturada
obedece a la deidad Ochún, la mulata sandunguera hija del sincretismo.
No es posible
abordar en tan pocas cuartillas toda la dimensión de la Canción negra sin color de Arozarena. Por ello nos limitamos a los
poemas más significativos en el sentido que proponemos y, ¿por qué no?, quizás
en el sentido que se propuso el autor: combatir las desigualdades raciales. En
cambio, siempre que se estudie esta personalidad, se correrá el riesgo de la
insuficiencia ante la riqueza expresiva y coherente de autor de tan grande
talla. Mas nuestro juicio no puede sustraerse de incorporar un trabajo que
consideramos paradigmático. Se trata del poema “Ya vamos viendo”.
Se aprecia desde
el inicio un desborde de conocimiento, de ironía, de patriotismo. El hecho de
igualar “la pupila martiana” en el comienzo, nos sugiere una perspectiva
abierta en torno a la mirada del hombre, no por el color de la piel, sino por
sus cualidades y obras. Marcelino domina el tema sabe que el negro continuaba
arrastrando con el estigma de la “raza”, exprimido y condenado a las
profundidades de la tierra (Tinto en
zumos de simas). Marcelino cuestiona, busca y puntualiza, muy afín con la
teoría evolucionista embrionaria, a partir del origen común de todos los seres
vivos.
Hirió el huevo
y vio yema,
tajó el algodón y la pulpa de guanábana,
y vio yema,
entonces, casó el corojo oscuro del carbón y del ébano;
mordió el mestizo mamoncillo del bronce,
y rió:
también daban yema.
Se ha señalado
mucho la ironía como una de las cualidades más notables dentro de la obra
arozeniana. Coincidimos con nuestros antecesores. Ya ejemplificamos, aunque sin
mencionar esta figura retórica, el empleo en “Negramaticantillana”. El tono
depurado y doblemente lo supera aquí, cuando disfruta reconociéndose
“¿Moreno?”
Moré sí:
Ya estoy morando
Y aunque demoro, de moros
Tengo raíz y aceitunas.
Nótese cómo goza
el autor al mencionar a los moros, de piel oscura, pero en este caso concluye
con la diferencia del pelo aceitunado característico en el negro subsahariano
“¿De color?”
Yo traigo el mío (…)
y
sin embargo, cáscaras
epitelio
pleura
tan película como la espuma y las pompas de jabón.
Lo anterior forma
parte de las otras tantas maneras de demostrar que todos los humanos tenemos
igual color por dentro, aunque nos diferencia el cromatismo externo. Se
evidencia en Marcelino un cabal conocimiento de su lengua, de la literatura y
de la historia para elaborar el poema con elementos tan sólidos y convincentes.
(…) somos “tierra” de los tres Juanes
—de Juan Esclavo—
(se refiere al africano traído por la fuerza)
de Juan Ebanista
(alude al europeo)
y del Juan de todos los Juanes:
don Juan Gualberto Gómez y
Ferrer.
Juan Gualberto
Gómez aparece aquí como un símbolo: el negro, el intelectual, el patriota. ¿Qué
otro símil más exacto que este, el amigo de Martí que se alzó en Ibarra el 24
de febrero de 1895, que descendía de esclavos y que escribió en varios
periódicos de la época?
No por menos
importante dejamos para el final lo que en principio tiene el poema. Son dos
frases que sospechan un hilo conductor a lo largo del trabajo. Entra con: Primero es la independencia de Cuba,
después… ya veremos, que pertenece a Antonio Maceo; la segunda es martiana:
Hombre es más que blanco, más que mulato,
más que negro…
Marcelino es
audaz. Sabe aprovechar cada palabra y colocarla donde debe ir. Cuando Maceo
enarboló aquel criterio, lo más importante entonces era desprendernos del yugo
colonial español. Si bien la independencia resultó frustrada por la
intervención yanqui, se había logrado algo, mas se precisaba una transformación
radical. El poeta emplea como antítesis el ya
eremos de Maceo para titular la obra “Ya vamos viendo”.
La expresión
martiana es archiconocida y Arozarena la coge al vuelo para colocarse por
encima de la diversidad cromática. A diferencia de Guillén, que propone sus
versos como adelanto al día que se dijera color cubano, Marcelino aboga por una
canción… sin color. Lo de negra
constituye algo menos que un eufemismo.
Fuentes:
América Negra. No. 15, dic.
1998, Bogotá, Colombia.
Arozarena, Marcelino. Tengo un catauro de palabras. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2014.
Bohemia, no. 11, Ano 92,
19/5/2000
Costa Willis, Miriam de. “La canción negra
de Arozarena”. En La gaceta de Cuba,
marzo/79.
Jahn, Jaheinz. Muntu,
las culturas neoafricanas. Fondo de Cultura Económica, México, 1963.
Torres, Ramón. “Evocación a un poeta”. Intervención
durante el Primer Coloquio “Marcelino Arozarena, viaje a las raíces de un poeta
cubano”, 1999.
Suárez, Adolfo. “Acusado de peita”. En La gaceta de Cuba, No. 96, sept. 1971.